De ridículos y contradicciones: I, Tonya
“Los odiosos siempre dicen: Tonya, contá la verdad. Pero no existe tal cosa como la verdad. Cada uno tiene su propia verdad”.
I, Tonya (2017) cuenta, con el formato de un falso documental, la biografía de Tonya Harding (Margot Robbie), una patinadora artística norteamericana que se vio envuelta en un escándalo al estar involucrada en el ataque a Nancy Kerrigan: su rival en el patinaje.
A través de ese formato, su director, Craig Gillespie, utiliza el recurso de las falsas entrevistas, voz en off y flashbacks para construir el relato de una historia, con sus diferentes versiones. Aquella frase que enuncia su protagonista es la que establece la premisa sobre la que se basa la película y tiene el mérito de dejarle al espectador la tarea de terminar de construir su propia visión sobre lo que se cuenta.
La biografía de Tonya está atravesada, desde su niñez, por el abuso en diferentes ámbitos y por distintas personas en quienes ella debía confiar. El primer abuso viene por parte de su madre, LaVona (Allison Janney), quien justifica sus actos en la exigencia para llevarla hacia el estrellato. Tonya logra escapar de ese abuso para pasar al de su esposo, Jeff Gillooly (Sebastian Stan): una persona violenta y, sobre todo, limitada, quien no apoya a Tonya ni entiende el entorno en el cual se desarrolla el deporte que eligió y quien será, finalmente, el que genere las acciones iniciales del famoso incidente por el que acusaron a su esposa. Por su parte, la asociación de patinaje, abusa de la que mujer que ellos consideran “basura blanca (white trash)”, una representante de la clase baja blanca norteamericana que no cumple con los estándares de estilo y elegancia que quiere reflejar el patinaje artístico.
Podría decirse que Tonya es abusada, en algún punto, también por esta película, al dejarla expuesta y en ridículo. Si bien muestra su sufrimiento, a su vez, exhibe sus contradicciones, a través de su frase favorita: “no fue mi culpa”, en reiteradas ocasiones, lo que presenta su falta de autocrítica a la hora de enfrentarse a sus errores.
A pesar de comenzar el film con la frase “basada en una insana historia real”, lo que prima es el ridículo que está a la orden del día en la presentación de todos los personajes, a través del absurdo y el humor negro. Estas son las herramientas que eligen Gillespie y el guionista Steven Rogers, para plasmar un drama en un contexto particular: una competencia de patinaje artístico. La película se ríe de la sinrazón de esa disciplina y de algunos de sus protagonistas, como la madre de Tonya, obsesionada por el éxito, los entrenadores, los jueces, y la rival Nancy, por tomarse el deporte de manera tan seria.
Quizá, un error en la narración de la historia sea no mostrar la rivalidad existente entre Tonya y Nancy con mayor claridad o anticipación. Revisando los archivos de la época uno puede enterarse un poco más y entender que Nancy representaba para el mundo del patinaje artístico todo aquello que Tonya no lograba alcanzar: la imagen blanca, prístina y elegante, rodeada de un entorno saludable.
Finalmente, en el desenlace de la historia, Jeff Gillooly y su amigo y guardaespaldas de Tonya, Shawn (Paul Walter Hauser), serán los reyes del ridículo, al protagonizar el disparatado plan para perjudicar a Nancy Kerrigan antes de la competencia nacional. A esta altura, el espectador tiene la sensación de estar frente a una película de los hermanos Coen, donde abundan los personajes desencantados y desorientados en sus acciones y, donde todo lo que puede salir mal, sale mal.
Yo, Tonya logra, con una producción pequeña, pintar un gran cuadro sobre la parte menos glamorosa de Estados Unidos. Un gran porcentaje es el resultado de la actuación de Margot Robbie (nominada como mejor actriz a los premios de la Academia), quien en esta oportunidad no solo protagoniza la película, sino que también es productora, lo que la coloca dentro de los nuevos talentos del cine, trascendiendo el estereotipo de la rubia fatal en el que podría haber sido ubicada, dentro de una industria muy atravesada por el machismo.
Otras partes las cumplen la grandiosa Allison Janney, nominada como mejor actriz de reparto al Oscar; el director, Craig Gillespie, quien ya ha demostrado el buen uso del absurdo en Lars y la chica real, y el guionista Steven Rogers, que sorprende al salirse de la estructura clásica de las románticas como Kate & Leopold o Postdata: te amo, para meterse de lleno en una tragicomedia con humor negro.
En suma, así como Gillespie deja al descubierto las contradicciones de la protagonista, también lo hace con los otros personajes, sin pintarlos ni como ángeles ni como verdaderos villanos. En este sentido, la historia queda abierta y, seguramente, de este lado del continente, nos falte estar en la piel del público estadounidense, seguidor del patinaje artístico, para terminar de entender el porqué de esta elección en el tratamiento de la protagonista. ¿Acaso fue un intento de humanizarla y buscar una suerte de redención con su público? ¿O quizá sea cierto eso que Tonya misma dice: “América… quieren alguien a quien amar y alguien a quien odiar”?
La respuesta queda a elección del espectador.