La ciudad muerta
Imaginen una ciudad que quiebra económicamente. El estado comienza su retirada. La sociedad vuelve a un estado primal.
El cine y las series, siguiendo a los maestros de la ciencia ficción en su vertiente ucronía apocalíptica, han imaginado muchas veces el fin de la civilización. La forma más usual es el relato situado luego del quiebre. Las peripecias se suceden en un mundo que lleva años devastado. Las reglas ya han sido reescritas y durante el relato vamos descubriendo el nuevo orden, al mismo tiempo que los personajes, o a través de ellos. Pensemos en The Road (John Hillcoat – 2009), The Book of Eli (Albert y Allan Hughes – 2010) , I am Legend (Francis Lawerence – 2008), incluso en La Jette (Chris Marker – 1962) y Waterworld (Kevin Reynolds – 1995).
Una vertiente menos común es situarnos en el grado cero de la debacle. La primera Mad Max (George Miller – 1979), nos ubicaba en un entorno que se iba desintegrando. El estado australiano perdía el control de las carreteras, en manos de pandillas, todo esto en base a una crisis por la falta de combustible. Rise of the planet of the Apes (Rupert Wyatt – 2011) andaba por un camino parecido. Buscando una cura para al Alzheimer, un científico termina creando una droga que vuelve a los simios tan o más inteligentes que los humanos, iniciando la caída de la civilización. Children of Men (Alfonso Cuarón – 2006), plantea un mundo donde las mujeres no pueden quedar embarazadas, la población está envejeciendo y la humanidad comienza el camino hacia la extinción.
El ejemplo más claro sería la diferencia entre The Walking Dead y Fear the Walking Dead, ambas de Robert Kirkman. En TWD, Rick se recupera del estado de coma, en el Hospital de una ciudad pequeña y periférica, tiempo de después del brote zombie, cuando la sociedad ya ha sucumbido. En Fear the Walking Dead vivimos el brote en Los Angeles, la reacción del Gobierno, las pequeñas batallas que, una a una, son perdidas hasta que nos adentramos en el mundo apocalíptico.
En la primera modalidad, el apocalipsis es un marco; es un espacio de la acción. Condiciona las situaciones. Define y modela la psiquis de los personajes. En la segunda modalidad, el Apocalipsis es un hilo esencial de la trama, por su cronología, y la relación causa y efecto. Las reglas del juego se escriben frente a nosotros y los personajes las aprenden al mismo tiempo.
En los últimos años, ha tomado impulso una tercera modalidad. El apocalipsis se encuentra en un estado de animación suspendida. El relato se sitúa en una línea de tiempo acotada y densificada si se quiere. Estamos cerca del grado cero. La diferencia más notable es que no hubo un virus asesino, ni una guerra nuclear. La causa del apocalipsis fue la implosión de la sociedad de consumo. Es decir, el relato no es muy explicativo; no lo necesita, hemos visto las causas en las noticias. El estado desaparece. La sociedad organizada se disuelve, como en nuestro barrio, todos los días.
Los relatos no son intrínsecamente apocalípticos, aunque no podrían ocurrir en otra situación. El cine norteamericano ha plantado bandera en un espacio, un lugar, para estos relatos: la ciudad de Detroit. La ciudad que quebró. La ciudad con el estado en retirada.
Ver aquí un ensayo fotogràfico que publico PBS (el canal público de EE.UU) sobre el tema:
http://www.pbs.org/newshour/multimedia/abandoneddetroit/index.html
En otro tiempo, Detroit fue la 4ta ciudad en población de los EEUU. En 1950, 1.800.000 personas vivían allí.
La pujanza venía de la mano de las grandes compañías automotrices – Ford, General Motors y Chrysler-, que tenían sus centrales y fabricas en la zona.
Como sabemos, desde la década del 80, las automotrices comenzaron a necesitar menos mano de obra por la robotización y la apertura de filiales en países con condiciones laborales aún más precarizadas que las de Norteamerica, tema tocado en el documental Roger and Me (Michael Moore – 1989).
En 2008 EE.UU. llevó al mundo al borde del colapso económico, debido a las especulaciones bursátiles con el sistema de Hipotécas. Múltiples películas trataron el tema, entre ellas The Big Short (Adam McKay – 2016), Too Big to Fail (Curtis Hanson – 2011), Margin Call ( J.C. Chandor – 2011) y el excelente documental Inside Job (Charles Ferguson – 2010) . Como consecuencia de las crisis financiera, las centrales automotrices se achicaron al máximo.
