Poco ortodoxa: el cuento de la criada

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Otra de las series furor de la cuarentena es Poco ortodoxa o Unorthodox, la miniserie distribuida por Netflix y producida por Alexa Karolinski, quien también se encuentra entre los guionistas. En los cuatro capítulos, coproducidos por Alemania y Estados Unidos, se cuenta un episodio en la vida de Esty (Shira Haas). Su personaje está inspirado en la autora de la autobiografía en la que se basa la serie, Unorthodox: The Scandalous Rejection of My Hasidic Roots, Deborah Feldman. En un promedio de 50 minutos por capítulo vemos el presente de Esty en Berlín, ciudad a la que escapa, mezclado con recuerdos de su pasado reciente en una comunidad judía ortodoxa de Nueva York.

Con un tono plenamente dramático, la focalización en Esty nos permite adentrarnos en las, para nosotros, ajenas costumbres de su comunidad. La mirada de la joven de solo veinte años, ya retirada de su lugar de origen, nos aporta un extrañamiento ante las costumbres y los hábitos de personajes que no suelen ser representados en las ficciones más mainstream. El hecho de ver a los personajes hablar en idish nos recuerda todo el tiempo que somos observadores de algo distinto, algo a lo que no pertenecemos. La enajenación se va armando a partir de los arreglos de la boda con Yanky Shapiro (Amit Rahav) y la consecuente unión de ambas familias. La de Esty está formada por su tía (Ronit Asheri), su abuela –“bubbe”– (Dina Doron) y su padre alcohólico (Gera Sandler). Entre los Shapiro, la madre (Delia Mayer) tiene un papel importante, ya que es la que más interviene en el matrimonio de los jóvenes, apurando, de alguna manera, su colapso. El “problema”, que vamos descubriendo a medida avanza la trama, tiene que ver con que Esty y Yanky no logran tener sexo, pese a los consejos de una joven supuestamente experta en su comunidad y la presión de ambas familias, especialmente de los Shapiro. Casi un año de matrimonio y ningún embarazo es signo del fracaso de la unión, y cuando Esty descubre que efectivamente sí ha quedado embarazada después del único encuentro sexual “exitoso”, decide irse a Berlín, lugar del que escaparon sus antepasados y donde vive su madre (Alex Reid), antecedente de su propio escape. También a partir de fragmentos de recuerdos vemos que la madre de Esty huyó de la comunidad, de su marido alcohólico, y logró tener una vida “normal” en Berlín, junto a su pareja femenina. Ella es uno de los personajes en los que la serie logra profundizar un poco, en sus motivos, en sus deseos. Porque si bien la historia se propone como el cuento de la liberación, en muchas ocasiones la narración solo roza la profundidad de tremendo cambio.

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Esty no conoce otra realidad que su realidad, la de su comunidad, entonces al llegar a Berlín se comporta como una extranjera social. No conoce convenciones, nunca se compró un jean, no tomó alcohol, no tiene referencias para comportarse con libertad. Sin embargo, su curiosidad y deseo son más fuertes y en pocos días logra encontrar un grupo de amigos, una posible ocupación, y empieza a construir una identidad por fuera de lo conocido. Es interesante ver que en la materialidad ella ya está afuera pero internamente sigue arraigada a las creencias que configuraron su mundo, como cuando hacia el final dice la frase “Dios te está viendo”. La serie se comporta como un policial por momentos, porque no solo vemos a Esty ingresar al nuevo mundo sino también a Yanky y Moishe (Jeff Wilbusch) tratando de encontrarla en Berlín. Moishe es un personaje bastante particular que ha tenido su propia secuencia de escape, pero ha decidido volver a la comunidad, como una muestra no tan sutil de que es difícil vivir fuera de lo conocido. Llámese zona de confort, familiaridad, hábito, es casi imposible cuestionar radicalmente las nociones con las que hemos sido formados. Sin embargo, y en un tiempo bastante récord, Esty se desprende de la mayoría de sus lazos con esa familiaridad. Menos, la serie nos da a entender, del nuevo hijo que vendrá, quizá la prueba de una unión posible entre dos mundos muy distintos, representados geográficamente en Berlín (con todas las connotaciones que tiene para el pueblo judío) y la pequeña comunidad ortodoxa de Nueva York.

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La serie trata temas que están en la agenda, juzga duramente el tratamiento que reciben las mujeres en estas comunidades. La mirada extrañada, foránea, nos invita a rechazar la mayoría de las costumbres que roza el fanatismo y muestra una inflexibilidad cultural y mental muy peligrosas. Esty no quiere ser una “máquina de bebés”, quiere conectar con su deseo de ser música, quiere poder caminar libremente por la calle sin que nadie la persiga o le diga cómo hacer las cosas. A mí al menos se me hizo inevitable ver los puntos en común entre la distopía imaginada por Margaret Atwood y la forma en que estas comunidades se manejan. Pero creo que en cuatro capítulos es difícil contar una historia tan compleja y por eso la serie no logra la profundidad que pretende. No es una historia de liberación más, o de una mujer “empoderada” más. Lo más interesante que tiene Poco ortodoxa es permitirnos esa entrada en un mundo tan ajeno al nuestro, pero creo que desaprovecha un poco la posibilidad de reflexionar sobre la idea de libertad y tradición. Por supuesto, vemos y nos preguntamos quién no querría huir de esa ortodoxia, romper ese mandato, pero me quedo con las ganas de saber por qué alguien se quedaría, cómo Esty va a conjugar su nuevo estilo de vida laico con sus creencias religiosas profundamente arraigadas y qué produjo semejante quiebre para decidirla a intentarlo. La serie se detiene en su bonita fotografía, en el rostro de la fabulosa Shira Haas –que se la pasa llorando–, en la música que va dictando cómo sentirnos, pero para mi gusto no llega del todo a dar con el nudo del problema y se vuelve cuento de hadas.