Serenity: la tranquilidad de perder el tiempo
Esta nota contiene spoilers
Ni idea de por qué opté por esta película para reseñar. Creo que vi el tráiler después de que la elegí. Tal vez fue el elenco (Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Diane Lane, Djimon Hounsou); o que el señor Steven Knight, escritor y director del film, me sonaba de algo. Luego de un rápido pase por IMDb recordé que fue el creador de Peaky Blinders, y escritor de la tremenda Eastern Promises (2007), de Cronenberg. Entonces, chequeada esta información, seguramente dije: “No pude haber elegido mal”.
Me equivoqué. Serenity (2019) tiene todo para convertirse en una película que, de tan ridícula, da toda la vuelta y pasa a ser venerada como visionado de culto. No tanto como The Room (2003), pero sí tal vez como Dungeons & Dragons (2000) o Jason X (2001).
La trama se enfoca en Baker Dill (McConaughey), capitán de un barco pesquero obsesionado con atrapar un atún gigante que se le escapó. Además, cada tanto lleva turistas a alta mar para que se sientan fuertes y rudos pescando algún tiburón. Sin embargo, Dill tiene un pasado, el cual conoceremos cuando llega su ex esposa, Karen Zariakas (Hathaway). Ella vive con el hijo de ambos y con su nuevo esposo, Frank (Jason Clarke), el cual es un borracho maltratador lleno de guita. Entonces Karen, desesperada, le pide a Dill que se lleve a su marido a alta mar y allí lo mate. Promete pagarle bien y encima estaría salvando a su hijo de una vida bastante horrible. Entre el debate moral que se plantea McConaughey estarán su compañero Duke (Hounsou) y su amante Constance (Lane).
Dicen que andando la carreta se acomodan las calabazas. Y Serenity va, anda, se mueve; pero con cada decisión que toma, una calabaza se cae y se hace mierda contra el piso. Y es que sus protagonistas oscilan entre el piloto automático y una dramatización de telenovela que parece indicar un desconcierto más grande que el del espectador. Matthew McConaughey tiene momentos de susurro estilo True Detective, y después pasa a dar gritos al cielo que generan vergüenza ajena.
En seguida hay que hacer un punto aparte para el guion. Porque resulta que la isla en donde se desarrolla toda la película es en realidad la creación del hijo de Baker Dill, un genio de las computadoras que arma todo un mundo virtual para evadirse de la espantosa realidad que tiene que vivir con el esposo de su madre. Este mundo virtual contempla ciertas reglas que cambian… o no: la verdad es que se hace difícil amalgamar el final del nene apuñalando al borracho golpeador y la creación de ese videojuego para que su padre ficticio (porque en el mundo real Dill murió en Irak) mate al mismo borracho golpeador. Es un giro que pretende ser sorprendente pero que, además de un poco predecible en determinado momento, es rarísimo y desconcertante. Incluso uno se pone a pensar en las escenas de sexo de McConaughey y no le queda otra que reflexionar sobre la salud mental del pobre nene.
Pero no solo la historia es desconcertante, sino también la dirección de Knight. La presentación de Anne Hathaway como femme fatale es una de las decisiones menos acertadas del film. El género va cambiando de thriller a drama metafísico sin ningún tipo de pudor, como lo haría una producción de clase B, y no una película con un presupuesto de 25 millones de dólares y un elenco con dos ganadores del Oscar.
No hay un “En síntesis…” para cerrar la nota. Se hace difícil armar una conclusión clara sobre el film que vi, porque consta de tantos matices desencajados y tanto desorden de ideas que muestra el resquicio de una puerta que no quiero abrir. Esa puerta tiene grabada la pregunta: ¿perdí el tiempo viendo esta película?
La respuesta no los sorprenderá.