Y entonces, en esta situación, en el año 2013, la ciudad de Detroit se declara en bancarrota, ya que debía 14 billones de dólares (muchos, muchos ceros) y su presupuesto estaba en déficit. El estado, simplemente no podía mantenerse. Por primera vez una ciudad de esa envergadura se declaraba en quiebra.
La población de Detroit, que venía en franco descenso, tocó fondo. Sólo 700.000 personas habitan hoy en los 350 km2 de superficie de la ciudad. La Ciudad de Buenos Aires tiene 2.800.000 habitantes en 250 km2, por tanto pueden imaginarse la desolación.
De esas 700.000 personas, en un momento dado, el 18% se encontraba sin empleo. Tenemos una ciudad enorme, despoblada, plagada de edificios vacíos – se calculan 100.000 casas abandonadas – y con la población empobrecida y entrando en la marginalidad.
A los argentinos, esta situación nos parece conocida. Un país entero entró en bancarrota. Y es cierto, mucha gente se fue a otros países. Pero en la escala de una ciudad, que queda despoblada, es ciertamente inaudito en la historia moderna de Occidente. No hablo de Oriente, porque los Chinos han demostrado ser capaces de cosas increíbles, como relocalizar a 8 millones de personas para construir una represa.
El cine norteamericano ya había puesto su interés en Detroit. Fue en Robocop (Paul Verhoeven – 1987). El holandés acertante, a partir de un guión de Edward Neumeir y Michael Miner, y puso las cosas en el terreno de la mejor ciencia ficción, tocando dos temas clave del repertorio: la proyección futura de las sociedades y la pregunta de siempre: ¿qué diablos significa ser humano?
Detroit, en los 80, y ya flagelada por las políticas desregulatorias del gobierno de Ronald Reagan, que permitían que las grandes industrias dejarán gente en la calle sin ton ni son, en pos de aumentar el margen de ganancia -«neoliberalismo», no sé si les suena de algún lado – vivía una primavera del crimen. De hecho, se la conoció como la capital americana del homicidio en esa década, con un promedio de 58 asesinatos cada 100.000 habitantes. Calculen que en Santa Fé, la provincia con más homicidios de la Argentina, durante 2015 la tasa fue de 12.2 por cada 100.000 habitantes. Si con eso, aquí se despliega a Gendarmería Nacional y Prefectura, es lógico que Hollywood, con casi el quíntuple de asesinatos, despliegue a Robocop.
Pero últimamente, Detroit apareció en el cine al menos tres veces. Y no para contarnos su situación. No para contarnos su debacle. Detroit apareció como escenario del apocalipsis urbano consumado. En el tiempo presente. Aquí y ahora.
En 2013 Jim Jarmush filmó, a mi parecer, una joya del cine moderno: Only lovers left alive. Eve y Adam ( Tilda Swinton y Tom Hiddleston) son un matrimonio de vampiros, que viven en continentes separados. Mientras que Eve pasa sus días en la misteriosa Tanger, en el extremo norte de Marruecos, Adam se refugia en una casa en un barrio desolado de Detroit. Para conseguir sus sustento, es decir sangre, Eve confía en Christopher Marlowe (John Hurt) un viejo vampiro que, se presume, escribió gran parte de la obra atribuida a Wlliam Shakespeare.
Los vampiros han abandonado la caza furtiva. Tanto Eve como Adam utilizan métodos no violentos. Toman “de la buena” como les gusta decir, O Negativo, evitando enfermarse con sangre contaminada. La vinculación a la sangre contaminada no es exclusiva con el HIV, como tantas veces se ha alegorizado en el género. Se hace referencia a las drogas y hasta la contaminación ambiental, como factores que empobrecen su calidad, y hasta pueden volverla mortal para los inmortales.
La pareja es culta y refinada. Eve lee 7 en idiomas, y puede decir el año en que se creó cualquier objeto con solo tocarlo. Adam es músico y científico. Han abandonado el plano terrenal; son la generación que puede ocuparse de mirar a las estrellas.
