María Marta, el crimen del country: carnadura y nada más

Hace algunas semanas, en el contexto de las columnas –cada vez más esporádicas- que escribo para esta Revista, me proponía indagar y complejizar un poco sobre la situación del streaming y cómo fue cambiando desde su explosión allá por 2015/16 hasta nuestros días.
Los rasgos distintivos, grosso modo, venían dados por tres momentos: un albor, de la mano de Netflix, caracterizado por la novedad del servicio y la preponderancia de un contenido ya existente que se “catalogaba” y ponía a disposición hogareña del público; un crecimiento, a partir de la proliferación de creación de contenido propio, pensado de forma directa para el streaming, y la aparición y multiplicación de los servicios de las grandes empresas productoras (Disney, HBO, Paramount, etc.); y un momento actual, de expansión panregional, donde se sigue privilegiando la creación de contenido propio, pero ya no solo proveniente de los Estados Unidos, sino mediante el fortalecimiento de las producciones locales para captar a los públicos nacionales y también, por qué no, cooptar y dominar un mercado.
El caso argentino es llamativo. No solo por la cantidad de producciones en marcha y estrenadas que viene acaparando casi la totalidad de la oferta laboral cinematográfica desde el año pasado, sino por su especificidad temática. En un comienzo, el desarrollo local se caracterizó por thrillers policiales y de acción: El jardín de bronce, La fragilidad de los cuerpos o Un gallo para esculapio, por ejemplo. Luego el sector viró hacia los dramas biográficos, generando un caudal inusitado de producciones basadas en la vida de celebridades de diferentes calibres de nuestra historia. A vuelo de pájaro, se me ocurren: Monzón, Sandro, Carlos Tevez, Maradona y Evita, solo por decir algunas de las series a las que se le sumarán en breve obras basadas en la vida de Ringo Bonavena y Fito Paéz.

Dentro de toda esa seguidilla se encuentra María Marta, el crimen del country, una de las apuestas fuertes de HBO Max en Argentina, de la mano de Polka, la productora de Adrián Suar, e inspirada en el mediático caso “García Belsunce”.
Una pequeña digresión. Es curioso lo que hizo HBO Max: hace poco estrenó The Staircase, una serie de ficción basada en su homónima documental, que narra el proceso seguido contra Mike Peterson por el asesinato de su esposa Kathleen. Ahora saca otro drama de acción real inspirado en un truecrime, ya que en 2020 se había estrenado la serie Carmel: ¿Quién mató a María Marta?, sobre el caso García Belsunce. Lo distintivo del tema es que ambos documentales fueron producidos y distribuidos por otro servicio de streaming: Netflix.
Pero esa no es la única semejanza entre la historia de la muerte de María Marta García Belsunce y la de Kathleen Peterson. Las dos investigaciones fueron muy mediáticas y se centraron en sus esposos. En ambos casos sus parejas fueron condenadas y, luego de varios años, se las absolvió. A su vez, las pesquisas de uno y otro suceso tienen ciertos huecos, que hasta el día de hoy no permiten establecer un relato certero sobre lo ocurrido.

