Roman J. Israel, Esq.: Una como de las que ya no se hacen.
Hay algo positivo en las películas del montón en el año 2018 de nuestro señor Goku: ya no se hacen. No existen más los dramas ni thrillers de presupuesto medio. Tal vez Netflix y Amazon los rescaten, pero eso aún está por verse. En ese sentido, Roman J. Israel, Esq. (RJIE desde ahora) es una rareza.
Roman (Denzel Washington) es un abogado que opera en segundo plano, en el bufete (estudio) de un tal William Jackson. El bufete no es demasiado grande, y Roman se considera socio del estudio. Su papel es generar los escritos y preparar las estrategias, aunque en treinta años de profesión no se ha destacado demasiado en ir a los juicios ni ser la estrella, como lo haría un Fernando Burlando. Ese papel se lo dejaba a Jackson, prestigioso abogado de buena labia, acostumbrado a los jurados y las aulas. Y un buen día Jackson tiene un ACV y todo se va al tacho.
Roman, un abogado activista e idealista, tiene aptitudes excepcionales: memoria prodigiosa y conocimiento minucioso del código penal. Sus convicciones son de centro izquierda. Esa posición en Estados Unidos sería el equivalente al trotskismo en otros lugares del mundo. Es un zurdo suelto en Los Ángeles. Tiene, además, cero aptitudes sociales. Parece tener signos muy leves de Asperger. Y se quedó sin trabajo, en el que, para peor, cobraba solo 500 dólares a la semana, lo que no es demasiado.
Jackson le dejó en su testamento la liquidación del estudio a George Pierce (Colin Farrell), un tiburón. Y aquí comienza el relato, que no es otra cosa que un cuento moral y alegórico, enfoque que, creo, se está poniendo de moda en Hollywood, sino véase Mother!, de Aronofsky, o Get Out de Jordan Peele, brochazos de alegoría si los hay.
Roman carga consigo una demanda colectiva que, según él, puede cambiar el sistema legal de Estados Unidos para siempre. Intenta trabajar en una ONG, donde conoce a Maya (Carmen Ejogo), que quedará muy interesada en el buenmozón de Denzel, que interpreta a RJIE de un modo tan asexuado que Morrisey se pondría celoso.
Y aquí el quid de la cuestión. Denzel está nominado al Oscar por esta película. Pero ¿por qué? Antes que nada: se afea. Engorda unos kilos, siempre bien visto. Los gordos, para Jolibud, somos gente rara. Además, se deja el peinado afro, usa unos lentes imposibles y sus sacos y camisas vieron mejores años hace como una década. Como Baby, en Baby Driver, tiene miles de canciones en su Ipod, al que escucha constantemente. Es un melómano, que vive hace treinta años en un edificio más bien fulero, obsesionado por su demanda colectiva y la justicia social.
La carrera de Denzel Washington es bastante intrincada. Alterna con maestría sus films más comerciales, que son mayoría (Hombre en llamas, The Equalizer, Two Guns, Los 7 magníficos) con los dramas más comprometidos, como Fences o RJIE. Su carrera puede, de alguna manera, equipararse con la de Liam Neeson, ya que ambos tuvieron momentos muy prestigiosos años atrás y finalmente se decantaron mayoritariamente por el cine de acción, incluso, a edad avanzada. Denzel, aunque no lo parezca, tiene 64 pirulos. Si me decían 49, compraba.
Colin Farrell, les decía, interpreta a un abogado exitoso. Lejos de los estereotipos, Farrell lo actúa de manera que resulta casi agradable. Otro camaleón, el irlandés sube y baja de peso, infla o desinfla su musculatura de acuerdo con los requerimientos del papel. Elige con qué directores trabajar, y además aprende a cada paso. En los últimos años tomó todas las decisiones correctas, y se puso a disposición de Yorgos Lathimos, Sofia Coppola y Steve McQueen, sin descuidar la billetera, como lo muestra su villano en Animales Fantásticos y dónde encontrarlos. Farrell aquí se muestra hiperflaco y vistiendo trajes entallados. Vive bien, viste bien y defiende gente por dinero. Es un abogado. Lo que se parece bastante al mal, pero no necesariamente lo es.
La lucha planteada es entre ganar dinero trabajando, o mantenerse en una postura, francamente insostenible. Como Hank en Breaking Bad, el personaje de Farrell hace todo lo que tiene que hacer. No deja a Roman sin trabajo, sino que lo contrata con mejor sueldo, le asigna una oficina y casos según sus aptitudes. Hasta parece cambiar la política del estudio, de acuerdo con las convicciones de Roman. Caso raro, que en las sinopsis del film se lo presente como una suerte de villano. Pero, siempre hay un pero en estos cuentos morales, el protagonista verá sus principios éticos comprometidos, y desafiada su integridad.
¿Logrará cambiar la sociedad con su demanda o será tentado a morder la manzana de trabajar cobrando bien que ofrece Lucifer Farrell? ¿Irá RJIE aún más lejos? ¿Se cortará el afro?
Para eso deberán ver el film, dirigido por Dan Gilroy, quien en 2014 hizo la extraña Nightcrawler, con un personaje que estaba también bastante extraviado, y se topaba con el curro de filmar accidentes y demás escenas violentas para llevarlas a las cadenas de TV.
Dan Gilroy es un guionista prestigioso, responsable de Real Steel (la de los robots gigantes boxeadores), The Bourne Legacy y Kong: Skull Island. Su hermano Tony tiene una carrera un poco más extensa, siendo el director de Michael Clayton (la de George Clooney y Tilda Swinton) y Duplicity (con Clive Owen y Julia Roberts). Además, es el guionista de las primeras cuatro de las sagas de Bourne, Rogue One, Armageddon, El abogado del diablo y Dolores Claiborne entre muchas otras.
RJIE pertenece a una raza en extinción: el drama legal de mediano presupuesto. Otrora, estas películas, usualmente basadas en novelas de Scott Turow o John Grisham –sin ir más lejos, Denzel protagonizó El informe Pelícano–, eran blockbusters automáticos. En el panorama actual son casi rarezas.
Buen intento Denzel, pero ya te ganaste dos Oscars (por Glory y Training Day). Esta vez será de Gary OIdman.