Para conseguir el preciado sustento, Adam concurre al servicio de hemoterapia nocturno de un Hospital de la ciudad, donde el Dr. Watson (Jeffrey Wright) le vende los sachets sangre. Adam paga cuantiosas sumas de dinero. No se explicita cómo lo consigue, pero Adam se ha codeado con inventores, poetas y luminarias, y armó una máquina que le brinda energía gratuita e infinita, en los confines oscuros de la ciudad. Además, es un músico consumado, y les ha brindado muchas piezas a autores conocidos, por lo que se presume que recursos no le faltan.
El escenario elegido, tema de este artículo, es fundamental a la trama. Detroit es el epicentro de la caída de la civilización occidental. Eve y Adam pasean por ruinas. La fábrica Packard, el teatro Michigan. Enormes lugares vacíos.
Blancos como la nieve en una ciudad donde la población blanca ha desaparecido, Eve y Adam se alimentan de la sangre más pura que pueden conseguir, de parte los restos de una población, que está conformada por un 80% de afroamericanos.
Cuando la trama de la película los lleva a huir, vuelven a Tanger, una ciudad del tercer mundo. Obligados por las circunstancias, es justamente en el Norte de Africa donde estos blancos (vampiros) abandonan su sofisticación y vuelven al estado salvaje, a la caza furtiva, a la conseguir lo suyo mediante la violencia. Esto, estimados lectores, es subtexto en estado de gracia. Y los espacios elegidos para el desarrollo de la trama son fundamentales para su funcionamiento.
It Follows es un film de 2014 dirigida por David Robert Mitchell. Es una de las mejores películas de terror del lustro, y tal vez de la década, nos cuenta la desesperante historia de una maldición que se transmite mediante el sexo. Jay (Maika Monroe) comienza a salir con Hugh (Jake Weary). En la segunda cita tienen relaciones sexuales en el auto de este último, estacionado en una zona de fábricas abandonadas. Jay tiene alrededor de 18 años y Hugh es apenas mayor. Luego del sexo, consentido, Hugh deja inconsciente a Jay con cloroformo. Un rato después, Jay despierta atada a una silla en el interior de una de las mencionadas fábricas, solo vestida con ropa interior. Hugh le revela la maldición: algo en la forma de alguien – invisible para los demás – se acercará a ella lentamente. Si la alcanza, la matará. La única forma de deshacerse de la maldición es pasándosela a otro, a través del sexo, pero si esta persona muere, la maldición vuelve a ella.
Esta película es el paraíso del análisis. Vamos por partes. Primero que nada, es una negación al viejo adagio del cine de horror, en el que el sexo, y más si es de alguna manera promiscua y adolescente, equivale a muerte. Legado de los años ochenta, el sexo promiscuo, en cine de horror, fue una metáfora de oferta, referenciando al HIV y demás enfermedades de transmisión sexual. Este era el subtexto del terror de una época. Mitchell subvierte la carga de la prueba y declara que el sexo adolescente es lo único que mantiene viva a una generación sumida en la pobreza y abandono.
¿Dónde transcurre sus días esta generación? Por supuesto, en Detroit. La ciudad despoblada y desolada, donde este grupo de chicos – Jay y sus amigos – escapan. Una generación sin futuro, abandonada por los padres, prácticamente no hay interacción con ellos en la película – en la que encima se sugiere, tangencialmente – abuso infantil, negligencias varias y abandono.
La primera escena sola tiene más tela para cortar que un año de cine entero. La cámara panea a derecha en un barrio rico de Detroit. Está anocheciendo. De una casa sale una adolescente – Annie – vestida con una camisola para dormir, shorts (lencería) y zapatos de tacos altos. Vulnerable. Mira hacia atrás de cámara. Escuchamos los gritos de su padre, llamándola preocupado. La chica le dice al padre que está bien. Vuelve a la casa corriendo. El padre está en la puerta, en jean y remera, completamente vestido. Protegido. La chica entra a la casa brevemente y vuelve a salir corriendo. Se sube al auto, estacionado frente al garage.
Ya es de noche. La chica conduce por la ruta. Finalmente el auto está parado en lo que parece ser una playa. Las luces delanteras iluminan a la chica, sentada en la arena. Habla por teléfono. Se está despidiendo presumiblemente de sus padres. Percibe que algo se acerca. Corte. Amanecer. La chica aparece muerta en la playa. Tiene las piernas destrozadas. Uno de sus pies, aun enfundado en el zapato de tacos altos apunta a su cara.
