Reseña: Doctor Strange in the Multiverse of Madness

Disney compró Marvel en 2009. Para ese entonces, la llamada “primera fase” del MCU (Marvel Cinematic Universe) ya estaba en marcha. Se habían estrenado Iron Man (2008), The Incredible Hulk (2008) y ya estaban anunciadas Captain America: First Avenger (2011), Thor (2011) y la secuela de la película protagonizada por Robert Downey Jr. (Iron Man 2, 2010). El plan orquestado por Kevin Feige y Victoria Alonso era claro, todo iba a desembocar en The Avengers (2011), película que dirigió Joss Whedon y que sirvió como un puntapié para abrir aún más el universo planteado y setear los años venideros.
La llegada de Disney sirvió para dos cosas. Primero para garantizar la prosperidad de un universo que estaba cobrando forma, y luego para darle un mayor tinte corporativo: generar un modelo productivo y de negocios bien ajustado.
Después de la compra de 2009, hay otros tres hitos relevantes para entender el fenómeno actual que se vive con las películas de la dinastía de M. En 2015, Marvel y Sony llegaron a un arreglo para que Spider-Man fuera incorporado al MCU, lo que derivó en la aparición del personaje en Captain America: Civil War y la posterior trilogía de films protagonizados por Tom Holland. Luego, en 2019, Marvel compró Fox y con ello se aseguró prácticamente todos los derechos de uso para el cine y la televisión de los personajes creados por los cómics de esa editorial. Y, finalmente, para 2019 se cumplió con lo anunciado en 2015 y Disney creó su propio servicio de streaming, Disney Plus.

Ver todo esto es clave para entender cómo, de la noche a la mañana, la expansión de la cantidad de películas y miniseries vinculadas a los personajes de Marvel se ha vuelto bestial, y por qué recurrir a la idea del “Multiverso” (múltiples universos que coexisten unos con otros) es una herramienta narrativa tan atractiva para seguir explotando a la gallina de los huevos de oro. Las posibilidades de cruzar personajes, mezclar historias, etc. son infinitas.
El éxito de las películas es un hecho consumado de antemano. Disney produce, distribuye y tiene una posición dominante sobre las grandes cadenas de exhibición. Cuando sale una película, acapara con mucha velocidad todas las pantallas existentes. Esto, además, tiene un correlato con el público, que quiere ver las películas de inmediato, para evitar comerse los spoilers.
La vorágine creada por la propia empresa es un círculo vicioso en que las películas, más que ser una obra en sí mismas, son un eslabón en una cadena que puede seguir creciendo de forma infinita. Lo que importa es estar al día. Saber qué pasa y nada más.
Así, las películas de Marvel han ido perdiendo film tras film cualquier tipo de profundidad dramática o desarrollo de la puesta en escena. Se ven igual, se escuchan igual y, en el mejor de los casos, tienen alguna que otra cosa distintivita según el personaje que se trate, no mucho más.
La empresa contrata directores para que firmen las películas pero no para que dirijan. En la mayoría de los casos, los realizadores no dirigen las secuencias de “acción” y quedan relegados y encorsetados a los lineamientos que ya están prestablecidos para los personajes. No se puede jugar con la fotografía, con el sonido o con la interpretación. Nada se puede salir de la caja. Es lo más parecido a lo que sucedía con las viejas series de televisión, como La ley y el orden, cuyos tratamientos estéticos y narrativos eran definidos con mucha rigurosidad para evitar que los cambios de directores durante los capítulos de la temporada afectaran el look total del producto.

