El Príncipe: como el tango
Un plano detalle muestra un cuello con un corte profundo, la sangre fluye por todo el piso, y pronto vemos a Jaime (Juan Carlos Maldonado) manchado de sangre, observado y señalado por los presentes en el bar, mientras la rockola se traba y un ruido mecanizado, como de rotura, se repite en loop, marcando poéticamente el cambio de vida del joven protagonista. Una vez ingresado en la cárcel, es puesto en la celda de El Potro (Alfredo Castro), quien pronto lo pone bajo su ala en una relación de poder, sumisión que dará lugar a un verdadero afecto. Desplazando a su antiguo compañero por la belleza del recién llegado Jaime, gana el apodo El Príncipe por la atención que recibe.
A partir de allí somos testigos de una relación que crece desde el poder, el demostrar quién manda a través de prepotencias y abusos, hacia una relación de verdadero afecto y de iguales. En el medio, mediante flashbacks, Jaime contará de sus días en San Bernardo, un pueblito costero cercano a Santiago, y la lucha interna que mantuvo con respecto a su sexualidad reprimida, cómo llegó a cometer el delito que lo llevó a la cárcel y quién es ese joven que se desangraba por el cuello al inicio. Claro, que dentro de la prisión no todo se resume en la relación de Jaime con El Potro, sino también en el antagonismo con Che Pibe (Gastón Pauls), otro personaje de influencia, una sombra que disputa el liderazgo de El Potro y que quiere la celda del líder, por ser más grande ese espacio. Celos y violencia serán la constante entre estos personajes, con Jaime en el medio formando el triángulo.
Opera prima de Sebastián Muñoz, basada en la novela homónima de Mario Cruz, y con guion del mismo Muñoz junto a Luis Barrales, El Príncipe nos trae una historia de crimen, pasión, poder, sexo, y amor en un trasfondo carcelario.
La puesta en escena y las tomas dan cuenta del lugar oprimido, pequeño, donde los cuerpos se entremezclan unos con otros. Siempre se siente una sensación de atosigamiento, y también por la paleta de colores que dan un aspecto más lúgubre y opaco al espacio. Así también la construcción del espacio mismo: la historia se circunscribe a la celda, el pasillo y el baño, casi en su totalidad. Otros lugares, incluso el patio, que es un lugar recurrente en las películas carcelarias, son contados con los dedos. La fotografía de Enrique Stindt pareciera estar influenciada por obras de arte, ya que hay escenas donde la composición y la luz remiten a esas pinturas llenas de cuerpos. Es sólo una impresión, quizás el bueno de Enrique me dice “nada que ver, el presupuesto dio para esa luz”.
La cárcel sirve de catalizador para afrontar su sexualidad con normalidad para Jaime El Príncipe. Es su libertad, valga la paradoja, ya que afuera es donde verdaderamente se encontraba encerrado. Con partes de discursos de Salvador Allende en su carrera a la presidencia, nos sitúan a principios de los 70, por ende, en una sociedad chilena (y latinoamericana) sumamente cerrada hacia la homosexualidad, y esto lo vemos en los flashbacks de Jaime, por eso es su lucha, su disconformidad y su rapto pasional. Represión que también se nota en El Potro, quien es quien por dentro, pero fuera tiene mujer para mantener las “apariencias”. Los guardias representan a lo que sería el Estado con respecto a los homosexuales, con sus ataques verbales y una escena fuerte por puro sadismo y muestra de poder.
Las interpretaciones destacan en su mayoría. Gastón Pauls como el Che Pibe sorprende en un papel jugado pero medido a la vez. Es el estereotipo gay, afeminado en gestos y voz, si bien camina en una línea muy fina, nunca se sale de esta. Alfredo Castro haciendo de El Potro, quizás el actor de más experiencia, trasmite a la perfección el reacio y autoritario líder de pabellón, pero cuando avanza la trama, y su relación crece en afecto, deja caer las cáscaras para mostrar el lado más humano y sensible de su personaje, por momentos creando un tándem dinámico con Jaime (Juan Carlos Maldonado), quien le da a su personaje una evolución palpable: desde pollito mojado al llegar, inseguro y con la vista al piso, desarrolla una personalidad que pasa desde la vanidad de apreciar su belleza en los espejos hasta la seguridad de seguir los pasos de su pareja, y esto queda marcado en una escena de hombres bailando juntos como se bailaba el tango, en un cuartito de cuerpos apretujados, mira hacia arriba casi rompiendo la cuarta pared cantando el estribillo de Ansiedad. Ya es libre, su relación ya no es sólo pasiva, ahora también es activa.
Casi al final, Che Pibe canta con una criolla otro tango: Pasional, de Jorge Falcón, otra vez un tango que refleja a Jaime, y como decía Julio Sosa en La Cumparsita: “el tango tiene olor a vida, tiene gusto a muerte”.
Spoilert alert, si no la viste no leas el siguiente párrafo y si no te importa leelo igual.
La vida como un círculo de la vida (sí, como la canción de El Rey León), Jaime hizo su construcción y crecimiento, los viejos dejan lugar a los jóvenes y quien fuera príncipe para convertirse en rey: con lo aprendido, llegará un nuevo príncipe a quien poner bajo su ala y volcar su afecto.