Análisis: El Reino

ALERTA – SPOILERS

El desembarco

Es justo decir que las ficciones argentinas de Netflix no movían demasiado el amperímetro. Edha (Daniel Burman, 2018, 1 temporada) fue poco vista y menos apreciada, Casi Feliz (Sebastián Wainraich, Hernán Guerschuny, 2020, 2 temporadas) tuvo un suceso muy módico, siendo amables. Tal vez la más exitosa sea El Marginal (Sebastián Ortega, 2016, 3 temporadas emitidas y 2 más proyectadas), que fue comprada por Netflix, pero no es una producción original de la N roja.

En ese sentido, El reino es una clara toma de posición. Netflix quiere producir ficción argentina y que resulte exitosa. Y para eso, como el viejito que creó Jurassic Park, “no escatiman gastos”. La apuesta por un thriller político, con vetas de policial, religión, pedofilia, posesión demoniaca y milagros inesperados, escrito por una de las novelistas más exitosas de la Argentina, junto con el director más taquillero, e interpretado por un elenco primera clase punto rojo, es a primera vista, muy atractiva. Pero el citado parque terminó en una fuga masiva de dinosaurios hambrientos. Como dijo el Dr. Ian Malcolm: “Poder hacerlo no significa que haya que hacerlo”. No es este un caso como el de O Mecanismo (José Padilha, 2018), que era más claro como parte de una campaña que derivó en la presidencia de Jair Bolsonaro, sino que, más bien, se midió el algoritmo de Netflix a nivel local y el resultado fue: “house of cards + Peretti + Furriel + el marginal + thrillers”.

Si les aviso que hay spoilers, es porque asumo que la vieron. Pero como siempre puede haber un curioso que no la haya visto y quiera saber qué pasa, se hace imprescindible un somerísimo resumen. La fórmula presidencial que presenta el Partido (ficticio) ECR está compuesta por el empresario Armando Badajoz (Daniel Kuzniecka) y el pastor evangelista Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti). Manejando los hilos políticos, se encuentra el operador Rubén Osorio (Joaquín Furriel). El partido se adivina de centroderecha. En un confuso episodio y en medio de un importante acto de campaña, Remigio Cárdenas (Nico García) asesina a Badajoz frente a todo el público. Como resultado el pastor “asciende” a candidato a presidente. Y con su ascenso, también pasa al centro de escena su familia. Su esposa, la pastora Elena (Mercedes Morán), sus hijos Pablo (Patricio Aramburu), Magdalena (Victoria Almeida), Ana (Vera Spinetta) y Tadeo (Peter Lanzani). Además, adquiere relevancia Julio Clamens (Chino Darín), mano derecha del pastor y amante secreto de su hija Ana.

El asesinato de Badajoz es investigado por la fiscal Roberta Candia (Nancy Duplaá) y su asistente Ramiro Calderale (Santiago Korovsky), secundados por el comisario Lamas (Néstor Guzzini).

La iglesia del pastor Vázquez Pena es de una envergadura que en Argentina se ve poco, y es más común en Brasil. Estamos hablando de una organización multitudinaria y millonaria, que además del templo (y los bolsos de dinero) administra un hogar de huérfanos. Tadeo y Remigio están a cargo de ese hogar, y allí se encuentran escondidos Jonathan (Uriel Nicolás Díaz) y Brian Aguirre (Lautaro Romero). Jonathan, conocido como «el pescado», es un preadolescente carismático, que tiene una veta mística.

Santos Lugares

El reino no quiere tener una temporada. Se construyó para ser una serie multitemporadas. No estamos viendo la adaptación de una novela, sino la adaptación del primer acto de una saga que, como es tan caro a la literatura latinoamericana, combina política, crimen y realismo mágico.

En muchas series y películas, la primera escena es reveladora. Pensemos en Game Of Thrones y el ataque a una patrulla de la Guardia de la Noche compuesta por un noble idiota y los plebeyos desprotegidos. O en The Wire, y la historia de “Moco”, que le cuentan al detective McNulty. En El reino, tenemos una fuga hacia una torre, un adolescente que consuela y protege a un pibe más chico y la entrega de un cuchillo. Corte a plano de establecimiento (uno de los pocos) en donde se adivina la silueta de una escuela, o un viejo hogar de menores. Y si hay menores de por medio, y están asustados en lo que se adivina un hogar, la combinación obvia resulta en abuso.

En la escena siguiente, recorremos la casa de los pastores, y se corona el recorrido cuando vemos al pastor frente al espejo, maquillándose un ojo morado. El reino no trató nunca de ocultar lo que estaba pasando. Esto no es un policial de “pesquisa”. No es necesario saber qué ocurrió aquí, y no se necesita haber visto demasiado para saber cómo ocurrió. El misterio es secundario frente a la cuestión central que los guionistas tratan de abordar, y eso, como tantas cosas en el cine y las series de hoy, es la alegoría con nuestra realidad. El reino hace referencia a la Argentina desde el plano de la ficción. El desdoblamiento contextual es que esto que estamos viendo no está ocurriendo en nuestro aquí y ahora (nuestro universo, digamos), sino que es uno alternativo. Esto es muy propio de las ficciones políticas (The West Wing, Borgen, House of Cards).

