Pornomelancolía: un retrato del porno en los tiempos de Twitter

El último film de Manuel Abramovich (Años luz, Soldado, Las luces) tuvo su debut el año pasado en el festival de San Sebastián, fue elegida para la clausura del festival Asterisco y se estrenó en diciembre en salas de Argentina. En un formato que oscila entre el documental y la ficción (algo que podríamos llamar un pornodocumental), conocemos la historia de Lalo Santos, un trabajador mexicano que pasa sus días en la fábrica sin muchas sorpresas. Detrás de la imagen de obrero esconde otro perfil (o al menos lo hace respecto a sus compañeros de taller) y, cuando llega el fin de la jornada o encuentra un momento de estar solo, Lalo aprovecha la ausencia de los cuerpos agarra el celular, lo apoya con distancia, se saca el mameluco y posa desnudo para tomarse fotografías. Se nos presenta el lado b de Lalo, el perfil más vanidoso y erótico que esconde detrás de la imagen de un trabajador promedio y reservado de México. En paralelo, en su cuenta de Twitter acumula seguidores y postea imágenes caseras pornográficas que se saca en la fábrica y en otros lugares. En las redes recibe elogios e invitaciones que lee (y le gustan).

Cada vez que Lalo agarra el celular, la pantalla se transforma; visualizamos lo que ve en su teléfono y la relación de aspecto cambia. De golpe aparecen dos cuadrantes negros en los costados y vemos la pantalla del celular como si estuviéramos dentro (en formato 16:9) donde somos sus ojos y observamos todo lo que sucede en el touch screen de la pantalla (cada tecla que toca, las aplicaciones que abre y la velocidad con la que elige ver o desechar algunos mensajes). Este recurso, que fue uno de los elementos que catapultó el documental como ganador al premio mejor fotografía en el Festival de San Sebastián, está presente durante toda la película y no solo funciona como elemento distintivo en la historia sino que refleja distintos momentos y estados del protagonista: qué mensajes prioriza; cuáles son las cuentas que ve; cómo los mensajes que recibe dejan de tener amabilidad; finalmente, los usuarios con perfiles vacíos que solo quieren pagar por sexo son los que terminan de ilustrar el escenario virtual en el que se mueve Lalo.

El documental tiene varios momentos elogiables, pero se destaca la primera parte en donde conocemos a Lalo y su paso a vivir del porno cuando, ya cansado del trabajo cotidiano y sus condiciones laborales, se postula vía Twitter para un largometraje porno gay de producción mexicana para el personaje principal. El rodaje se lleva a cabo en una finca en las afueras de la ciudad, las escenas transcurren y atestiguamos el “otro lado” o el detrás de cámara de una producción condicionada. Esto, si bien no es nuevo ya que existen varios documentales y ficciones recientes sobre la industria porno, es un aspecto bien explotado en el desarrollo de la trama. Hay un buen registro de las conversaciones entre los actores. Las charlas se producen en simultáneo al rodaje, de fondo, cuando a algunos les toca descansar y muchas veces entre susurros para no afectar el sonido del rodaje.

Lalo aprende de sus compañeros de filmación donde comparten experiencias en común y también es aconsejado prestando especial atención a uno de ellos que triunfa en redes vendiendo paquetes de videos. En los tiempos libres busca la cuenta de Twitter de su colega y lo imita, se agarra de la misma forma que él lo hace, se muerde los labios y hasta empieza a hablar a cámara como todo un influencer que tiene una comunidad que espera conocer su día a día y experiencias en la cama. Dentro de estas conversaciones y antes de finalizar el rodaje de la parodia pornográfica, el protagonista logra mantener tonos de conversación entre iguales y plantear ciertos tópicos: las condiciones de los actores dentro del mundo porno en producciones chicas que muchas veces pueden rozar el maltrato; el éxito que sigue estando puesto en alcanzar ser actor de una productora grande norteamericana que garantice el cobro en dólares; y el VIH que es enfocado de una forma distinta, donde ellos no hablan del miedo sino que se crea un espacio sincero donde cada uno puede contar su experiencia a la hora de confesarse a su familia y cómo su calidad de vida sigue exactamente igual con la adherencia adecuada de los fármacos. La espontaneidad de estas conversaciones le otorga a Lalo un ambiente de mayor comodidad y desinhibición para lanzarse como estrella de las redes.

Con esta experiencia y con algún que otro desliz en la filmación de la película, Lalo se aleja de las producciones de estudio e inicia los caminos como influencer, o más bien tuitero porno, donde explota al máximo cada minuto para tomarse fotos, hacer videos, hablar a cámara invitando a que se suscriban a su JustForFans, donde cuelga sus videos amateurs y caseros editados con su celular para que miles de seguidores paguen para verlo. Los followers aumentan y las ventas lo hacen de igual manera, pero Lalo es consciente de que necesita generar más contenido para seguir aumentando sus ganancias y ganar más reputación en el mundo del porno. Los mensajes privados en Twitter cada vez son más, y se convierten en pedidos explícitos de sexo por parte de cuentas anónimas que le ofrecen dinero. Él accede y empieza a tener encuentros bajo la condición de que pueda grabarlo para subirlos a su plataforma.

Se genera un esquema cíclico donde las redes que supo aprovechar se convierten en una pantomima y se ve condenado a fingir y actuar todo el tiempo con su propio celular, abrir la cámara frontal para hablarles a sus seguidores comentándoles lo excelente que la está pasando y que se suscriban para ver lo nuevo que se viene, pero en el momento cuando sus dedos tocan el stop el mundo parece desmoronarse y se encuentra frente a la realidad.

Últimamente he escuchado y leído reflexiones que indicaban que al título de la película le sobraba la parte de melancolía porque no lo veían a lo largo de la historia. Sin entrar en definiciones o conceptos específicos, me parece que lo rico de la historia está ahí y por eso difiero de esas posturas, puede ser que no haya una explicitud directa hacia ese estado en el protagonista, no obstante, sí está presente en gestos que no tienen que ser obvios. La mirada de Santos copta todo y se torna el gesto protagonista para reflejar la melancolía o ese estatus de anhelo, sin necesidad de primeros planos o énfasis específico. Es aquello que lo delata junto con gestualidades que se dan en menor o mayor detalle cuando se apaga la cámara y el protagonista no tiene que actuar frente a su público, sus seguidores.

Abramovich define su cine como formas de poner en escena la intimidad para lograr que las personas se transformen en personajes, y sin dudas eso le cabe perfecto a Pornomelancolía que es difícil de catalogar, ya que excede (o no le hace justicia del todo) a la categoría de documental y puede abarcar los dos polos que postula en su título. No se trata de un documental sobre “el lado b” del porno, sino que resulta un trabajo de campo interesante en las nuevas formas que toma la pornografía hoy con las redes sociales que pueden parecer innovadoras pero que nos dejan con la curiosidad de saber si no se trata en realidad de nuevos medios para viejas formas donde sigue primando cierta presión. No depender de nadie para hacer algo más casero puede parecer más liberador, pero el film muestra cómo también puede terminar siendo algo tan abrumador como la gran industria. Sin dudas, esto no es una generalización para quienes hacen este tipo de trabajo, pero si dispara una reflexión o forma de ver que hasta el momento no había sido llevada a este terreno y nos deja algunos interrogantes. El contenido casero, la edición propia, el estar ajenos de productoras y trabajar cuando uno tiene ganas… ¿es realmente así?, ¿o detrás de todo esto sigue operando una lógica que trasciende el mecanismo y la forma?