Retrato de propietarios, “se busca”
La ópera prima de Joaquín Maito, producida por él y Romina Beraldi, es, a decir de su director “una fábula documental sobre la libertad”. La película es un ensayo documental de ochenta minutos sobre los “animales domésticos y el capitalismo”. Aunque por momentos, algo pretencioso, el film logra dar en el corazón de ciertas preguntas acerca del consumo, la vida como propiedad y el significado de ser libres.
Con una imagen en la que se superponen otras varias, un perro buscando algo en un humedal, unos peces nadando, ruinas, y un ruido de interferencia que persiste como mantra durante toda la película, esta propone desde el comienzo una estructura abierta que da un lugar especial al espectador. Sin diálogo, sin palabras –excepto algunas murmuradas, inentendibles–, casi sin humanos protagonistas, la película deja a quien la mira el papel de ir hilvanando las imágenes para darles sentido y construir una narrativa que, también abierta, va sembrando sentires y preguntas. Por qué los animales son propiedades, qué sucede con todos esos escenarios o abandonados o superpoblados que parecen haber perdido el sentido, qué sucede con las mascotas que se pierden. Lo salvaje y lo civilizado, lo natural y lo urbanizado quedan en tensión y la poderosa visión de la “Isla de los Gatos” en Japón (habitada por más de trescientos gatos sin dueño) nos invita a pensar otra forma de habitar los espacios.
Ganadora de varios premios (22° Festival Internacional de Cine Documental de Ji.hlava / Mejor Opera Prima; 19° Festival Internacional de Cine Nuevos Horizonte / Visual Front; 15° Festival Internacional de Cine Independiente de La Plata FestiFreak/ Competencia de Largometrajes Argentinos), esta primera apuesta en solitario de Maito es contundente en el planteo de un ritmo alternativo, al que no estamos acostumbrados. Esas torres, esas redes que distribuyen globalmente la información, sin tregua, hacen interferencia, y a medida pasan los minutos los espectadores empezamos a “escuchar” algo más, como si tuviéramos la posibilidad de un oído animal. Porque ellos son los protagonistas y el punto de vista, los animales perdidos, los animales sin dueños, los animales enjaulados, los que trabajan, los que celebran con tortas su cumpleaños, los que murieron, los que se compran, los que tienen hambre, los que pelean, los que alegran los álbumes familiares.
Maito tiene una gran sensibilidad y las imágenes que nos muestra cargan con una poesía por momentos efectista pero la mayoría de las veces, conmovedora. El montaje es el de la duda, el del tiempo vital, el de la pregunta acerca de si es posible habitar el mundo por fuera de la lógica de la propiedad. Argentina, Europa, Japón, grandes ciudades, pequeños poblados, bosques, humedales, hogares, fábricas: Maito va viajando con su pregunta y a veces la imagen es poco clara, está grabada con la cámara de un celular, y otras es la belleza de los gatos durmiendo debajo de la lluvia o el mar del fin del mundo.
A medida que la película se fue proyectando, se la acompañó con una intervención callejera. Por cada ciudad a la que viajó, la producción llevó un cartel de un animal perdido promocionando la función. La apuesta excede el film en sí mismo, podemos estar convencidos de que su director seguirá pensándola, mientras nosotros como espectadores podemos disfrutar de esos fragmentos de libertad que, parece, andan esparcidos por el mundo.