Serás lo que debas ser, o serás bruja

El siguiente texto es un análisis de la película La Bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra, dirigida por Robert Eggers, estrenada en 2015.

Un contexto conocido para una película distinta

Desde el título, la película nos ubica en un contexto preciso que indica sobre qué tipo de bruja nos hablará en la historia. La bruja a la que alude vive en la Nueva Inglaterra del siglo XV. Situada en el noreste de EE. UU. Esta región fue una de las primeras en ser habitadas por los colonos de origen británico que conformaron las comunidades puritanas del país en aquella época. Un lugar propicio para la persecución de todo aquel distinto, identificado como heresiarca.

La Bruja es el primer largometraje de Robert Eggers, quien hasta entonces había tenido más trayectoria en otros rubros como el diseño de producción, la dirección de arte y el diseño de vestuario. Para esta película, tomó el mando de los roles más significativos, como director y guionista, y se instaló como nueva gran promesa del cine, al lograr que cada elemento de la película estuviera en función de la historia.

Si bien esta no tuvo gran repercusión en las salas comerciales en Argentina, desde su estreno en 2015 recibió varios premios, entre ellos, el de mejor director en el Festival de Sundance y mejor largometraje en el de New Hampshire. La falta de éxito taquillero tuvo que ver con que, a pesar de haberse anunciado como película de terror, nos habla de la cacería de brujas (un tema familiar para los amantes del género), saliéndose del molde en varios aspectos. El uso de los tiempos y el tipo de suspenso que maneja no resultan tan habituales para el público acostumbrado al terror del mainstream; no obstante, pasados los años se ha convertido en una de las favoritas del público cinéfilo.

Decadencia y elevación

La película empieza con un silencio abrumador que, sumado a la pantalla en negro absoluto, nos mete de lleno en un clima de suspenso. Algo va a suceder pero aún no sabemos qué. La música empieza pero seguimos viendo solo negro; la primera imagen es el primer plano de la cara angelical de la protagonista y luego heroína, Thomasin (Anya Taylor-Joy), una jovencita rubia, vestida con un tradicional ropaje puritano. A su mirada angelical se contrapone una voz masculina, profunda y grave, que se pregunta para qué han venido hasta esta nueva tierra, como si le estuviera hablando a ella pero, a medida que se va completando el cuadro, vemos que hay otros a quienes se dirige: un joven con mirada asustadiza, dos niños en actitud similar y, finalmente, la espalda de un hombre y un plano que se abre mostrando las espaldas de toda la familia. Mientras, seguimos escuchando la única voz que se dirige ahora a la comunidad entera que los acusa de ser falsos cristianos. 

Pronto entendemos que estamos conociendo a la familia de Thomasin: sus hermanos, su madre y su padre (Ralph Ineson). Un padre irreconocible en la primera escena, pero absoluto, cuya voz de autoridad defiende a la familia frente a la acusación de la congregación y posterior expulsión. A continuación, los vemos partir alejándose de la vida organizada, dejándola en el pasado mientras los enormes portones se cierran tras ellos. 

En la siguiente escena, mediante un plano panorámico, vemos la nueva morada de la familia. Una casa en el medio de un paisaje desolador, cercado por el bosque que funciona como elemento de temor, de profundidad desconocida. Como límite inquebrantable.

Un sonido agudo y distorsionado acompaña la imagen de la familia, apartada pero unida, rezando de rodillas en el exterior de la casa y hacia el bosque. Sus rostros se muestran alegres, pero no transmiten paz. Algo está por venir.

De allí en adelante la película nos hará recorrer lentamente la decadencia familiar que permitirá la elevación final de Thomasin, acusada sin fundamentos de bruja y por esto empujada a asumir ese papel una vez destruida la familia y desvanecida la autoridad del padre.

El mal augurio comienza con la misteriosa desaparición del bebé de la familia en medio de un inocente juego frente al bosque. Las sospechas recaen sobre Thomasin, la mayor de los cuatro hijos, quien estaba a cargo del pequeño en el momento de la tragedia. 

El misterio se acrecienta cuando, el bebé Samuel es llevado al interior del bosque. La música va aumentando en su intensidad, mientras, en un juego de luces y sombras, una figura femenina desnuda toca al niño también desnudo, para verla luego engrasando un cuchillo con la grasa del bebé y bañándose luego en la sangre del aún no bautizado. 

Mientras tanto, en el entorno de la familia crecen las sospechas del acto de brujería al no poder encontrar una respuesta lógica por la desaparición del más pequeño. Este hecho desencadenante pone en jaque las creencias de cada uno y los obliga a elegir una posición donde ubicarse.

