Captive State: cautivos sin saber
Captive State es una película que no resonó mucho. Dirigida y co-escrita por Rupert Wyatt, director de Rise of the Planet of the Apes (2011), puede ser catalogada como ciencia ficción situada en un futuro cercano, pero también apunta a ser un thriller con espionaje y tintes políticos.
El prólogo nos cuenta una invasión extraterrestre que culmina con la rendición de la raza humana. Los alienígenas pasan a ser legisladores y controlan la vida en la Tierra. En este contexto, el detective Drummond busca escapar de Chicago junto con su familia, pero él y su esposa son asesinados, dejando huérfanos a sus hijos Rafe (Jonathan Majors) y Gabe (Ashton Sanders). El primero se convierte en una especie de mártir, símbolo de una rebelión acallada; mientras que el segundo vive como puede y sueña con fugarse de ese gobierno dominado por la ley marcial y la opresión. A su vez, William Mulligan (John Goodman), quien era compañero del detective Drummond, es un agente de alto rango que trabaja para sofocar un nuevo brote rebelde en la ciudad.
La sorpresa con esta película fue, a mi parecer, agridulce. Hay una propuesta original, no cae en los típicos momentos de la ciencia ficción y acción. Ni los efectos especiales ni la emoción desmedida para construir la credibilidad son su fuerte. Se enfoca más en una ambientación excelente, mostrando Chicago como una ciudad gris, desesperada desde ese barrio proletario en el que Gabe vive.
El otro tópico en el que se asienta es la intriga, pero su estructura narrativa singular hace que sea difícil de asimilar. En la necesidad de mantener todo en el más absoluto de los secretos, llegamos a perdernos entre la cantidad de personajes y los pasos que van dando para llevar a cabo “la chispa” que encienda una rebelión. De hecho, la primer hora, salvo algún que otro detalle, es un cúmulo de mensajes que se envían en secreto, miradas desconfiadas, charlas en la clandestinidad, algún hackeo; todo un preámbulo que se termina haciendo largo. Tampoco sabemos qué pasa si logran el objetivo, cuesta entender qué va a pasar luego, ya que toda la fuerza del film está depositada en la intriga inicial y solo hace hincapié emocionalmente en Gabe, pero su participación es indirecta.
Y ahí pasamos a otro punto que, sin ser necesariamente un problema, descoloca a la hora de ver el film: los personajes tienen muy poca o ninguna caracterización. No sabemos quiénes son, de dónde vienen, cuáles son sus motivaciones. Parecen piezas que se mueven con una voluntad supuesta, a la que debemos acceder aún sin saber concretamente adónde va la trama.
Pasada la primera hora, luego de un hecho puntual que consuma el plan de los rebeldes, la película parece tomar un cauce más simple y empieza a resolver algunos porqués, pero estos no serán del todo revelados hasta el último minuto. El final llega con la conclusión, pero después de tantas vueltas, puede tener gusto a poco.
Destaca en su actuación, por supuesto, John Goodman, quien compone un personaje cínico y recio que por momentos recuerda al detective interpretado por Stephen Rea en V for Vendetta (2005), un tipo no necesariamente malo, sino más bien pragmático y que valora la ley por sobre todas las cosas. Ashton Sanders ya había mostrado sus cualidades sobradamente en Native Son[1] (2019) y en Moonlight (2016), dando el salto de “estrella en ciernes” a “estrella” en cualquier momento. El resto del elenco no destaca pero tampoco resta, con una Vera Farmiga rigurosa y caras conocidas como Kevin Dunn o Alan Ruck.
Repetimos que Captive State es una propuesta original, un intento de hacer una superproducción desde otro ángulo, pero que muestra algunos traspiés en su desarrollo y en su edición. No es lo que un purista de la clasificación llamaría “mala”, nada más lejos de la realidad; simplemente vale considerarla distinta y mirarla con un ojo un poco más atento para seguirla sin perdernos o aburrirnos. A quien tenga ganas de hacerlo, recomiendo.