Terminator: Génesis – Dejemos morir (en paz) a los clásicos
«Las máquinas se adoran porque son bellas, se estiman por la fuerza que nos dan, se odian por repugnantes y se aborrecen por la esclavitud que imponen». Bertrand Russell
Para una inmensa mayoría de nosotros –cinéfilos, lectores de ciencia ficción, consumidores de comics, humanos que pueblan el planeta tierra- la palabra robot suele estar asociada casi indefectiblemente al cine. El imaginario popular se ha sabido nutrirse de cientos de escenas protagonizadas por máquinas antropomórficas de un futuro ya no tan lejano. Para quienes pasamos los 30 años de edad, esas escenas son, por regla general, oscuras y apocalípticas, imágenes que muestran a la humanidad a merced de las máquinas inteligentes o intentando evitar ser destruida por ellas. Sin embargo, las generaciones más jóvenes tienen una actitud más amistosa para con los robots, podría decirse que asumen una mirada optimista respecto de lo que nos depara el futuro. Es probable que esta diferencia radique en una cuestión de contemporaneidad: los adolescentes actuales conviven con dispositivos de características similares a los de un robot casi desde su nacimiento, y no es raro que cada tanto aparezcan noticias que hablan de estos seres artificiales como una realidad consumada. Por lo tanto, es totalmente natural y cotidiano para ellos hablar sobre estos temas. Sin ir más lejos, Japón ha aceptado el desafío de los Estados Unidos para librar una batalla entre robots gigantes. Y por supuesto el arte (especialmente el cine y la literatura de ciencia ficción), se hace eco de todo esto.
“La última máquina es la máquina inteligente, y el único argumento que hay para una historia sobre una máquina inteligente es el que muestra que es creada por el hombre pero que termina dominándolo. No puede existir sin amenazar con suplantarnos, y debe ser entonces destruida, o lo seremos nosotros.”, dice Ray Bradbury –casi anticipando la trama de The Terminator (1985)- en su libro titulado Sobre la ciencia ficción (1981).
Nuestro gran miedo siempre fue no solo que la máquina nos dañe, sino que nos vuelva obsoleto. Entre el nacimiento de la ciencia ficción y el comienzo de la segunda guerra mundial, hubo un corto periodo en el cual los seres humanos optaron por ser optimistas respecto de su relación con la máquina. La revolución industrial acarreaba ilusiones de utopía tecnológica en la Tierra, y las bondades de la máquina fueron más importantes que sus posibles males. El poder del hombre crecía y las máquinas del hombre eran sus herramientas eran del hombre eran sus herramientas fieles, que le traían riqueza y seguridad y lo llevarían hasta los confines más remotos del universo, por lo tanto predominaba un tono optimista.
Pero luego llegó la primera guerra mundial y la ciencia y tecnología que prometían un futuro utópico, trajeron también muerte y destrucción. El avión que podía elevar al ser humano hacia el cielo, también podía lanzas bombas. Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica, pudo citar las palabras del Bhagavad Gita y transformarla en su tristemente célebre frase “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundo”, gracias a la ciencia y la tecnología.
El miedo al reemplazo despertó de nuevo. En 1921, luego de terminada la guerra, se estrenó RUR (Rossum´s Universal Robots) del checo Karel Capek, obra en la cual se utiliza por primera vez la palabra robot, en la cual un grupo de robots trabajadores, cansados de su situación de esclavos del hombre, se rebela contra la humanidad intentando destruirla. No se creaba un solo monstruo -como en Frankenstein- sino millones de robots, y no era un solo monstruo volviéndose contra su creador, sino robots volviéndose contra la humanidad, aniquilándola y suplantándola. Sin embargo, el futuro de la humanidad conviviendo con las máquinas ya no es tan oscuro como lo mostraba el cine de los ’70, ’80 y ’90. O al menos eso nos quieren hacer creer. Por este motivo no es de extrañar que en muchas de las películas futuristas de estos últimos años, los robots tengan una connotación más positiva que en el pasado.
