Los años más bellos de una vida: una pareja maravillosa o un deprimente par de viejos tontos

Claude Lelouch ha dirigido más de cincuenta largometrajes. Si bien su filmografía no ha producido alguna innovación en los modos de expresión del lenguaje cinematográfico, como así tampoco ha explorado temas que motivaran polémicas o aperturas de pensamiento, puede decirse que ha sabido contar historias y destacar con imágenes la belleza que anida en cada una de ellas. De su prolífica producción, dos de ellas han sido tremendamente exitosas en Argentina: Les uns et les autres (Los unos y los otros – 1981), película de memorable final a cargo de Jorge Donn bailando el Bolero, de Maurice Ravel, y Un homme et une femme (Un hombre y una mujer – 1966), película que obtuvo el Oscar de 1967 a la mejor película de habla no inglesa y mejor guion, además de las nominaciones para mejor actriz y mejor actor. También se alzó con la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1966. Tuvo una muy olvidable segunda parte en 1986 (Un homme et une femme: vingt ans déjà), de la que nadie se acuerda.
Lelouch, ya octogenario, vuelve con la historia de amor que contó hace más de medio siglo en Un homme et une femme, pero con una vuelta de tuerca más y distinta, a contramarcha.

Se estrena en estos días, Les plus belles années d’une vie (Los años más bellos de una vida), con los mismos actores protagónicos de 1966: Anouk Aimée (Anne Gauthier) y Jean-Louis Trintignant (Jean-Louis Duroc). Él está muy viejo, vive en un asilo de lujo, su memoria lo abandonó. Anne vive con su hija y tiene una pequeña tienda. Está vieja, pero se la ve muy compuesta y activa. El hijo de él va a buscar a Anne y le pide que visite a su padre, dado que ella y los días de amor vividos juntos es uno de los pocos recuerdos que el anciano reconoce. Ella accede y se produce el reencuentro de los que hace mucho tiempo se amaron. En el pasado, había sido Jean-Louis quien tomó la iniciativa, el sujeto activo de la relación. Ahora ese papel lo cumple Anne. Es ella la que lo impulsa a recordar.
Lo que fue una intensa historia de amor entre estas dos personas en Un homme et une femme, se transforma ahora, en Les plus belles années d’une vie, un relato del recuerdo y, en todo caso, del lamento por lo perdido y del perdón ante la ausencia de compromiso. Ella y él son los mismos personajes de ayer pero con cincuenta años vividos sin la presencia del otro. En definitiva, son dos ancianos que añoran lo que no fue. Al respecto dijo Lelouch que podría ser una pareja maravillosa o un deprimente par de viejos tontos. Podría contestarse que, tal vez, ambas situaciones.

Lelouch utiliza muchos fragmentos de su primera y muy exitosa parte de la historia, de una bellísima fotografía y con la cautivante música de Francis Lai. Si bien hubo una segunda parte de la historia en 1986, en esta ocasión, el director obvió por completo incluir ninguna escena, seguramente arrepintiéndose de haberla filmado.
Una nota de color: la niña y el niño que actúan los hijos de los amantes de 1966 son los mismos actores que hoy interpretan a los hijos de Anne y Jean-Louis, ellos son Souad Amidou y Antoine Sire.
En resumen, un momento simpático para espectadores que la pasaron bien, allá lejos y hace tiempo.