Veneno: el fuego que quema

Veneno es una serie del 2020 de la cadena española Atresmedia, que puede verse en Latinoamérica a través de HBO MAX. Se trata de una biopic sobre Cristina “La Veneno” Ortiz, una icónica artista trans que fue furor en los años 90. Los showrunners de la serie son Javier Ambrossi y Javier Calvo, “los Javis”, como se conoce a esta dupla, célebre por ser la creadora de Paquita Salas.

El programa nos cuenta la vida de La Veneno desde su nacimiento en 1964 en Adra, un pequeño pueblo de Andalucía, hasta su muerte en 2016, en Madrid. Para ello, toma como hilo conductor la biografía escrita por Valeria Vegas, ¡Digo! Ni puta ni santa. Las memorias de La Veneno.

La serie tiene todos los elementos de las grandes historias: une niñe que siempre se sintió diferente, que fue maltratade por la gente de su pueblo y por su propia familia que nunca le dio el amor que necesitaba, y que, por eso, lo buscó toda su vida en donde pudo; la búsqueda por descubrir su identidad; las amigas que se convirtieron en familia; las figuras maternas que fue encontrando por el camino; su transición para convertirse en la mujer que siempre supo que era; la necesidad de comenzar a prostituirse porque para les transexuales no había oportunidades en esa época; su salto a la fama, que la llevó a estar en todas las pantallas de España.

Tan grande fue su salto como lo fue su caída. Endeudada, envuelta en una relación abusiva, fue denunciada por su novio por estafa: tuvo que cumplir tres años en una cárcel de hombres donde no la dejaron hormonarse, allí sufrió abusos de todo tipo. Después de eso ya nunca volvió a ser la misma. Es en este contexto que aparece Valeria Vegas en la vida de La Veneno como una fan que tan solo quería conocerla, pero que terminó siendo su amiga y biógrafa. Es a través de ella que nos enteramos de la vida de Cristina, mientras cuenta sus aventuras para plasmarlas en un libro.

Desde el primer momento, los Javis nos marcan que La Veneno no es una narradora fiable. En definitiva, ella cuenta la historia que necesitó contarse a sí misma para sobrevivir. La serie logra un balance entre esa fantasía, el mito de La Veneno y la cruda verdad de una vida de marginalización.

Una de las tantas cosas maravillosas que tiene la serie es su casting. La protagonista es interpretada en su vida adulta por tres actrices trans: Jedet, en su etapa de transición; Daniela Santiago en su salto a la fama e Isabel Torres en su caída en desgracia. A ellas tres se les suman Guille Márquez y Marcos Sotkovszki interpretando a una Cristina de niñe. Valeria Vegas es interpretada por Lola Rodríguez, quien tuvo que revivir su etapa de transición para interpretar el personaje. Paca la Piraña, una entrañable amiga de La Veneno, es protagonizada por ella misma.

Es la primera serie española protagonizada por actrices trans, lo cual no es poco decir. Los escasos papeles trans que solemos ver en pantalla suelen ser secundarios y, muchos de ellos, interpretados por actores o actrices cis. Pero lo más importante es cómo son representades. Durante décadas, los personajes trans, y en especial las mujeres, han sido utilizades como recurso cómico, como lo fue de hecho Cristina, en su paso por la TV. Pero los Javis reivindican su historia, la profundizan. Nos presentan una persona con dualidades, con errores, con aciertos, que nos hacen conocer a Cristina. No era perfecta, sobre todo hoy en día bajo una mirada con tanta corrección política, no pretendía ser una referente, sino que solo era quien quería ser.

La serie problematiza el rol de los medios de comunicación en la vida de Cristina. Una productora del programa “Esta noche cruzamos el Mississippi” la encontró en el Parque del Oeste prostituyéndose. Tenía ese “no sé qué” que hizo que enseguida la cámara y la audiencia se enamoraran de ella. Inmediatamente, al otro día la llevaron al piso del programa. La entrevistaban casi todas las noches, cuestionándole si se sentía hombre o mujer, preguntándole sobre su genitalidad, llevando a sus padres, quienes no aprobaban su estilo de vida, a que se confrontaran entre sí. Basta decir que hablamos del mismo programa que convirtió los asesinatos de Alcasser en un espectáculo televisivo. Explotaron tanto como pudieron la vida de La Veneno. Pero, sin querer, también Cristina se convirtió en un pequeño caballo de Troya que se introdujo en el hogar de muchas familias: fue una de las primeras caras visibles de la comunidad trans que hasta ese momento solo se conocía en las sombras.

Los Javis no se privan de ningún recurso audiovisual para contar la historia de Cristina. Planos secuencias, escenas en slow motion, la creación de un set de TV de verdad, un soundtrack de lo más variado, y hasta la realización de una escena animada. Por problemas de COVID-19, no se podía filmar en un aeropuerto, así que lo resolvieron haciendo esa escena en animación. Para que tenga una estética más “noventosa”, la filmaron en VHS y luego la digitalizaron. También contaron con el uso betacams para filmar todas las apariciones en la televisión. Por momentos, tiene una estética camp o kitsch, al mejor estilo Almodóvar. Los Javis, suelen contar las historias como les gustarían que sean. Por eso, narradores fantasioses como Cristina y elles van tan bien juntes. La serie mezcla la comedia, la tragedia y la ternura. Tiene diálogos y escenas que resultan memorables.

La visibilización de estas historias es importantísima. Se nota un compromiso de los realizadores con la comunidad que necesita referentes en el cine y en la televisión, sobre todo, porque interesan. No es una serie de nicho: más allá de reivindicar la vida de una mujer trans, con quien la sociedad fue intolerante, transfóbica, abusiva y burlona, se reflejan muchas otras historias, tantas como espectadores que la miran. Se retrata una de las muchas realidades de la comunidad LGBTIQ+. Así como la aparición de La Veneno en la tele ayudó a Valeria a que se descubriese, la serie puede llegar a movilizar a alguien más que la mire.

Después de todo, ¿quién no puede empatizar con su búsqueda de amor y de aceptación?