Si en The terminator (1984) el futuro de la humanidad era apocalíptico y dominado por las máquinas inteligentes creadas por los hombres, en Génesis, la –por ahora- última entrega de esta saga, el optimismo gana por goleada. El futuro oscuro puede establecerse al inicio de la narración como situación a modificar, pero es inadmisible mantener esa situación en el final, y el happy ending es la única opción, a pesar de esa escena post-créditos que posiblemente termine en nada.
Terminator: Génesis no solo fue realizada para esta nueva generación de jóvenes que interactúan diariamente con dispositivos similares a robots, sino que fue calificada PG-13. Ergo, no podía ser ni muy violenta, no tener un final oscuro, lo que inevitablemente limita y acota el universo de una narración de ciencia ficción apocalíptica con viajes en el tiempo y robots asesinos. Y la aleja aún más de la primera de la saga.
De entrada Génesis pretende ser un reboot, o sea, reiniciar la saga completamente y abordar de nuevo la historia pero esta vez con una visión distinta, conservando a los personajes principales y los componentes más relevantes de la historia inicial. Sin embargo se pierde a mitad de camino entre la continuación de la saga original y la obsesión por el homenaje. La cantidad de guiños, easter eggs, referencias y homenajes a las películas de Cameron son tantas que si no las viste o no sabés exactamente de que se tratan, posiblemente te encuentres un poco perdido entre esa maraña de viajes en el tiempo y exterminadores de toda clase. Se supone que la intención de un reboot es reiniciar una película (o saga en este caso), y que los nuevos espectadores comprendan la historia –que debería sostenerse por sí sola- sin problemas, independientemente del bagaje con el que entren a la sala de cine. Se supone que no deberíamos comparar Génesis con sus antecesoras, porque este es el comienzo de una nueva trilogía. Pero si durante toda la película nos aturden con guiños, homenajes, chistes, referencias, personajes, música y secuencias completas de las dos primeras Terminator ¿cómo no compararlas? ¿Cómo hacemos para evitar la nostalgia y no pensar en cada fotograma “esto no les llega ni a los talones a las originales”? Poco hicieron los creadores de Génesis para despegarse de las originales, que están rodeadas por un aura de culto difícil de igualar. Extraño “reboot”.
Ante todo, Terminator es una película ludita. Desde la primera a la última de la saga, la base del relato es el miedo del hombre a ser suplantado –y exterminado- por la máquina, y las peripecias que atraviesan los protagonistas en pos de su salvación y la destrucción de esa máquina. En el medio hay un mesías nonato, exterminadores “malos” y “buenos”, paradojas temporales y un futuro apocalíptico. Un hermoso combo de pop y ciencia ficción oscura, que pasó de clase B a superproducción millonaria.
Estamos casi todos de acuerdo en que mejor que le pudo haber pasado a Terminator es que nunca hubiese tenido continuación más allá de su segunda parte. Pero lamentablemente, en esta época de poca imaginación pero muchos ramakes y reboots, somos incapaces –todos, desde los productores hasta los espectadores- de dejar morir a los clásicos en paz. Los sacamos de la tumba una y otra vez para intentar crear un nuevo Frankenstein que nos llene el alma de buen cine y llene de guita a productores y stars. Reconozcámoslo, somos parte de una nueva raza que podría denominarse “cinéfilos necrófilos de clásicos”.
En esta oportunidad, y después de las fallidas Terminator: Rise of the machines y Terminator: Salvation, se suponía que la quinta entrega venía, cual Kyle Reese, a salvar la saga, reivindicando a Arnold y su gran labor como T-800 a través de las décadas. Nada más alejado de la realidad. Terminator: Génesis parte desde el clímax de esa eterna batalla entre los hombres del futuro liderados por el mítico John Connor, y las máquinas que como nuevos dioses gobiernan el mundo. Los humanos rebeldes finalmente logran destruir el núcleo central de Skynet y las máquinas caen. Skynet utiliza la primera arma táctica de tiempo, para enviar a un exterminador al pasado a matar a la madre del líder de la resistencia, Connor manda a Kyle Reese al pasado a detener a ese exterminado, y todo eso que ya se contó un millón de veces. La diferencia es que cuando el T-800 regresa a 1984 para matar a Sarah, se encuentra con otro T-800 en la piel de un anciano, y se da la inevitable batalla entre el Arnold joven recreado digitalmente y al Arnold actual, el ex gobernador que dejó a California con una grave crisis económica. Piña va, piña viene, pochoclo para todos.
