Reseña: Spencer

La nueva película de Pablo Larraín, director de Jackie, se adentra en un viaje introspectivo e intimista de Diana Spencer en medio de una crisis existencial. El relato transcurre en una línea temporal de tres días desde la Nochebuena hasta el día posterior a la Navidad de 1991. Para ello el director construye una historia donde se toma el tiempo necesario para narrar y reflejar los diversos estados de ánimo y conflictos personales de Diana mientras sufre el asedio de su marido Carlos y la familia real.

La interpretación de Kristen Stewart en el papel de Diana Spencer le otorga un tono desgarrador y melancólico a través de una composición genuina desde lo gestual y lo corporal. Su vida es una simulación constante, una puesta en escena para la prensa, los fotógrafos y su entorno. El único vínculo genuino es con sus hijos Henry y William, reflejos de efímeros momentos de felicidad.

Todos los ojos están puestos sobre ella, no puede nada hacer sin sentirse observada, despreciada e invadida en su intimidad. En Spencer, su protagonista deambula por los pasillos como un alma en pena tratando de reencontrarse con ella misma. Con una fotografía de Claire Mathon (Retrato de una mujer en llamas), la cámara se desplaza y la sigue de cerca ante la inmensidad de esos espacios majestuosos que son reforzados por la utilización del gran angular. La magistral banda sonora de Jonny Greenwood –compositor de varios films de Paul Thomas Anderson– refuerza dramáticamente lo agobiante de la situación en la que ella está inmersa.

La influencia ineludible de Stanley Kubrick en la fotografía y puntualmente en dos escenas de clara referencialidad a El Resplandor no son solo una muestra clara de cinefilia por parte de su director, sino una lúdica manera de cruzar esos mundos emparentados con lo fantasmagórico y la enajenación.

En esta trama de búsqueda interior, los planteos existenciales sobre si ella será recordada como una demente, el dilema de resolver su conflicto con su marido, su infancia y la figura de su padre la van sumergiendo en una atmósfera onírica, donde las apariciones de Ana Bolena ante ella forman parte de una búsqueda en su pasado para volver a resignificar su presente y así tratar de entender qué decisiones deberá tomar a futuro.

La alienación que sufre la protagonista finalmente la va arrastrando a un punto de no retorno del que logra salir volviendo a visitar su casa abandonada de la infancia para luego tomar el riesgo mayor de confrontar con su entorno en una escena final tensa y coronada con un escape junto con sus hijos, en una pequeña tregua, con la que el director elige quedarse para culminar la película.

En Spencer, Pablo Larraín toma ciertos riesgos –algunos quizás polémicos– y evita seguir las formas convencionales del biopic, con ciertas libertades en torno a la figura de Diana y una construcción de personaje atormentado en una atmósfera en donde lo onírico se entremezcla con lo real anclándose en un relato sofisticado y virtuoso desde lo formal.