Mientras que un policial, thriller, drama o comedia cualquiera puede ocurrir (o no) en nuestro espacio y tiempo, los que se desarrollan dentro de un escenario de envergadura política a nivel nacional deben hacerlo en un universo con reglas propias. Usualmente, la historia de ese universo es más o menos la misma que la nuestra, hasta el punto de divergencia. En el contexto de El reino, adivinamos que la historia es la misma hasta diciembre de 2001 (a partir del infame “expediente Osorio”), luego el camino diverge, con la irrupción de Badajoz en la política nacional.

La envergadura, el país mismo, está fuera de escala. Toda la presencia de medios, para dar relevancia a las situaciones, está diseñada desde la aproximación obvia: un par de cámaras, algunos periodistas corriendo a los protagonistas. No se transmite la idea de terremoto político que ocasionaría un magnicidio. Falta gente, falta ruido, falta tamaño. Todo esto sería mucho más propio y verosímil en una provincia, como Mendoza o Santa Fe. A nivel nación, parece chico.  

¿Qué importancia tiene esto que parece obvio? Que el cambio de contexto habilita otros cambios, más notables, polémicos y estéticos, como son los espaciales y geográficos. Esto sucede en un país que vemos muy poco: El reino sucede en interiores. No se usan planos de establecimiento. No se cuenta la ciudad. Cuando se hace, se monta un espacio acotado. Por los usos de interiores, este no es un tema presupuestario. Hay una decisión estética aquí: no se establece la iglesia. No sabemos dónde está. No vemos su fachada. No se establece tampoco dónde ocurre casi nada de lo que vemos. No sabemos dónde está la oficina de Osorio, pero parece Puerto Madero. No sabemos dónde velan a Badajoz, pero está filmado en un palacio, que se adivina como el Círculo Militar. La ausencia de establecimientos geográficos se multiplica en muchos otros aspectos. Esto se parece a lugares que conocemos, pero no lo son. No está ocurriendo en nuestra Argentina, sino en otra, en la que las distancias y los tiempos son distintos.

La iglesia-casa tiene una estructura laberíntica, que no llegamos a adivinar. El único lugar más o menos claro es el Hogar de Menores. Aquí entonces podemos hacer una distinción. Donde existe cohesión textual y alteridad clara es en el lugar que regentean Tadeo y Remigio. Mientras que el laberinto, fortaleza, es aquel en el que moran los pastores. La oficina de Osorio es una sucesión de vidrios que parecen transparentes, pero distorsionan la imagen. O tal vez esté sobreanalizando todo, y nada de esto sea así. Pero pensar un poco no hace mal a nadie.

Pasado, presente, personajes

El reino quiere contarnos a sus personajes. Se esfuerza incluso por usar una batería de reveladores directos, indirectos, más y menos efectivos, simpáticos, intrigantes y gancheros. No siempre lo logra.

El pastor Emilio se ve tentado por la política. A la pastora Elena no le gusta. Las cosas van bien así como están. Los bolsos de dinero siguen llegando. Ingresamos en la historia cuando la dinámica de la familia está cambiando. Emilio se ha volcado hacia su mano derecha, Julio, mientras que Elena quedó relegada. Y Elena se pasa los primeros capítulos haciendo notar que ella no nació para estar relegada, y que la llave del pastor Emilio es ella. En ambos mundos (el nuestro y el del El reino) las mujeres deben pelear el doble para conseguir la mitad. Y es así como luego de varias escenas, entendemos que la protagonista real de esta historia, en el futuro, será ella. Más allá del póster, la trama manda.

Emilio es opaco, adrede, durante 7 episodios. Su verdadera naturaleza no está en la escena del ataque al hogar, sino en el retorno en auto a la iglesia. Es allí donde aflora su personalidad. “El demonio” –como dice Remigio– se hace evidente en la autocompasión y en la justificación. Su clímax es el final de temporada. El discurso de campaña que se transforma en ceremonia religiosa es una escena poderosa y el artilugio de las pantallas resulta muy efectivo.

Osorio es presentado de manera clásica, hasta el capítulo en que se rompe el contrato, y tenemos la voz en off (emulando a Narcos) que nos cuenta, en inglés, su historia. Seguramente esto funciona bien en papel, pero no funciona bien en la pantalla, lo mismo que pasa con los flashbacks de Julio Clemens. No se sabe muy bien de dónde salen y no queda clara su justificación. Se adivina que pudo haber sido parte del expediente judicial que lee el asistente de la fiscal, pero no está bien ejecutado.

