Sharp Objects

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Hush now baby, baby, don’t you cry.
Mama’s gonna make all your nightmares come true.
Mama’s gonna put all her fears into you.
Mama’s gonna keep you right here under her wing.
She won’t let you fly, but she might let you sing.
Mama’s gonna keep baby cozy and warm.
Ooh baby, ooh baby, ooh baby,
Of course mama’s gonna help build the wall.
(Trad)
Tranquilo bebé no llorés
Mamá va a convertir tus pesadillas en realidad
Mamá va a meter todos sus miedos en vos
Mamá te va a mantener bajo su ala
No te va a dejar volar, pero tal vez te deje cantar
Mamá va a mantener a su bebé limpio y abrigado
Oh Bebé
Mamá va a ayudarte a construir la pared
Mama (Roger Waters) – Pink Floyd, de su disco The Wall.

SIN SPOILERS

En mis anteriores reseñas (La forêt, La trêve), les expuse la “Clasificación Castaño de Policiales”. Este orden establece de manera contundente e innegable (?) que los policiales usualmente siguen uno o varios de los siguientes lineamientos en los últimos años:

  1. Policial de jefe nuevo
  2. Policial de genio incomprendido y trasladado
  3. Policial de retorno al pueblo
  4. Policial de asesino que vuelve
  5. Policial de bardo en la taquería
  6. Policial de condena injusta
  7. Policial de mente engañosa
  8. Policial «cold case» o de caso viejo
  9. Policial de búsqueda frenética

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Otro dato de la actualidad es que muchos de los policiales modernos tienen en el papel de víctimas a adolescentes o niños. La mirada del mundo adulto, que filma y escribe los relatos, deja entrever miedo a lo “desconocido”, siendo lo “desconocido” lo que pasa por la mente de un grupo de quinceañeras. El mundo adulto está completamente ajeno al mundo adolescente. Lo siente, al mismo tiempo, peligroso y en peligro. Entienden los autores que las redes sociales, el bullying y la sensación cuasi punk de “no future” son un flanco abierto. La angustia adolescente, que pasaba antes por peleas con los padres, desapego y desinterés, se transformó directamente en peligro de vida.

Es sabido que aunque el género se llame “policial”, esto no significa que la pesquisa la lleve a cabo un policía. Puede ser cualquiera, como nos enseñaron Chesterton o Agatha Christie, con sus famosos J. Brown (cura párroco) o Miss Marple (vecina notable del pueblo de St. Mary Mead). En los últimos años, tomó impulso el policial protagonizado por periodistas. Culpo a Stieg Larsson y a su saga Millennium por este hecho. El policial de periodistas, usualmente, tiene una arista que se reitera. Al no ser parte de las fuerzas de seguridad, el periodista está en peligro. Investiga con la sensación de ser una presa de su investigado. Los relatos, por ende, suman una capa de suspense.

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Sharp Objects es un digno exponente de un policial actual. Pertenece a los tipos 3 y 7 de la CCP (Clasificación Castaño de Policiales). Tiene como protagonista a una periodista y, por supuesto, las víctimas son adolescentes.

Camille Preaker (Amy Adams), una reportera del St. Louis Tribune, es enviada por su jefe Frank Curry (Miguel Sandoval) a Wind Gap, su pueblo natal, a cubrir el violento asesinato de una adolescente. Camille tiene problemas psiquiátricos. Se marca palabras sobre la piel con objetos afilados –sharp objects–, como agujas y cuchillos. Además, es alcohólica.

A regañadientes, acepta la asignación. Wind Gap es un pueblo sureño dedicado casi exclusivamente a la cría de chanchos. Su madre Adora (Patricia Clarkson) forma parte de la aristocracia del lugar. Su casa es una mansión que data de siglos. Su padrastro Alan (Henry Czerny) solo parece interesado en su nuevo e imponente equipo de audio. Y su media hermana Amma (Eliza Scanlen) es una quinceañera con dos caras: niña perfecta para la mamá y un problema en patines para todos los demás.

