Reseña: L’Insulte
El realizador de origen libanés, Ziad Doueiri, está presentando su película El insulto. Se trata de una coproducción entre el Líbano, Francia, Estados Unidos, Bélgica y Chipre.
El próximo 4 de marzo competirá por el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Al parecer, sus chances son limitadas pero su oportunidad estará vigente hasta ese momento de decisión de la Academia.
Según cuentan los informados, la idea argumental partió de una anécdota personal del guionista y director: una característica agarrada (discusión, pelea) con su plomero. Un tipo de episodio bastante común que, en general, comienza como un simple altercado pero suele terminar a las puteadas.
En la situación real que inspiró la película, a Ziad lo acompañaba su amiga personal y coguionista Joëlle Touma, y parte de la anécdota es que, luego de la reyerta, esta le habría hecho notar que se había pasado de revoluciones y que correspondía un pedido de disculpas de su parte.
A partir de este antecedente simpático, en la ficción, la pelea se da entre un cristiano libanés, llamado Toni, y un palestino refugiado, de nombre Yasser, y esta contienda detona en odios profundos y arraigados que, agazapados, esperaban la oportunidad de explicitarse de manera intolerante, amparados por un coctel pesado de disputas raciales, religiosas o patrióticas, todavía vigentes entre los pueblos a los que pertenecen los protagonistas, y que a pesar de todo deben compartir territorio.
En este marco, la escala de tensión y violencia es progresiva y finaliza en un litigio en tribunales, espesando el conflicto con la intervención de otros actores interesados.
Respecto de la película, puede deducirse que la idea central que trata de transmitir es el principio de que sin diálogo no hay convivencia posible, ya que un sincero y efectivo intercambio de opiniones, junto a la predisposición de ceder derechos en forma recíproca, serían las circunstancias que de verdad favorecerían el eficaz entendimiento, minimizando los riesgos de que aparezcan la sinrazón y la violencia embarrando la cancha.
Nobles intenciones que merecerían mayor trascendencia proyectándose al comportamiento de la sociedad en su conjunto, incluidos tanto gobernantes como gobernados, pero que por ahora se encuentran solo contenidas por el filme.
En cuanto a la película propiamente dicha, debo comentar que, en lo personal, me atrajo como propuesta teniendo en cuenta una serie de factores que la distinguen.
Para empezar su origen, la nacionalidad del director.
En segundo lugar, los comentarios previos que daban cuenta de la particularidad de que los personajes principales estaban cubiertos por actores de características y experiencia bien disímiles; por un lado Adel Karam, que interpreta a Toni el cristiano, un actor profesional con trayectoria, y por el otro, Kamel El Basha, a cargo del palestino Yasser, un actuante sin experiencia previa que afronta su primera interpretación en cine. En este sentido, creo que siempre genera una inquietud estimulante comprobar el resultado de este tipo de combinaciones artísticas (a mi entender, a Carlos Sorín, siempre le salen bien).
Otro aspecto que me generó atracción fue el enunciado previo de alguna prensa especializada que definió a El Insulto como un thriller político. También, la potencialidad del desafío del director Ziad Doueiri de intentar convertir su película en una especie de fábula política en la que un asunto personal se transforma –en determinado contexto contaminado por prejuicios, rencores y culpas– en un enfrentamiento nacional entre la población natural de un país y los residentes refugiados que trabajan allí y pretenden integrarse honestamente a ese lugar que los cobija.
Para finalizar, debo agregar, la curiosidad por saber algo sobre un mundo jurídico desconocido, de sus leyes y de los tribunales que deben aplicarlas y, por qué no, conocer un poco de la realidad de esos pueblos y de su historia.
Como una modesta conclusión, debo confesar que, dadas mis expectativas como espectador, la película no me defraudó.
Ahora, ¿cómo le va a ir en la premiación? Eso ya es otra historia.