Thomasin es la única de la familia que se muestra, en un primer plano con el rostro iluminado y la oscuridad de fondo, rezando y admitiendo frente a Dios (y los espectadores) sus pecados. La cámara se posará siempre frente a ella, generándonos una cercanía que la humaniza. 

Caleb (Harvey Scrimshaw), el mayor de los hermanos varones, lucha entre seguir la autoridad de la religión, guiado por la voz de su padre, o desviarse por su impulso sexual latente, mientras desea, con culpa, el cuerpo de su hermana. A pesar de esta tensión, en principio elije a su padre, William, adentrándose en el bosque para ayudarlo a conseguir comida para todos. La desgracia ha recaído no solo sobre las personas sino también sobre la cosecha, por lo que William decide robar un objeto de valor de su esposa para comprar trampas e ir de caza al bosque, ese lugar prohibido y tenebroso que pronto será nuevamente protagonista del mal. 

Katherine (Kate Dickie), la madre de la familia, sufre y ruega a Dios-padre que perdone sus fantasías y la reconozca como hija. Su rostro se verá cada vez más gris y su mirada más amarga a medida que avanza la película, y será ella la principal acusadora de Thomasin por todos los males que sufre la familia. 

Los hermanos más chicos, mellizos, juegan y hablan en coro, molestando hasta casi enloquecer a todos a su alrededor. En una escena los vemos jugar cerca del río, donde también se encuentran los hermanos mayores. La más chica de los mellizos canta diciendo que es la bruja del bosque, a lo que Thomasin responde que ella lo es, atemorizando a los más pequeños y haciendo crecer aún más las sospechas sobre su persona. 

El padre, quien debe proveer y proteger a su familia, va perdiendo fuerzas a medida que la historia avanza. Su decadencia empieza al alejarse de la congregación, en un acto de orgullo. Seguidamente, desesperado por no poder proveer como corresponde, roba a su esposa, quien acusa a Thomasin por el hecho y él calla dejando que su hija cargue con la culpa. La tensión sexual padre-hija, presente a lo largo de la película, se romperá más adelante, cuando ella lo enfrente a su propio pecado, reprochándole haber ocultado ese dato.

Por su parte, Caleb también pagará por sus transgresiones, siendo secuestrado y endemoniado por una bruja. En esta escena, el rostro temeroso del chico avanza en la oscuridad del bosque, mientras un coro de voces agudas acompaña la aparición del cuerpo voluptuoso e incitante de una mujer.  

El muchacho muere en medio de un trance místico que se asemeja al éxtasis orgásmico, hablándole a Dios. El padre desespera rogando y pidiendo perdón al Creador por su orgullo. Su voz ya no es profunda ni grave, sino más bien un grito desesperanzado. Las capelinas y el resto de la vestimenta de la familia se van cayendo o destrozando, dejando al desnudo las miserias de cada uno. La decadencia es absoluta. 

La familia acusa a Thomasin de herejía, y esta, a su vez, acusa a los mellizos de haber hecho un pacto con el demonio, materializado en el macho cabrío negro, llamado Black Philip. 

A la muerte y desgracia de toda la familia, solo le escapan Thomasin y este Mal, transfigurado en cabra. El demonio estuvo todo este tiempo dentro de la familia y ahora, habiéndola destruido, invita a Thomasin a que forme parte de algo delicioso y prohibido hasta entonces. 

Así, en el final, volvemos a encontrarnos con el rostro de la protagonista en primer plano, pero esta vez ya no es angelical y aniñado, sino el de una mujer bañada en sangre y erotismo. En este cierre circular también escuchamos una voz en off, pero al igual que Thomasin, esta se ha transformado. La voz de la autoridad ahora es demoníaca e irá guiando a la protagonista hacia aquel bosque, iluminado por un fuego erótico, donde se reúnen aquellas que se han liberado de toda autoridad y atadura moral.

Encerrados afuera

Jarin Blaschke, a cargo de la fotografía, quien había tenido un encuentro cercano con el terror en Blood Night: The legend of Mary Hatchet (Frank Sabatella, 2009), logra un uso increíble de las luces y sombras, ayudando a crear el clima de desamparo y decadencia durante toda la película. 

Los sepias y grises abundan en la mayoría de las escenas, reflejando la frialdad misma del hogar. Paradójicamente, los únicos momentos cálidos son aquellos en los que se sugiere la presencia de hechicerías, como el acto con el bebé y la escena final en el bosque. 

