Sobre “Malambo, el hombre bueno” de Santiago Loza.

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La carrera de Santiago Loza es bastante particular. Mejor dicho, Santiago Loza parece ser una persona bastante particular. Si uno presta atención a sus entrevistas aparece siempre en él una forma muy peculiar de expresarse y de manifestarse, por lo general con comentarios bastante interesantes sobre su trabajo.

Su obra pareciera tener un fuerte anclaje literario. En Argentina esto no es casual, muchos exponentes de nuestro cine nacional tienen preocupaciones más dramáticas que visuales. Desde Cozarinsky hasta Rejtman (ambos también con facetas de escritores, al igual que Loza), pasando por Moguillansky, Llinás o Matías Piñeiro.

Esto, por supuesto, no es un juicio de valor ni un señalamiento despectivo, solo un dato.

El vago recuerdo que tengo de la filmografía de Loza (debo reconocer que solo vi Los labios, La paz y Si estoy perdido no es grave) no me generaba mucha expectativa al momento de ver su última película, Malambo, el hombre bueno. Por alguna razón, pensé que me iba a encontrar un relato pausado, de esperas y miradas. No es que eso sea un problema de por sí, pero tiendo a pensar que muchas veces en las películas argentinas el famoso no pasa nada encuentra su justificación en el hecho de que son precisamente los cineastas aquellos que no tienen nada para decir. En este caso no podría haber estado más equivocado.

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Loza construye una película que es lo opuesto a un falso documental. De alguna manera lo que hace es tomar un registro de la realidad y ficcionalizarlo, pero de modo tal que nunca perdamos del todo la noción del contrato de verdad propio del cine documental.

Así, mediante una narración en blanco y negro, a veces con detalles pequeños de colores, el realizador nos presenta al protagonista, Gaspar, un bailarín de malambo que ha perdido su última competencia y desea volver al ruedo, aunque algunos problemas de salud no le estarían ayudando.

Con esta premisa Loza se anima a jugar a Stallone y crea un relato propio sobre un Rocky Balboa de la danza tradicional que se prepara para volver a competir. Para exagerar y jugar un poco, hasta podría decir que hay personajes equivalentes a Apollo Creed, Adrian o Mickey. Pero no solo eso, por momentos la película homenajea el cine de Leonardo Favio, con secuencias oníricas en las que Gaspar parece salido de Romance del Aniceto y la Francisca y Gatica, el Mono.

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Con recursos mínimos el realizador construye un relato sólido, ágil y visualmente muy logrado, a partir del cual podemos adentrarnos en el mundo del protagonista y conocerlo. Al mismo tiempo, se permite utilizar a Gaspar como personaje de ficción e involucrarlo en pequeñas secuencias con actores profesionales.

Este es otro de los logros de la película. Loza maneja a la perfección la mezcla de personas que (según se aparenta) hacen de sí mismos con otros intérpretes que construyen personajes ficcionales (como es el caso de Gabriela Pastor, que en sus breves escenas se destaca de forma notable).

Lo interesante, en función del camino que conozco del realizador, está en la decisión de hacer una película mucho más visual que narrativa. Con escasos recursos cinematográficos Loza se las ingenia para crear secuencias de enteramiento muy bellas desde la puesta en escena. Y aquí hay algo que también hay que considerar, que la película se haya rodado con equipamientos muy rudimentarios y con una fotografía en blanco y negro que obedece más a cuestiones de un rodaje ágil que a criterios estéticos, es toda una elección de ética profesional. Hay decididamente una intensión de trabajar desde lo íntimo y lo cercano, y esto vuelve necesario llevar al extremo el abordaje de una producción lo suficientemente flexible que lo permita. El director confía en esa intimidad y logra generar algo que siendo muy sencillo no deja de ser virtuoso.

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El único defecto de la película aparece cuando Loza deja de confiar en la potencia de las imágenes que construye. La voz en off que acompaña algunos fragmentos del relato sobre el devenir de Gaspar resulta siempre innecesaria, caprichosa, y no hace más que acentuar lo que la pantalla nos transmite.

No creo que dure mucho más en cartelera, pero me haría muy feliz que todo el mundo pueda ver esta película. Sin dudas estará en mi lista de estrenos nacionales favoritos del año, espero que en las suyas también.