Es un caso parecido a la vida familiar de la fiscal Candia y su dificultad para quedar embarazada, que en un contexto místico puede ser hasta peligroso para el futuro de la trama, que, si no se cruza, no debería plantarse. Por ende, la colisión es inminente. Si no fuera así, su situación familiar podría haberse quedado en la edición, y nadie la extrañaría. Pero si está, es por ello.

Ana, la hija contadora, se cuenta con economía de recursos. En la primera escena, Julio le mira los brazos mientras duerme. Ella despierta y le dice que “hace rato no se corta”. Luego Elena, su mamá, le lleva dinero y papeles a la bóveda fortificada del templo. Ana está comprometida con la plata turbia de los pastores. No se entiende muy bien cuál es el tema con el dinero. Los evangelistas donan un diezmo al templo y los cultos inscriptos, en nuestro país y muchos otros, están libres de impuestos.

Magdalena y su marido son la pata “comedia” de la historia. Son estafadores de poca monta. Su actividad se presenta en una dinámica que parece sacada de una mezcla de Better Call Saul y Esperando la carroza, ya que utilizan a los feligreses del templo para bañar y cuidar ancianos, y se quedan con la diferencia entre el costo del servicio y el pago de viáticos. Sueñan con su iglesia propia, y son un muy medido comic relief en el entramado por demás oscuro. Tadeo, el hijo “adoptado”, que sabe la verdad sobre todo, y sin embargo permanece allí. Es el dilema moral: ¿se puede ser inherentemente bueno y al mismo tiempo formar parte de un entramado criminal? Pablo, el hijo mayor, poco carismático, leal a la madre, maneja la recolección de dinero personalmente, y está siendo entrenado para asumir el papel de pastor.

Sobre el final, irrumpe en la trama el personaje de Celeste Rivas (Sofia Gala), que será aliada de Elena. Celeste está diseñada de tal manera que parece emular a la Selina Kyle de Batman Returns (Tim Burton, 1993). Sabemos que Selina se transforma en Gatúbela. Veremos en qué se torna Celeste. De por sí, su ingreso en la trama es sobre el final, apresurado, y un poco inverosímil. Pero nuevamente, se adivina que hay planes para el futuro.

La eterna pelea

Hay varias peleas en El reino. La primera es con el diálogo, que empieza más neutro y mejora cuando se argentiniza. No descubro América cuando digo que hay actores como Furriel que siempre dicen bien, mientras que otros pelean más con las situaciones. Pero tiendo a no ser demasiado severo con los diálogos en mi idioma natal, porque tengo la teoría de que soy demasiado blando con los que no lo son (¿cómo sé si están bien dichos en polaco?).

La segunda es con el verosímil. La política, para ser nacional, es escuálida. La justicia, en su funcionar, está desconectada de la realidad. No se suele acertar en contar cómo se investiga un crimen en la Argentina, y El reino no es la excepción.

Finalmente, con la representación alegórica. El reino tiene dos mitades. Los primeros cuatro capítulos dedicados a la presentación son los más flojos, mientras que la segunda mitad acelera la trama y se hace más disfrutable. Hay una eterna pelea entre las estructuras dramáticas y los verosímiles, versus lo que se quiere decir, la representación. Y en el corazón de esa pelea, en este caso, está el aspecto místico. O la ficción quiere contarnos una historia fantástica, con poderes Jedi y magia, o nos está contando esto como vehículo para otra cosa. O el pastor Emilio realmente es poseído por demonios cuando viola menores (nota aparte, por cómo está construida la escena es imposible, y la justificación es inverosímil), o en realidad esto es una representación de otra cosa.

Y cuando digo otra cosa, tengo que dejar volar mi imaginación. Y si la realidad es que, en Argentina, el evangelismo no está tan cerca de ser una fuerza política. Y si pienso que el único partido con ese poder de seguimiento es el peronismo, y si hay una pareja que irrumpe en el centro de la vida política, en la que él es un carismático que vende la pureza que no ejerce, y ella es la convencida, la verdadera, que sabe de lo turbio de su pareja. Y se recolectan bolsos con dinero y se esconden tras paredes, pero también se lleva comida a los necesitados. Y tienen un hijo mayor sin mucho vuelo al que se entrena para que tome el centro de escena, y una hija menor que está enganchada en los papeles de la organización y tiene desórdenes nerviosos, y está por tener un hijo con el hijo de una familia de la política argentina y allí nomás hay un chico tartamudo que es “como un hijo” y es el verdadero custodio de lo puro y santo. Y son todos escuchados por los servicios de inteligencia, que son un arma de doble filo…, y encima un importante empresario se mete en política apoyado por cierta embajada, arma un partido desde cero, por fuera de las estructuras. Y para peor el empresario, aunque le joda la liturgia religiosa, y el pastor, que reniega de la vieja política, son parte de la misma moneda… Tal vez podamos asumir que El Reino tiene una pata trotskista, y que la ENE es roja por algo.

O tal vez esté todo en mi cabeza.