Por otro lado, cuando Kyle Reese aterriza en el pasado para salvar a la madre de su lider, se encuentra con un T-1000 -modelo que dice no conocer- y es salvado por Sarah, que esta vez no es la joven que asustada y perdida de la primer película, sino una guerrera joven con conocimiento de todos los acontecimientos del presente y también el futuro. ¿Cómo sucedió esto? ¿Por qué? Ese T-800 anciano que pelea con el robot recién llegado del futuro –y que Sarah llama Pops, cariñosamente-, es un exterminador mandado por no se sabe quien a defender a Sarah Connor de la muerte segura a manos de otro exterminador (modelo T-1000) cuando ella apenas era una niña, en el año 1973, y esto causó una paradoja en la línea de tiempo, por eso el 1984 al que Kyle regresa es distinto al que vimos en la primera película de la saga. Todo se modificó, los eventos que vimos en las entregas de James Cameron ya no existen, John Connor no tiene por qué nacer, se puede destruir a Skynet antes de su existencia, se puede evitar la guerra. Se puede modificar el futuro, pero también el pasado. Todo vale.
Lamentablemente toda la trama pierde la fuerza que pudo haber tenido y se transforma en una narración confusa e incoherente a partir de los tremendos plot holes que no parece poder evitar, y la decisión de obligar a uno de sus los personajes principales a explicar y sobre explicar los hechos, pero no al resto de los personajes, lo cual tendría un mínimo de lógica, sino al espectador, no vaya a ser cosa que se pierda de algo. Pops, el exterminador sensible y verborrágico, se la pasa explicando todo lo que los guionistas y el realizador no logran explicar en imágenes y diálogos sinceros: la filosofía de los viajes en el tiempo, la física cuántica, las líneas alternas, el futuro, etc. Y cuando es imperioso sobre explicar en una película, es porque algo no se está haciendo bien.
Habría que ser un loco para cuestionar el realismo de una película de ciencia ficción sobre robots extermindadores del futuro. No, lo que se cuestiona es su verosimilitud, que se rompan las claves de realidad de su propio universo ficcional y la coherencia interna del relato. Puedo aceptar que la piel del T-800 envejezca, porque es piel cultivada, y encaja dentro de lo verosímil (aunque cabe preguntarnos ¿para qué hacer robots con piel que puede envejecer? ¿Cuánto pensaba Skynet que iba a durar la misión de los exterminadores? ¿Décadas?), lo que es difícil de aceptar es que un colectivo dé tres vueltas en el aire y vuelque dando al menos ocho giros, rompa parte de un puente, quede colgado, semi-destruido, que quienes estaban en su interior no sufran ni un rasguño. En serio, ni uno. “Ah, pero Sarah tenía el cinturón de seguridad”, me dice Alan Taylor. Ok, te acepto esa fantasía, pero Kyle Reese estaba agarrado del pasamanos al momento de volar por los aires. Me parece que te estás zarpando, Alan.
También me creo la de viajes el tiempo, que vuelvan a un pasado alterno, que se modifique la historia, pero no me pidas que te crea que Pops arma un máquina del tiempo en 1984 -cuando ni siquiera existía el Windows 1.0, por poner un ejemplo bobo- con un par de chatarras y el chip mágico del otro T-800. De repente, un T-800 es un ingeniero que no solo sabe de física cuántica y teorías complejas de universos alternos, sino que también sabe cómo construir una máquina del tiempo a la MacGyver.
