Copia fiel, ficción y política #8: Pequeñas delicias de la vida conyugal

Por Gonzalo Di Bona (politólogo) y Néstor Alberto Fonte (realizador y docente de cine).
Jason Reitman dirige un guion trabajado por él, junto a Matt Bai, Jay Carson y Jason Reitman, y basado en el libro All the Truth is Out del coguionista Matt Bai. Los productores son el propio Reitman junto a Helen Estabrook y Aaron L. Gilbert. Los productores ejecutivos son Matt Bai, Jay Carson, Michael Beugg, Jason Blumenfeld, George Wolfe, Jason Cloth, Chris Conover y Edward Carpezzi. El equipo de producción incluye al director de fotografía Eric Steelberg ASC, el diseñador de producción Steve Saklad, el editor Stefan Grube, el diseñador de vestuario Danny Glicker, el director de casting John Papsidera y al compositor Rob Simonsen. Un equipo numeroso, con trayectoria y profesionalidad.
Reitman es reconocido por narrar temas hondos de la vida contemporánea, pero de forma entretenida y potente, ironizando a gran escala en Gracias por fumar, en Juno y en Up in the Air, destacados filmes que anteceden a El Candidato (The Front Runner), la película a la que dedicamos esta nota. Este filme es, por muchas razones, el trabajo más ambicioso de Jason Reitman hasta la fecha, lo que lo hace atractivo de por sí.
En particular, The Front Runner puede definirse como una viva cavilación sobre el concepto de lo moral y, también, respecto del rol del periodismo, como custodio de la calidad de la República, cualidad que suele autoatribuirse a través de sus periodistas estrella y sus medios dominantes y, además, como esa combinación ha operado, en este caso en particular, sobre la candidatura de un hombre público, Gary Hart, y la declinación de su carrera hacia la Casa Blanca.
El relato se ubica en los años 1987/88, periodo en el que el senador estadounidense Hart (Hugh Jackman) adquiere protagonismo político como ganador anticipado de la nominación demócrata para las elecciones presidenciales. Se trata de un político que se destaca por su carisma, su inteligencia y experiencia, y su rápida instalación en la carrera presidencial lo pone a la cabeza de los candidatos de su partido, aventajando con una amplia diferencia a favor a su rival más cercano en la interna política.
Conociendo un poco a “El Candidato”
Gary Warren Hartpence nació en Ottawa, Kansas, el 28 de noviembre de 1936, bajo el signo de sagitario. Acortó su apellido a Hart, años más tarde, porque era mucho más fácil de recordar, apelando al marketing político (o cómo se le dijera en ese entonces). Inteligente y capaz, se graduó de licenciado en filosofía a los 22 años, edad a la que también se casó con Oletha “Lee” Ludwing. En 1961 y 1964 se graduó en Yale de licenciado en Divinidad y Derecho, respectivamente.

Luego de desempeñarse durante algunos años en el ejercicio de la abogacía, ingresó a la política en 1972, cuando el entonces senador demócrata George McGovern lo nombró su director de campaña en las primarias de ese año, elecciones que se perdieron en la general ante Richard Nixon, con un resultado abrumador.
En el año 1974, se postuló directamente él mismo a senador por el Partido Demócrata, y ganó la elección por amplio margen. A partir de este momento, fue considerado como una “estrella en ascenso”, como el nuevo John Fitzgerald Kennedy, en esa manía de comparar todo el tiempo situaciones, hechos y personas que tenemos los seres humanos, producto de cierta pereza intelectual o de intereses subalternos.
1983 se convirtió en el año de su lanzamiento a la política grande: compitió en las internas demócratas para las presidenciales de 1984, arrancando muy atrás en las encuestas. Logró posicionarse en un lugar expectante, a través de una campaña excepcional, pero perdió finalmente contra Walter Mondale, quien había sido vicepresidente de Jimmy Carter.
Político joven, carismático, inteligente y con proyección, no se achicó y en 1987 anunció su candidatura a las elecciones presidenciales del próximo año, tras dos mandatos seguidos de Ronald Reagan. A la cabeza de las encuestas, el joven candidato de Kansas que expresaba el cambio se encontró envuelto en un escándalo amoroso…
De lo público a lo privado
El Candidato se centra en los últimos días en que el sueño de Hart, un candidato focalizado en la idea de reformular el liderazgo americano y empecinado en negarle a la prensa la posibilidad inmiscuirse en su vida personal, algo que hoy parece un propósito imposible de cumplir. En ese marco, el filme relata cómo un affaire amoroso, una aventura por fuera de su matrimonio, de la que poco se sabremos, lo deja fuera carrera.

