Reseña: Al acecho
La película abre con la toma de un río y el sonido de una lancha que pronto aparecerá en el cuadro, con personal de la Policía Federal Argentina a bordo. A continuación, una escena clásica de abordaje de este tipo de fuerzas de seguridad, para apresar a alguien que seguramente ha cometido un crimen; sin embargo, ya se pueden vislumbrar algunos detalles que nos dicen algo acerca de la disipación entre las líneas de lo legal e ilegal. Los elementos clásicos de policial empiezan a entrecruzarse con algo del western, apelando a la experiencia previa de su director Francisco D’ Eufemia (Fuga de la Patagonia, 2016).
Pablo Silva (Rodrigo De la Serna) es el guardaparque que había sido apresado en la primera escena y que ahora vuelve a sus funciones reasignado al Parque Pereyra Iraola hasta tanto se resuelva su sumario.
Este parque y espacio de conservación será el escenario perfecto para el desarrollo de situaciones que se anticipan como turbias. La frondosidad de su entorno, la biodiversidad que presenta y el contraste de las ruinas que alguna vez fueron fastuosas propiedades de la “familia patricia”, por la cual lleva el nombre dicho lugar, completan el relato de una historia con poco diálogo que, cuando está presente, no termina de aclarar sino que remarca las contradicciones que subyacen a toda la película.
Silva es un hombre tosco, con algo de soberbia que no mitiga siquiera al presentarse ante las autoridades del parque, habida cuenta que ha sido trasladado a modo de castigo. Desde el inicio comienza su recorrido por el extenso parque nacional, cuyos límites con la “zona militar” son difusos, al igual que las normas vigentes sobre conservación de la fauna. La falta de una distinción clara entre parque y zona militar también opera y se hace eco en algunas de las prácticas del personal de la primera institución. La estructura piramidal, el uniforme y la portación de armas son algunos de los componentes que retratan una institución que ejerce una autoridad sobre una zona y temáticas, lo cual dará lugar a la corrupción, tal como sucede en prácticamente todas las instituciones humanas.
La cámara sigue a Silva de espaldas en sus interminables recorridos por la naturaleza. En una desvencijada camioneta o a pie, solo o acompañado. Silva camina con ritmo y sin pausa, buscando algo. El suspenso se empieza a construir desde el comienzo y se irá incrementando cuando el protagonista empiece a descubrir aquello que (suponemos) sospechaba está ocurriendo en secreto.
En una de las escenas clave, se saca la camisa del uniforme, dejándose puesta su remera para caminar hacia dentro del monte buscando las trampas de la caza furtiva. Sin mediar palabra, entendemos que hay un límite que está cruzando y una declaración hecha: sin uniforme no soy guardaparque. Soy una persona fuera de esa ley y jurisdicción.
La historia que cuenta Al acecho es simple. El entramado de la ilegalidad es bastante básico, tratándose de una corruptela de poca monta y que seguramente no llegue a altos estratos del crimen organizado. La complejidad viene de la mano de Silva y su postura frente a los hechos. A partir de su descubrimiento, nos irá desconcertando con cada uno de sus actos para que no sepamos a ciencia cierta si está actuando motivado por la ética, por beneficio propio o por el ego de descubrir aquello que oculta la institución que quiere juzgarlo a él mismo por hechos que parecieran similares.
Este es un protagonista que se escabulle entre la vegetación como un animal más de la zona. El zorro es el elegido para esta alegoría. Un animal salvaje de hábitos solitarios que puede generar empatía al estar en una jaula pero que, al soltarlo, acecha a otros.
Quizás podríamos exigirles una mayor complejidad a otros personajes como el del colega Mariano (Facundo Aquinos) o Camila (Belén Blanco); sin embargo, la presencia de Silva y la interpretación por parte de De la Serna abarcan suficiente espacio en la pantalla y agregan matices que completan el cuadro.
Un policial con aires de western para celebrar que sigan los estrenos en época de pandemia.