Esta escena es clave en el truco de la película. Parece decirnos que esta historia como las demás, mujer / sexo / muerte, un mantra que se inserta en la cultura y hace mella en la sociedad, perpetuando estereotipos. Pero en realidad, funciona dentro del relato, como catalizador para lo que viene. Annie pertenece a una clase social que jamás volveremos a ver en la película. Y es la única con padres que parecen ocuparse de su bienestar. Y muere, tal vez, porque la culpa no la deja escapar de la maldición. La culpa del sexo.
En este entorno, entonces, el sexo como salvación es de una pureza cegadora. Las conductas reprobables, los que miran y ansían, retratados varias veces en la película, son los que mantienen la actitud peligrosa. Las apariciones persiguen desde la distancia. Observan. Acechan. Se acercan. Matan. Los adolescentes interactúan, tienen sexo consentido, se protegen y se cuidan unos a otros. Viven. La salida es por la entrada. El sexo. Una vez que entramos en la adultez, la muerte nos acecha siempre. Solo podemos vivir, para no morir.
El director de la película huye de la idea del subtexto. Dice que se sobreanalizó el film. Que su idea era solo generar un mito urbano de horror. No podemos creerle. Dejó abiertas demasiadas puertas para eso. Muchas ideas dando vueltas.
El espacio cinematográfico, Detroit, es un personaje más. La enormidad y el vacío en el que se desarrolla la trama, el mentado entorno de ciudad en ruinas, es propicio como elemento de horror, y como campo fértil para el subtexto. La pobreza y el abandono de una ciudad como metáfora del abandono de una generación, no pueden ser azar.
En Don´t Breath, Fede Alvarez, el director y coguionista, plantea un relato sobre un asalto que se vuelve espeluznante. Rocky (Jane Levy), Money (Daniel Zovatto) y Alex (Dylan Minette), entran a la casa del “El ciego” (Stephen Lang), con el fin de llevarse 300.000 dólares. Y por supuesto todo sale mal.
Escribía antes sobre los barrios abandonados de Detroit. El ciego, veterano de guerra, vive allí. Rodeado de casas abandonadas. Un barrio muerto, en una ciudad que languidece. Rocky sueña con escapar de allí. Irse a un lugar con playa, con vida.
Algo deberían haber sospechado los ladrones, que en el devenir del film no se caracterizan por su inteligencia, al notar que el ciego camina despreocupadamente por el barrio muerto. ¿Quién diablos con 300.000 dólares en el bolsillo viviría ahí?.
Si el asalto sale mal, el destino es quedarse en esa ciudad destruida. Sin destino. Rocky y Money son pobres. Alex, enamorado de Rocky, es el único que viene de la clase media, y quien provee las claves de las alarmas, cortesía de la compañía de su padre.
La película nunca, ni en los peores momentos, nos deja olvidar que los personajes buscan escapar del infierno de esa ciudad. Ni aún cuando están en el infierno tangible de la casa, se nos olvida que no hacen esto por el deseo de dinero: lo hacen por necesidad. No es solo la ausencia de futuro, noción punk si las hay, es la certeza de una muerte miserable, allá afuera.
Spoilers adelante.
En esa casa en ese barrio abandonado, el Ciego, que ha perdido a su hija en un accidente de tránsito – razón por la cual tiene 300.000 dólares – tiene cautiva en el sótano a la mujer responsable del accidente. La forzó a embarazarse, aunque no la violó – declara orgulloso -, sino que la inseminó con una jeringa. A raíz del robo, la mujer muere. El ciego atrapa a Rocky y quiere someterla al mismo vejamen, para compensar.
Rocky está atrapada, y no solo por el Ciego. Su género está definiendo su destino, y no de manera agradable. Debe hacerse cargo de su hermana, mientras su madre y su novio miran TV. Con su dinero les da de comer, y soporta la burla, sexual, grotesca, de su madre.
Su novio, Rocky, es el matón del barrio. Se masturba en la escena del robo. Frente a ella. Una maravilla. Su socio, Alex, está enamorado de ella. No es un socio conveniente. Está condicionado.
Finalmente, su captor, El ciego, quiere embarazarla.
Soporta todo esto para escapar de esa ciudad. Detroit.
La primera ciudad del apocalípsis real emergió como disparador para el cine. El imperio vió el tercer mundo crecer dentro de sus fronteras. Vió el abismo. Y cayó en él.
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