Eggers y Blaschke se encargan de meternos en el universo interno de los personajes, a través de planos cerrados, como aquellos que recaen sobre el rostro afligido de Caleb, quien claramente teme desatar sus impulsos, o los primeros planos sobre la heroína, quien se revela sin engaños frente a nosotros, confesando sus pecados o eligiendo seguir al demonio. 

Sin embargo, cuando los planos son amplios, la sensación no es de liberación y apertura sino de opresión, al igual que la represión que opera en todos los personajes. Por ejemplo, la casa se muestra en planos abiertos, en medio de un páramo desolador, con el cielo gris que pesa sobre toda la escena. 

El dentro y fuera de campo juegan en todo momento, haciendo que la historia oscile entre la coacción que viene desde afuera o desde el interior de cada uno. La voz del padre inicial fuera de campo, que cae de lleno sobre la cara de Thomasin y luego sobre el resto de los hijos, hace las veces de autoridad absoluta que luego será reemplazada por la voz (nuevamente en off) tentadora de Black Philip. Samuel, el bebé, desaparece en un abrir y cerrar de ojos, frente a su hermana y a nosotros mismos, es el primer castigo por no obedecer la Ley. Ante su ausencia, está el bosque con una presencia imponente. En otra oportunidad, Thomasin reza mirando hacia fuera de campo, haciéndonos otra vez conscientes de esa existencia omnipresente que no vemos pero sentimos. 

La música también suma al clima de opresión, alternando entre silencios que generan tensión y tonos agudos que van escalando en la estridencia, generando el clímax perfecto para la liberación, como lo vemos en escenas tales como el acercamiento de Caleb hacia la mujer en el bosque o en la previa al final, cuando Thomasin se desviste para su encuentro con el mal. 

Las voces de los protagonistas hacen su parte para contar la historia. La voz del padre empieza gruesa y profunda, pero va perdiendo fuerza a medida que su fortaleza como hombre de la casa y creyente se desvanecen. Los mellizos suenan burlones, cantando acusaciones o jugando con el mismo Black Philip de una forma infantil pero inquietante a la vez. 

Cada plano está puesto al servicio de la idea que presenta la película. Esta tensión entre represión versus erotismo y liberación se presentan en la expresión atribulada de Caleb al enfrentarse al pecho liberado de su hermana mientras duerme despreocupada. 

Nada está dejado al azar. Al igual que la autoridad del padre, la presencia del director en la película es omnipresente. 

Del mito de la horda primitiva a la liberación femenina

La mirada principal de La Bruja es la de su protagonista, una mujer joven en plena ebullición hormonal, frente a quien se desmorona todo orden conocido. 

La figura del padre pesará a lo largo de toda la película. En la primera parte, lo hará desde el lugar de la opresión, mientras que en la segunda, su decaimiento y pérdida de autoridad harán que pese su ausencia. El padre no solo representa al pater familia, sino también a esa ley incuestionable, una dominación patriarcal, masculina. Su contrapunto es su propia hija y creación, la heroína (mujer) que, ante la pérdida de toda autoridad y tergiversación de las leyes, se revela para luego elevarse en una nueva organización. 

A diferencia del mito de la Horda primitiva, utilizado por Freud para explicar la organización de la vida cultural del hombre, donde la horda mata al padre tirano para luego convertirlo en la ley simbólica que ordenará a la horda y fundará la sociedad, en La Bruja “matar al padre” (en todos sus significados) implica la liberación y el des-orden. La ruptura con la autoridad patriarcal significa la libertad, la elevación de la mujer y el quiebre con aquel orden impuesto (ya quebrantado con la expulsión del comienzo). 

Frente a las acusaciones externas, Thomasin es empujada a revelarse y revelar(los), como lo hace con su padre y hermanos más chicos, convirtiéndose en bruja, en una profecía autocumplida, mientras que el resto de la familia reprimida es destruida. No es casual. La destrucción de su familia nos habla de la destrucción de esta institución, que se desmorona junto al resto de las leyes y organizaciones establecidas, como la iglesia, la comunidad fundada en torno a ella y en especial la norma, antes incuestionable, establecida por un dios desconocido. 

En contraposición a ese Dios que no se ve pero del cual todos se ocupan de invocar como certero, se presenta una nueva figura materializada, que invita a la heroína, quien también vio sus creencias cuestionadas al ser acusada de herejía, por el simple hecho de representar la tentación en carne propia. En el final de la película, el mundo de Thomasin se ha desvanecido, ya no tiene autoridad en la cual ampararse, y esta libertad no buscada es la que le permite su transformación de niña a mujer y de mujer a bruja.

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