GALVESTON: noir crepuscular

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El reciente estreno de Galveston (Mélanie Laurent, 2018) representó para mí una buena excusa para retomar la novela en la que la película se inspira. El autor de la obra literaria es Nic Pizzolatto y la publicó en 2010, mucho antes de hacerse famoso por True Detective (Cary Fukunaga, 2014). Sin embargo, fue a causa de esta serie que me largué a leer el libro allá por 2014 o 2015. Creí que iba a encontrar algo de aquellos apasionantes contrapuntos entre Hart y Cohle, algo de esa atmósfera luciferina y decadente de la zona rural de Luisiana. Lo que hallé fue una historia mucho más pequeña, mucho más árida, que muy pronto sofocó mis expectativas. No la terminé hasta hoy, que decidí releerla antes de ver la cinta. Creo que el ejercicio rindió sus frutos. Me obligó a finalizar un texto que, hablando con sinceridad, no cuenta con demasiados méritos salvo lo carismático de sus personajes. Parece un relato prolongado a la fuerza, inflado con tiempos muertos en los que se describen paisajes, momentos del pasado, reflexiones que carecen de vuelo. Cada vez que me empantanaba en estos territorios, se afirmaba en mí la impresión de que el texto original había sido o bien un guión o bien un cuento que (vaya a saber uno si por sugerencia del editor) derivó con posterioridad en una novela. En este sentido, creo que es meritorio el proceso de tamizado que realizó Mélanie Laurent (y con el que, dicho sea de paso, el propio Pizzolatto no estuvo conforme: a fin de desligarse de la adaptación cinematográfica, Pizzolatto adoptó el seudónimo de Jim Hammet para acreditar su trabajo como escritor del libreto). Con muy buen criterio, Laurent dejó de lado mucho del lastre del texto original y optó por preservar el aura maltrecha y melancólica de los protagonistas.

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El relato es sencillo, un ejercicio típico del manual noir. Cuenta la historia de Roy Cady (Ben Foster), un matón al servicio de Stan Ptitko (Beau Bridges), un mafioso de poca monta. Ptitko asigna a Roy el trabajo de “visitar” (nótese aquí el uso de un eufemismo propio del hampa cinematográfico) a un contador. Sin embargo, algo sale mal en la visita. Roy consigue escapar por poco de una muerte segura y, en el proceso, auxilia a Rocky (Elle Fanning), una prostituta involucrada en el conflicto de manera accidental. Varias veces Roy intenta desligarse de Rocky. Sin embargo, Rocky consigue convencer a Roy de ayudarla, aún cuando ello representa un peligro para ambos. La cuestión se torna todavía más complicada cuando Rocky, a fuerza de engaños, envuelve a Roy en el rescate de Tiffany (Tinsley y Anniston Price), la hermana menor de Rocky. De este modo, Roy se ve de golpe instalado en una encrucijada de la que instintivamente busca apartarse pero de la que también, de manera inesperada, no sabe cómo despegarse ya que representa la posibilidad de dar un giro radical a su vida. Como puede verse, el relato se sostiene sobre dos personajes: Roy y Rocky. La historia, por lo tanto, es la peregrinación de estos dos antihéroes arrojados al universo despiadado y trágico del noir. Y esto es puro mérito de Laurent: consiguió destilar la esencia de un relato que, en su mayor parte, se diluía en vaguedades.

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Al concentrarse en los protagonistas, la película gana en poesía. Al ajustarse a las convenciones del género, la historia se convierte en una excusa para desarrollar los personajes. Así, mucho de lo que sucede se denota mediante el empleo de la elipsis o se resuelve fuera de escena. En este sentido, dos son los aspectos que adquieren preponderancia con este trabajo: la construcción de las escenas y la labor actoral. Con respecto a lo primero, es notable la planificación minuciosa que Laurent despliega en la composición de los cuadros. Es poco el diálogo que se da entre los personajes. Por lo tanto, gran parte de la relación entre ellos se expresa mediante gestos o situaciones que alcanzan un enorme simbolismo. La fotografía y la música, en este sentido, se ajustan a un minimalismo de estilo que apuntala los climas que cada escena elabora. Esta precisión en la arquitectura de la imagen alcanza su apogeo en un plano secuencia en donde se concentra todo el tono trágico de la historia: el punto en el que lo inevitable se torna crudo y evidente. En relación con la labor actoral, Elle Fanning y Ben Foster ofrecen un ejercicio de estilo sostenido por miradas, por gestos, por expresiones más que por palabras. En este aspecto, no podía evitar que el Roy de Ben Foster me remitiera una y otra vez al personaje interpretado por Ryan Gosling en Drive (Nicolas Winding Refn, 2011). Los silencios de ambos antihéroes están cargados de culpas, de resentimientos, de desengaños. Pero donde el de Drive pasa a convertirse en un arquetipo de género narrativo, Roy se supera mediante una pasión áspera, hecha de brutalidad pero también de enormes ansias de redención. Enorme en este punto la sutileza (valga el oxímoron) de Ben Foster.

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En resumen, Galveston, como ejercicio de adaptación, constituye un gran ejemplo de cómo rescatar lo mejor de un relato original en donde las virtudes escasean. Como primer trabajo de Mélanie Laurent en el rol de directora, augura un panorama prometedor para una cineasta que cuenta una historia violenta con notas delicadas y precisas que transmutan un mundo marginal en poesía trágica. Si, como me sucedió a mí, llegan a Galveston por True Detective, les ahorro el desengaño anticipándoles que no hallarán lo que buscan. Pero si se dejan llevar por la mirada de Mélanie Laurent, estoy seguro de que sabrán encontrar un noir cargado de un aire crepuscular y nostálgico.