¿En qué medida la vida de un hombre exitoso, con una carrera pública sólida, puede ver comprometida su potencialidad política como consecuencia de una debilidad personal, o familiar si se quiere, que es tomada y amplificada por los medios de prensa? ¿Cómo las repercusiones públicas de una campaña de investigación/denuncia periodística pueden influir en el curso de los acontecimientos, e incluso en la historia de un país? Estas son preguntas que quedan flotando a partir del relato. Y que analizadas desde una actualidad contaminada de fake news y lawfare, se potencian todavía más.
Haciendo un pequeño paréntesis, es oportuno puntualizar que estas noticias siempre se sobredimensionan cuando se refieren a dirigentes progresistas y, por lo general, son minimizadas u ocultadas cuando sus protagonistas abrevan políticamente en expresiones de la derecha. ¿Será que las “inmoralidades” de un espacio político son peores que las del otro?
Retomando el tema específico de esta nota, podemos referirnos a testimonios de su coguionista, coproductor y autor del libro original sobre el que se basa la película, Matt Bai, en los que ha expresado que una parte importante de la motivación para contar esta historia se relaciona con el hecho de que el caso de Hart se estaba olvidando, y parecía necesario recrearlo ante un público numeroso, en especial, en estos tiempos en los que los escándalos son recurrentes. Al respeto Bai explica: “… la historia que tenía que ser contada, y la que contamos en la película, es la del momento en el que los medios toman un camino que nos lleva a la política actual”. Y esta idea, proyectada a la complejidad de nuestros días, es una de las razones que la hacen interesante.
Habrá sido en aquella época que el rol y capacidad investigativa del periodismo se canalizó en una práctica detectivesca de manual, a partir de denuncias, verdaderas o falsas, con vigilancias, seguimientos, delatores y captura de imágenes de manera clandestina. Tal vez no ha sido la primera vez, pero de seguro que se trata de un caso patente que parecía condenado al olvido.
Por otro lado, ¿qué pasa con los límites entre la privacidad de una persona y su deber moral como eventual dirigente de orden público?

En su caso, Gary Hart pagó cara su aventura amorosa, mucho más de lo que estuvo dispuesta a hacerle pagar su propia esposa Lee (en una estupenda interpretación de Vera Farmiga), quien, aunque debe lidiar con sentimientos complejos, asimila el golpe y cuida que su marido no pierda la línea de flotación. Pero el brazo poderoso del cuarto poder, ranking de poderes que quizás habría que chequear, se cobrará una presa entre ingenua e impura, dos defectos imperdonables para un potencial presidente de los EE. UU.
Otro personaje para destacar es su jefe de campaña, Bill Dixon (para quien ha puesto cuerpo y semblante el destacable J. K. Simmons), un diestro y empecinado capitán que intenta enderezar el barco mientras dura la tormenta. ¿Qué candidato o candidata no desearía contar con un asesor así?
Reitman ha montado un trabajo nostálgico de una era del cine estadounidense (la década de 1980), con sensatez, una dirección inteligente y movimientos eficaces de cámara, que nos permiten ser testigos privilegiados de cada gesto, seña y movimiento importantes. Además, lleva adelante un abordaje que deja en claro que, más que dar satisfacción a una demanda del público, que es lo que en general argumentan, los periodistas explotan el escándalo como una mercadería para capturar lectores (o audiencias).
The Front Runner es, en última instancia, una buena película que tal vez no quede en los honorables libros de la historia del cine con mayúscula, pero se deja ver con interés, plantea muchas reflexiones éticas y alcanza una suficiente dignidad como para ser parte de esta columna de la 24 Cuadros.