La chancha: una historia que resurge
La película comienza con un primerísimo primer plano tomado casi en contrapicado, en fuera de foco. Un sonido inquietante y en aumento completa la imagen un tanto confusa. De pronto la imagen se focaliza, una enorme cerda ocupa la pantalla y el título del film hace su aparición: La chancha. En el pacto de lectura del film que se propone al espectador se percibe claramente que lo que seguirá es una historia de suspenso.
El relato no podría ser mucho más simple: Pablo es un argentino, que forma pareja con Raquel. Ella es brasileña y tiene un hijo pequeño, Jao. Viven en Porto Alegre y los tres viajan a Córdoba para pasar unos días de Semana Santa. Los alojamientos en el pueblo están agotados, pero consiguen lugar en una posada de campo, alejada del pueblo, no muy moderna, pero cómoda. Una piscina, un bosquecito para caminar, perros, gallinas y… chanchos. El clima es de fiesta, son unas vacaciones anheladas y bastante planeadas. Además están haciendo un tratamiento para tener un hijo.
En la posada no hay mucha gente, un dueño bastante confianzudo, algún empleado y una pareja de gente bastante mayor que Raquel y Pablo. Todo comienza de buen ánimo pero de pronto, Pablo comienza a actuar distinto, como con miedo, receloso, desconfiado. Vigila a Jao con mucho más cuidado. ¿Sospecha algún peligro, tiene miedo? No lo sabemos. Raquel no entiende qué sucede. El espectador intuye que algo sucederá, que un mal se hará presente, pero no tiene datos concretos, solo percibe el clima de amenaza. La música y la cámara en mano, vacilante, muestran una situación confusa, inestable. Parece que algo sucede con respecto a la otra pareja que está alojada allí. Son unos cincuentones que tienen un perro de aspecto poco simpático, que despierta el interés de Jao. Ella es una mujer muy simpática, charlatana y comedida. Él es tímido, apocado, habla muy poco, de mirada avergonzada. Intuimos que Pablo sabe quién es.
Podría pensarse La chancha como un drama psicológico, sin embargo es el suspenso el que marca el género. Sabemos que algo sucede en la mente de Pablo, algo lo inquieta, lo sobresalta, pero nada más se pone de manifiesto, salvo sobre la parte final de la trama. Es la acción dramática, la intuición de que algo malo sucederá, de lo que nada conocemos pero que sentimos inminente, lo que habla de un film de suspenso. Música, movimientos de cámara vertiginosos, sonido y miradas, son las herramientas de las que se vale el director para llevarnos a un final incierto, con una dosis de tensión bien administrada. Tal vez la resolución final del conflicto aparece un poco precipitada o quizás desconectada del tempo resto de la historia.
Se destaca por sobre todo la labor de Gabriel Goity, muy medido, con un trabajo corporal muy trabajado, de mucha interioridad, traducido en miradas muy intensas.
Este es el primer trabajo como director en solitario de Franco Verdoia, anteriormente había codirigido con Pablo Bardauil, La vida después (2015).
Interesante para quienes gustan del suspenso. La película ya puede verse en la plataforma CineAr.