No siempre fue así. Las primeras películas del MCU, más allá de no ser piezas de autor, por supuesto, no dejaban de tener una impronta propia. El ejemplo más claro de esto es la tercera entrega de Iron Man, dirigida por Shane Black, o Captain America: First Avenger, de Joe Johnston, películas que ni de casualidad podrían hacerse hoy con la libertad con la que se hicieron en su momento.
La estandarización de los films de Marvel es lo que llevó a Scorsese a decir en 2019 que no eran cine, sino más bien atracciones en un parque de diversiones. Esto que dice el director de Taxi Driver, lejos de verse como una crítica peyorativa, podría pensarse como una descripción objetiva del fenómeno, que de por sí no es algo malo. Incluso, utilizar ese razonamiento nos permite abstraernos al momento de evaluar las películas y no pedirles cosas que a esta altura ya sabemos que no nos van a dar.
Siguiendo con esa línea, las expectativas en términos cinematográficos de cualquier nuevo film del MCU, a estas alturas, deberían ser ya bastante medidas. Quien espere obras en que la puesta en escena tenga un despliegue visual y sonoro llamativo, novedoso o siquiera algún tipo de recurso narrativo/expresivo interesante, va a salir decepcionado. En el mejor de los casos, lo que puede ocurrir es que nos entretengamos, que sintamos algún apego por los personajes y que nos interese algún que otro aspecto del relato.
En esa línea, la secuela de Doctor Strange, Doctor Strange in the Multiverse of Madness, cumple de una forma moderada con las expectativas. Quizá, en mi caso, la vara estaba bajísima después del papelón que fue Spider-Man: No Way Home, y no esperaba mucho. Ni siquiera el nombre de Sam Raimi sentado en la silla del director es algún tipo de garantía. Ya lo dije antes, acá los realizadores ponen un gancho en los créditos, pero no cortan el bacalao. Tanto es así que ni siquiera el creador de la saga Evil Dead pudo escapar al fenómeno de los reshoots, que hoy día ya son algo más que aceptados en este tipo de franquicias.

La película transcurre luego de los sucesos de No Way Home, en los que Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) había jugado con el peligroso multiverso. El film abre con una secuencia en la que un Doctor Strange de otro universo está escapando junto con America Chavez (Xochitl Gomez) de un monstruo que intenta asesinar a la niña y robar su poder. El mago y la joven buscan alcanzar el Libro de los Vishanti, un artefacto mítico que en principio permite vencer a cualquier enemigo. El monstruo termina por asesinar al Strange de ese universo y America logra salvarse a último momento viajando a la dimensión el MCU que conocemos, donde se encuentra con nuestro Doctor Strange. Para saber quién está detrás de America y sus poderes, Strange va a visitar a Wanda Maximoff (Elizabeth Olsen), a quien habíamos visto por última vez en WandaVision, su miniserie para Disney Plus.
Hasta ahí, todo lo que se puede comentar sin entrar en el terreno de spoilers. Digamos que el detonante del conflicto es muy parecido al de No Way Home. El protagonista se manda una cagada, luego intenta solucionarla y cuando la arregla todo vuelve a equilibrarse. A diferencia de aquella película, la secuela de Doctor Strange es un poco menos torpe, más entretenida y tiene algún que otro pasaje que vale la pena destacar gracias a la mano de Raimi.
Respecto a los cameos, hay algunas sorpresas, no muchas. No vayan con las expectativas del hype de las redes porque les va a jugar en contra. Tampoco piensen que se van a encontrar con la octava maravilla. Es una película más, quizá un poquito por encima del promedio que las últimas del MCU, y hasta ahí llegamos. Lo más interesante es el personaje de America Chavez, que dan ganas de seguir viendo su evolución, y también saber qué va a pasar con Wanda luego de todo este berenjenal.
En resumen: si no le piden peras al olmo, van a estar bien. Si quieren ver algo más interesante que la media, no pierdan su tiempo, no es para ustedes. Veremos con qué siguen Feige, Alonso y compañía, todo parece indicar que el multiverso es un curro que llegó para quedarse. Ojalá que lo aprovechen para hacer cosas más interesantes que solo apelar a la nostalgia y al mero efecto sorpresa.
¿Qué es un reshoot exactamente?
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Es un procedimiento que consiste en refilmar partes de una película. Generalmente se hace una vez terminado el rodaje. Luego de que se edita la película, se reescriben ciertas cosas y se vuelven a filmar. Como esas refilmaciones las suele pedir el estudio, muchas veces el director ni participa en el proceso.
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