Ahora sí, entrando de lleno en la serie, digamos que cuenta mucho de lo que ya se conoce sobre el caso: Una tarde de lluvia María Marta García Belsunce es encontrada muerta por su familia en la casa del country El Carmel Country Club que compartía con su marido Carlos Carrascosa. En un primer momento todos creen que se trata de un accidente e intentan resolver el tema rápido y cómo lo hace la gente que tiene mucha plata: con favores y sin llamar la atención. Las fallas de la justicia hacen que la autopsia se efectue recién varios días después del fallecimiento, luego de que el cuerpo fuera enterrado, y ahí aparece un descubrimiento irrisorio: María Marta no había muerto de un golpe azaroso como todos suponían, le habían pegado 5 tiros en la cabeza y nadie, ni su familia, ni los médicos que llegaron a la escena lo advirtieron.
Lo que sigue es historia conocida: la sospecha recae sobre Carlos Carrascosa, un enigmático agente de bolsa que luego de hacer mucha plata en la timba financiera se retiró del mercado laboral a los 50 años, y en la familia de la propia María Marta: su hermano, el periodista Horacio García Belsunce; sus dos medios hermanos por parte de la madre, Irene y John Hurtig; y su cuñado, esposo de Irene y amigo de Carrascosa, Guillermo Bártoli. Con el correr de los años y el debilitamiento de la hipótesis primigenia se agregaron otras líneas al caso, por ejemplo, un posible robo que salió mal, que habría sido perpetrado por Nicolás Pachelo –un vecino conflictivo del country con historial delictivo – en conjunto con dos guardias de seguridad.
El raid mediático del proceso, las declaraciones de la familia, la inoperancia de la justicia encabezada por el fiscal Diego Molina Pico y los propios vaivenes de la investigación hicieron el resto. Un cóctel explosivo para el primetime de una agónica televisión que ya no existe como la conocíamos en aquel entonces.
Conociendo todo esto y teniendo incluso una muy buena serie documental reciente, el problema de esta versión con actores es que no tiene mucho más para contar o decir, por fuera del chiste de la personificación. Es decir, sentarse a decir “che, mirá qué bien que está fulano haciendo de sultano”.
Ahora bien, hay que reconocerle los méritos técnicos, estéticos y dramáticos que tiene la serie. El cast (Jorge Marrale, Laura Novoa, Carlos Belloso, Esteban Bigliardi, Ana Celentano, Guillermo Arengo, Mike Amigorena, Nicolás Francella, Valeria Lois, Muriel Santa Ana, María Leal) es muy bueno, la reconstrucción de la época es muy precisa y las escenas están muy bien resueltas. ¡Hasta Mike Amigorena en la piel de Diego Molina Pico logra algo convincente y aparece contenido!

Los problemas graves entonces son dos: el primero, lo ya dicho, no tiene nada importante que sumar, más que refrescar y ponerle cuerpo dramático a hechos que ya eran o se suponen conocidos. El segundo, es narrativo; la serie pareciera ser consciente del problema 1 y decidir jugar con todo lo que el espectador ya se presume que conoce para armar una historia fragmentada y llena de saltos en el tiempo, buscando construir el todo con viñetas sueltas; el asunto es que todo esto lo hace de una forma muy caótica y confusa en la que no termina nunca de profundizar nada: no es una historia sobre un proceso judicial, no es un drama familiar, tampoco es sobre la investigación paralela llevada a cabo por un grupo de blogueras y no es la historia de un hombre encerrado por un homicidio que no cometió. Quiere ser todo eso a la vez y ahí la cosa se empantana bastante. No logra en ningún momento superar la carnadura expositiva del docudrama, no adquiere profundidad temática y narrativa.
Superado esto, el buen despliegue técnico y el oficio y solidez que demuestra su directora, Daniela Goggi, logran encarrillar bastante la cosa y permiten que el producto funcione en términos pasatistas. No aburre, no desentona, “se deja ver”.
Por supuesto, desde mi punto de vista que algo “se deje ver”, es problemático, porque el fin último de cualquier producción audiovisual debería ser tener un propósito, un por qué y María Marta, el crimen del country pareciera no tenerlo. Sin embargo, sería necio no pensar que para otro público, alguien que solo quiere relajar la mente luego de un día agitado, la serie no pueda ser atractiva. Y por supuesto que, para la óptica de quienes hacemos La 24 cuadros, también nos resulta interesante ver más allá y apreciar la artesanía: el trabajo técnico de quienes saben y ponen su conocimiento al servicio de una tarea. Y eso sí, acá aparece y es muy loable, no por el producto en sí, sino por las posibilidades palpables que una vez más demuestra que tiene la industria cinematográfica nacional, que sería mucho más aprovechada y valiosa si se la pusiera al servicio de otros relatos que tengan un poco más de sentido y un mejor tratamiento que este.