Reseña: The Chair

Con Spoilers

Casi nunca tengo la oportunidad de escribir sobre algo de lo que realmente sepa. Y me temo que, en este caso, pueda teñir mi reseña. Y el color resultante es una mezcla de dolor y bilis. Aunque The Chair es una comedia dramática. Empecemos.

La Dra. Ji-Yoon Kim (Sandra Oh) se convierte en la directora del Departamento de Inglés de la Universidad de Pembroke. Tiene 46 años. Está en la edad justa para asumir la responsabilidad, con el equilibrio entre experiencia y voluntad para cambiar las cosas. Del staff de la facultad, se destacan los profesores Bill Dobson (Jay Duplass), un brillante y carismático catedrático, recientemente viudo, e interés amoroso de la Dra. Kim; Yaz McKay (Nana Mensah), una profesora joven y popular que pelea por la titularización, el profesor Elliot Rentz (Bob Balaban), un veterano titular con, literalmente, cero alumnos inscriptos en su clase; la profesora Joan Hambling (Holland Taylor), una docente veterana, pionera en la mirada feminista de la obra de Geoffrey Chaucer y finalmente el profesor McHale (Ron Crawford), un anciano que no se sabe muy bien qué hace.

En tono de comedia se van planteando los primeros conflictos, que tienen que ver con la preferencia del alumnado por las clases de los profesores jóvenes como Yaz, que además es afroamericana y contrasta pedagógicamente con los viejos catedráticos en sus aulas vacías y sin capacidad de innovar y conectar con las nuevas generaciones de estudiantes. Vale aclarar, los profesores titulares en las facultades de Estados Unidos lo son de por vida. Se llama academic tenure y es una condición creada para asegurar la libertad académica; se otorga a los profesores luego de sostener un periodo de tiempo al frente de una cátedra, publicación de trabajos de investigación, visibilidad académica, capacidad de atraer financiación externa y excelencia pedagógica. Solo pueden perder esta condición bajo circunstancias especiales, como lo son los recortes presupuestarios por falta de financiación o el cierre de un programa. O un escándalo.

La Dra. Kim es hija de inmigrantes coreanos, y madre adoptiva de Ju-Ju (Everly Carganilla), una niña de ascendencia mexicana. Peleó por el lugar que ocupa con una sociedad académica compuesta por envejecidos y acomodados hombres blancos. Pero cuando llega, finalmente, con ideas y planes para salvar la carrera que ama, es muy tarde. La sociedad académica ha colapsado carcomida por su propia estupidez. La Dra. Kim se siente como Tony Soprano: “cuando finalmente llegué, los buenos tiempos se habían terminado”.

El decano Larson (David Morse) le da la orden de pasar a retiro a los tres profesores veteranos. La movida es obvia, usar a la primera mujer de color (como dicen los americanos, pero es más corto que decir de ascendencia coreana) para limpiar la facultad, y estar blindado para hacerlo. Con el afán de evitarlo, la directora mezcla los cursos, combina a Yaz con Elliot, trata de apoyar a Joan en su reclamo por la oficina (la mudaron a un subsuelo). En todos los casos fracasa. El profesor Elliot cela la popularidad de Yaz (“Tiene muchos seguidores, como Charles Manson”) y sus métodos. Es un académico clásico. El reclamo de Joan tampoco prospera. El Departamento (¿de la Mujer?) está manejado por una incompetente que ni siquiera entiende la naturaleza del problema. El profesor McHale, mientras tanto, no sabe si sus pedos son de él o de otra persona.

Pero el conflicto principal no son los viejos carcamanes, con sus mañas y su incapacidad de conectar con las nuevas generaciones. La lucidez del guion es su complejidad. El conflicto se da cuando el profesor Bill, que viene pasando un momento bastante oscuro, pero sin embargo es capaz de ser funcional, en medio de una clase, hablando de fascismo y el absurdo, hace una pantomima del saludo nazi. La escena se plantea casual; no es ni fuerte ni seria, el contexto en el que el profesor “levanta el brazo” no es inadecuado, y nadie en su sano juicio puede entender que Dobson sea nazi y su saludo, la prueba de que quiere invadir Polonia. Pero sobre el final, vemos que un celular lo está filmando.

La cultura del recorte, la viralización y la creación de un nuevo sentido (el abono de las fake news) hacen lo suyo y, de repente, el profesor Dobson no solo hirió los sentimientos del estudiantado, sino que claramente glorificó al nacionalsocialismo genocida. En un principio, Bill subestima la protesta. No puede creer que alguien se haya sentido ofendido por ello. Luego, pide hablar con la gente. Piensa que, en público, su carisma y oratoria pueden aclarar las cosas. En la charla, al aire libre, trata de contextualizar, e incluso de enseñar. No hay forma. La batalla está perdida. No importan las intenciones. No importa lo que haya querido hacer: lo que importa es cómo se sintió el otro. Y tampoco importa que el otro no haya estado allí para verlo, sino que esté viendo una creación de uno o varios otros (un video viralizado, un meme). Una obra de un tercero que lo tiene como protagonista; la victimización como modo de vida, en todo su esplendor. Todo el mundo quiere sentirse ofendido por algo. El final de varias cosas, entre otras de la libertad de expresión. Sus disculpas (lamento si alguien se sintió ofendido…) solo encienden a la masa. Es excluido preventivamente del campus.