A partir de esto, se hace difícil no ser muy crítico con todo lo que sucede en el discurrir de la narración, y las incoherencias se hacen infumables. Las preguntas sin respuesta comienzan a llegar todas juntas, amontonadas: ¿por qué Skynet manda un T-800 a 1984 a matar a Sarah Connor, si ya mandó un T-1000 que es el que pelea con Kyle Reese? ¿no alcanzaba con un solo exterminador última generación? ¿Cómo se da cuenta Reese que Pops es un exterminador apenas lo ve sentado en la parte de atrás de la camioneta si nunca lo vio? Hay otras preguntas sin respuesta, pero están más abajo, en la sección spoilers.
La idea de este reboot parece ser cambiar los hechos a cambio de muy poco. La película acumula situaciones sin sentido y/o resolución, y solo entrega algunas escenas de acción bien realizadas, pero no mucho más. Los chistes son poco ingeniosos y tan repetitivos que pierden la gracia (¿hace falta que repita más de tres veces la frase “viejo, no obsoleto”? ¿Era realmente necesario meter el chiste de la sonrisa macabra tantas veces en dos horas?”), es difícil no pensar “ese ya me lo contaste tres veces, ya no me produce ni una sonrisa y me está hinchando las pelotas”.
Se nota demasiado cuando esta película no se está colgando de las tetas de sus antecesoras. Le cuesta mucho generar ideas propias y coherentes sin recurrir a los parches y los remedos endebles para tapar los baches en el guión. El deux ex machina está a la orden del día, junto con la promesa de explicar todo lo que quedó sin esclarecimiento en Génesis, en las próximas entregas de esta nueva trilogía.
Poco es lo que puede rescatarse de Génesis, muy poco: la interpretación de Arnold, que nació para este papel, algunas escenas de acción bien realizadas, los primeros 15 minutos con ese futuro apocalíptico que nos alimenta la imaginación desde 1984…y nada más.
Esperemos que acá se termine todo, que ya no revivan al T-800, que ya no manden al pasado a John Connor, y que dejen a Schwarzenegger jubilarse en paz. En el año 2019, los derechos de Terminator volverán a manos de James Cameron. Posiblemente sea la última esperanza de revivir la saga. Pero ya me queda poca fe en el futuro. Dejemos a los clásicos morir en paz.
SPOILERS
No quisiera dejar pasar algunos detalles que revelan mucho de la trama, por eso los coloco en este apartado, para cerrar este análisis. Las incoherencias y las situaciones inverosímiles siguen hasta el último minuto de la película. John Connor, que pasa de ser un ludita a un poshumano ultra mejorado que vive para asegurarle el futuro a Génesis (Skynet), es destruido en una máquina junto a Pops. Pero atención, porque el T-800 vuelve, pero mejorado, con un “upgrade” que lo transforma en mezcla de T-800 y T-1000. ¿por qué? No importa, a esta altura ya nada tiene sentido. Ni que el modelo mucho más avanzado T-5000 haya sido destruido mientras el antiguo T-800 sobrevive y para colmo mejorado, que un robot le pida a un humano que cuide a “su Sarah”, como si hablase de su hija, o que ese mismo robot, que actúa como padre guardabosque durante toda la película, abrace a Sarah con cariño y le tire una sonrisa cómplice a su yerno humano venido de un futuro apocalíptico. Y todo por el mismo precio.
“De modo que puede ser que por más que odiemos y combatamos a las máquinas, seamos suplantados de todas maneras, y con justicia, pues las máquinas inteligentes a las que damos nacimiento pueden, siendo mejores que nosotros, luchar por la meta del entendimiento, usando el universo y elevándose hasta alturas a las que nosotros no podemos aspirar.”
Isaac Asimov, Sobre la ciencia ficción.
Bibliografía de referencia:
-Sobre la ciencia ficción, ensayo de Isaac Asimov. (1981)
-Robots, o el sueño eterno de las máquinas inteligentes, de Gonzalo Zabala (2014)