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En cuanto su auto llega al pueblo, los recuerdos de su problemática niñez la invaden y serán recurrentes en todo el relato, en especial, el de su hermana Marian, fallecida allá lejos y hace tiempo. Sharp Objects es, entre otras cosas, un estudio sobre la memoria. Es usual en los relatos que tienen la vuelta al pueblo como factor importante. Lo que no es normal es como Jean-Marc Vallée, el director de los ocho capítulos de la serie, los inserta, y es experimentando con un recurso de montaje llamado flash-cutting, imágenes que se insertan en la acción, con tiempo de lectura mínimo, y que insinúan, nunca cuentan del todo, los sucesos del pasado. Además tenemos el estado mental de Camille, que le hace ver una suerte de apariciones, a veces en espejos, a veces en el borde de cuadro, a veces terroríficas, otras sugerentes.

La mansión, los asesinatos, el diseño de personajes, el clima imperante y el sugerido horror enmarcan Sharp Objects en una subcategoría llamada Southern Gothic o gótico sureño. Utiliza los eventos macabros para hablar de la sociedad y los valores sureños como resabio decadente de otro mundo. No se oculta en Wind Gap el apego por el Ejército secesionista, y no extraña la poca cantidad de afroamericanos presentes. La mansión, o casona, uno de los elementos notables del género, es una figura ominosa en el horizonte del pueblo y parece regir desde su imponente arquitectura los destinos de todos sus habitantes, incluido el jefe de Policía Vickery (Matt Craven). La aristocracia manda. Los demás obedecen. La forma de ejercer poder es de una violencia contenida. Se sugieren las consecuencias de desafiarlo. Al contrario de lo que Pantera enunciaba, el despliegue del poder no es vulgar. Es hasta elegante, se sirve con limonada. A esto se le llama en Estados Unidos “modales sureños”. Esclavista, si, pero empilchado para la milonga.

Investigando en el lugar también está Richard Willis (Chris Messina), detective venido de la gran ciudad, por la gravedad de los acontecimientos, y pronto se encuentra bajo el escrutinio de ese infierno grande que es el pueblo chico. Ya nos lo mostraron miles de autores, pero vale la pena reiterarlo: en el interior encontramos el verdadero horror.

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Las ocho horas de las serie nos llevan de paseo por varios lugares. Este no es un policial corriente. De hecho, el caso es una de las subtramas, siendo la principal la relación de Camille con su pasado, y sobre todo, con su absorbente madre.

La novela homónima de Gillian Flynn la catapultó a la fama. Luego vendrían Dark Places, llevada al cine por Gilles Paquet-Brenner con Charlize Theron como protagonista y ese enorme best seller que es Gone Girl (Perdida), llevada al cine por David Fincher. Flynn es una de las autoras de la década. Jean-Marc Vallée es un director probado. Dallas Buyers Club y Demolition lo demostraron. Big Little Lies, serie de la que dirigió todos sus capítulos el año pasado, también por HBO, lo reafirmó. Hoy con Sharp Objects se encuentra en un punto de quiebre. Es un misterio. Es un policial. Pero es divisivo, lo cual lo hace más interesante. Estamos en un momento en que los relatos se parecen tanto que un pelagatos como quien firma esto puede hacer una clasificación. Sharp Objects, sin escaparle a los elementos familiares, se diferencia en sus formas. Tal vez sean los modales sureños.

Pero si hay un párrafo destacado, será para la dupla de Amy Adams y Patricia Clarkson, que hacen el papel de sus enormes carreras. De la última hemos visto maravillas, como Buenas noches, y buena suerte, o su papel en The Green Mile. Y de Amy Adams, por si nos queda alguna duda, solo recordemos lo que dijo Paul Thomas Anderson: “Ella no parece muy notable con la cámara apagada. No sabés que está ahí. En cuanto la cámara se enciende, parecen fuegos artificiales. Es una explosión gigantesca de talento, creatividad y carisma. Es mi favorita, como te darás cuenta. Nunca deja de sorprender. Hizo The Fighter, The Master y The Muppets. Dejate de joder. Puede hacer absolutamente cualquier cosa, y mejor que los demás”.

No es que realmente importe, pero suscribo a cada palabra.