Incapaz de controlar al profesor Bill y abrumada por el escándalo, Ji-Yoon habla con la ayudante de cátedra Laurie (Marcia Debonis) y le dice que “no hablen sobre el tema con la prensa, porque puede ser el fin del Departamento”. Esto, por supuesto, es citado textual a la prensa. ¿Por qué? Porque incluso sin intenciones de hacer daño, en un contexto así de difícil, la gente es capaz de hacer desastres. Esta escena tendrá su contrapartida en el final. La directora, en un nuevo diálogo con Laurie, se expresa de manera mecánica y sin naturalidad. Cuidando cada palabra y gesto.

Bill está camino al despido; su relación con Ji-Yoon está golpeada. El decano, en orden de buscar un reemplazante popular que traiga inscripciones, propone a David Duchovny (el actor, haciendo de sí mismo) para la cátedra especial y el reemplazo de Bill. Los estudiantes protestan porque la titularización de Yaz se demora. Prácticamente acusan a la primera profesora mujer y de color de discriminar a otra profesora mujer y de color.

Todo decantará en el despido de Bill, seguido de un golpe de estado interno en el Departamento de Inglés, llevado a cabo por los viejos profesores privilegiados, que devolverán a la Dra. Ji-Yoon Kim al llano. El arco completo termina con la anciana profesora Joan nombrada directora del Departamento. Finalmente obtuvo una oficina mejor ubicada, sin siquiera proponérselo.

The Chair, con un tono liviano y ameno, da en el blanco y de lleno con muchos de los problemas de la educación superior, incluso en lugares empobrecidos como nuestro país. Su mirada, desde el punto de vista de los docentes y la academia es totalmente razonable. Pero en su representación falta una pata: no están los estudiantes como personajes principales. Si realmente quiere decir que en el claustro estudiantil todo está perdido, entonces ha acertado. Si hace un giro del tipo Sociedad de los Poetas Muertos en una próxima temporada, entonces lo que ocurrió en la primera es desproporcionado.

La realidad es que los ecosistemas educativos suelen ser más equilibrados de lo que se piensa. Pero, hoy por hoy, un sudor frío corre por la espalda de los docentes. Ese temor es de variadas aristas: tecnológica-paranoide a lo Alan Pakula (¿Estaré siendo grabado mientras doy clases?); generacional (¿La forma que hablo les resultará ofensiva? ¿Estoy haciendo el ridículo?), y pedagógica (¿Seré capaz de hacerme entender? ¿Es relevante lo que estoy enseñando en el mundo de hoy?).

No puedo hablar por ningún colectivo, ni siquiera el docente, pero el temor no se basa en el lenguaje inclusivo, el feminismo, o el ocasional escrache a un abusador (a pesar de que aborrezco la práctica del escrache), sino en la certeza de que la sociedad se está volviendo mojigata, que su compromiso es de rebaño, y por ende superficial; que hoy más que nunca, en base a este culto a la indignación, alimentado sobre la base de las fake news y los recortes, las juventudes son permeables a líderes mesiánicos, que en un ámbito académico pueden ser profesores o compañeros. La nueva forma de drogadicción social, la necesidad de pertenencia, es la de los colectivos, no importa cuáles. ¿Su forma de compromiso? Like y compartir: Lejos estoy aquí de cantar loas al individualismo, pero es notable que la participación se convirtió en lisa y llana militancia ciega, y que es mucho más popular pertenecer a la causa que trabajar en ella por objetivos concretos. Esta misma mecánica es la que explica, por ejemplo, al aliado abusador, marchando junto a los colectivos feministas.

La pesadilla es la acusación, cualquiera sea, porque no existe el derecho a la defensa. Se asume una postura inamovible frente a lo que se presenta como hechos, que son un recorte manipulado. Michel Foucault (parafraseando a Nietzsche) decía que no existen los hechos, sino las interpretaciones. Hoy Michel discute palmo a palmo con un meme. No se acepta ni siquiera la noción de que la realidad pueda ser compleja. Que cada tema tiene múltiples puntos de vista. La vieja y conocida chicana vale más que un paper científico.

En este contexto, un saludo nazi en una clase en la que se habla sobre fascismo se convierte en un arma, pero suicida. No abre cabezas al absurdo del nazismo, su horror ideológico, estética y posturas, sino que, más bien, abre la puerta a una indignación colectiva para cualquier comportamiento que no sea insípido como el agua mineral. Tela para banderas sin consignas.

El alumnado, en medio del reclamo justo por la categorización de la profesora que los movilizaba, y el injusto, por la cancelación del profesor viralizado, se carga a la profesora que venía a cambiar las cosas, arrastrada por el escándalo y el descrédito. Los viejos hombres blancos, a los que solo la muerte puede vencer, retoman el poder. Todo está un poco peor. Pero no importa. Porque los buenos docentes, si no pueden elevar a la media (a pesar de seguir intentándolo), pondrán su esfuerzo en salvar a los que se puedan salvar. Y aunque sean tres, son tres más que ayer. De eso se trata todo esto: de seguir tratando.