El hoyo: el cubo español
Es el primer largometraje del director Galder Gaztelu-Urrutia, que se estrenó en 2019 y Netflix puso a disposición en estos días porque tiene una cosa así de distopía y de mundo alternativo que nos lleva a hacer algún que otro paralelo con la pandemia actual de coronavirus. Si bien esto último puede ser cierto, la realidad es que El hoyo (o The Platform, para los amigos del norte) se presenta como una crítica sociopolítica más integral y directa.
Goreng (Ivan Massagué) despierta en una habitación que se parece a una cárcel. En el centro del piso hay un agujero rectangular y otro igual en el techo. Lo acompaña un anciano llamado Trimagasi (Zorion Eguileor). Hablan, pero en determinado momento suena un timbre, y por el agujero del techo baja una plataforma con un banquete a medio terminar. El anciano no duda y se pone a comer desaforado, agarrando lo que encuentra con manotazos desesperados. Entonces la dinámica del hoyo se le presenta a Goreng simple y retorcida: está en una especie de torre con numerosos niveles. La plataforma arranca llena de comida en el nivel 1 y baja a los niveles inferiores cada cierto tiempo, vaciándose cada vez más. Para cuando llega a los últimos niveles, la comida es casi nula o inexistente. Sin embargo, los cautivos de esta torre deben [sobre] vivir en su nivel durante un mes. Después, mediante algún método que no conocemos, son cambiados. Por supuesto que este hoyo tiene algunas reglas, siendo la más destacable aquella que no permite a las personas quedarse con comida. Deben tirarla al siguiente nivel, o de lo contrario la temperatura subirá o bajará hasta matarlos.
El título de la nota cita a la simpática Cube (1997) de Vincenzo Natali. Y es que por el clima, el encierro, la brutalidad y el gore de las escenas, las referencias se hacen notar al instante. Sin embargo, la ópera prima de Gaztelu-Urrutia toma un camino crítico para nada sutil: los de arriba les van dejando sobras a los de abajo, y cuando los de abajo están arriba no se calientan en dejarles algo concreto a los de abajo, sino que comen a cuatro manos hasta llenarse y reventar. Una apología al capitalismo salvaje que viene dominando el plano terrestre y que no parece tener una solución factible de acá a un millón de años. La película nos dice que el ser humano parece preocuparse por él y no mucho más, por ejemplo, cuando hay que sacarle el papel higiénico al vecino porque declararon pandemia de coronavirus.
La propuesta inicial es tan potente que a mitad de película nos espera cierta desazón. Pasa mucho con esta clase de historias, y no es necesariamente algo malo, sino una especie de denominador común. Uno espera resoluciones y desarrollos grandilocuentes, pero lo cierto es que parece difícil mantener el mismo impacto escena tras escena. Sin embargo, es de destacar que incluso hacia el final las acciones de Goreng mantienen la lógica de su personaje a pesar de los altibajos anímicos y de fe que atraviesa. Después, habrá momentos difíciles de asimilar y diálogos que no se pueden digerir del todo.
Si bien el final es el típico no-sé-bien-cómo-sigue-esto-así-que-la-termino-así-porque-con-algo-hay-que-cerrar, tampoco se le puede pedir una conclusión directa a distopías que se van de control. Esa, tal vez, sería la tarea de una serie. En el caso de El hoyo el final es un halo de esperanza entre tanta brutalidad y egoísmo, para que nos vayamos a dormir con la sensación de que no somos tan mierdas. Una película con una propuesta inicial fuerte pero que no termina de jugársela y se queda con lo seguro. Para quien guste, sirve.