Reseña: La visita
Un colectivo llega al medio de la nada durante la madrugada del comienzo de un fin de semana. Un grupo numeroso de mujeres de diversas edades se baja del micro para dar inicio al preludio y espera de la visita para ver a sus familiares en el penal de Sierra Chica.
La famosa Unidad Penitenciaria N° 2 ubicada en este pueblo de la provincia de Buenos Aires, tiene capacidad para unos 3000 varones, mientras que en la localidad vive un total de 5000 personas solamente. No está de más destacar que, según recientes informes de la Comisión Provincial por la Memoria, ésta es una de las cárceles con mayor índice de sobrepoblación de la provincia, por lo que la diferencia entre la población de internos y “externos” no debe ser tan grande.
Cada fin de semana, llegan cerca de 500 mujeres para ver a sus maridos, parejas, hijos, nietos y amigos. “La Visita” muestra un fragmento de la rutina en la que se desarrolla ese evento, desde el punto de vista de ellas y exclusivamente del lado de afuera de la cerca.
Este “afuera” tiene su propio código interno al construirse una comunidad, especialmente conformada por mujeres, una suerte de red solidaria que se teje en base al sufrimiento, la ansiedad, la esperanza y las ganas de sostener a las familias de la manera que solo ellas comprenden.
Cada una carga bolsos, carteras, canastas que se irán acumulando en el bar de El Gallego, el único personaje varón que veremos a lo largo del documental. Allí se hará la previa a la visita y el señor aprovechará cada parte del ritual para recaudar ganancias.
Cargar el celular en la cocina: $35 … pero tiene otro precio cargarlo en el salón.
Gaseosa segunda marca: $44
Uso del baño: $3
Dejar la cartera al resguardo durante la visita: $25
El bar oficia de lugar de encuentro entre ellas, de descanso, de preparación para el esperado encuentro. Habrá maquillaje, planchado de pelo y armado del pedido para quien espera del otro lado: algo de comida y elementos de uso personal. Sin embargo “la mitad de las cosas se las quedan los canas”, dice una de ellas.
El otro lugar de acogida es la casa de Bibiana; compañera de uno de los hombres detenidos en el penal que decidió mudarse de Santa Fe a este pequeño pueblo para poder acompañarlo mejor. Con el tiempo, ella se ha convertido en referente de muchas de las mujeres que tienen que viajar cada fin de semana (o fin de semana de por medio) para ver a sus familiares. La casa es precaria pero el clima es el mejor para las más jóvenes que llegan llenas de ansiedad, ilusión y ganas de un encuentro amoroso y por qué no, sexual.
Con su mirada casi escondida entre humo de cigarrillo, planchitas de pelo y celulares cargándose, Colás (Barrefondo, Parador Retiro) nos recuerda que hay muchas vidas “detrás” de cada preso y que son éstas las que ayudan a que ellos puedan atravesar de la mejor manera su condena y, más importante aún, quienes permiten que haya esperanza para que la salida sea favorable.
Está comprobado que, quienes tienen un hogar al cual llegar cuando salen de prisión, tienen menos chances de reincidir que quienes están desamparadxs.
Sin dejar de lado el punto de vista de las que esperan del otro lado de la reja, el director también nos recuerda que quienes cumplen una condena en prisión todavía tienen derecho a mantener sus vínculos con el afuera y que, en la Unidad Penal N° 2, gran parte de hacer que ese derecho se pueda ejercer, depende de la fortaleza y tenacidad del centenar de mujeres que esperan bajo la lluvia o en el frío de la madrugada a pesar de todo: del paso de las horas, de los gastos, de los empujones, del cansancio.
Una de ellas se pregunta si en los penales de mujeres habrá tantos hombres afuera sufriendo… La sospecha es que no.
Quizás haya algo más que ganas de ver a un compañero, un hijo o un nieto. Quizás la visita se completa con el encuentro con LAS compañeras. Aquellas que se ayudan mutuamente, que se entienden mejor que ninguna y que hacen que esta espera se haga más llevadera por hacerla de manera colectiva.
Esta perspectiva es reforzada por el hecho de no mostrar, en ningún momento el interior del penal. Claramente es el momento de las mujeres, es su historia la que se cuenta y son ellas las protagonistas de esta parte de la realidad. La que no aparece en series televisivas comerciales. Hay drama pero, evidentemente, no es lo suficientemente emocionante para el público estándar.
En circunstancias en las que una persona tiene que permanecer recluida, parece más importante que nunca que quienes forman parte de sus redes puedan salir a su encuentro, con el apoyo de alguien más, con las formas y códigos que puedan crear a partir de esta realidad que se les presenta. La visita da cuenta de esta comunidad poco conocida y reconocida pero que puede hacer una gran diferencia.