Sound of Metal: aceptación o apego

Si hay algo que podríamos aprender de la pandemia es tolerar los cambios y la incomodidad que ellos traen.
Según la filosofía budista, es importante recordarnos siempre que todo cambia. Nada es permanente y la contracara de esta impermanencia es el apego. Apegarse a lo que conocemos, a lo que nos gusta, es lo que nos va a hacer padecer los cambios.
Me puse un poco filosófica para ir al nudo de la historia de Sound of Metal, la última película de Darius Marder que está en la lista de nominadas a los premios Óscar de este año.
Ruben Stone (Riz Ahmed) es el baterista de la banda de heavy metal liderada por su novia, Lou (Olivia Cooke). La pareja vive en una camioneta especialmente equipada con consolas de música y viajan a lo largo de EE. UU. Tocando en diferentes ciudades. De un momento para otro, Ruben empieza a perder su audición de manera drástica e irreversible.

Esta primera pérdida enfrenta al protagonista con dos opciones: tratar, en un importante esfuerzo económico, de recuperar la audición a través de una intervención quirúrgica o “aprender a ser hipoacúsico” en una comunidad de personas que comparten esa condición, así como trayectorias de consumo problemático. Este dato se nos presenta de manera bastante abrupta y sin demasiada profundidad, lo cual es llamativo dado que resulta clave al momento de acompañar al protagonista en este derrotero.
Una parte de Ruben quiere intentar este proceso interno de aceptar su condición, viviendo en esta comunidad que incluye a personas de todas las edades (pero no acepta a nadie que tenga completa audición, por lo que Lou debe volver a su casa), mientras otra parte suya sigue aferrada a su realidad anterior y solo desea tener la oportunidad para volver a ella.
La aceptación y el apego es la lucha que se da en Sound of Metal, desde el otro lado de la pantalla podemos experimentar esta dicotomía, con ayuda de la interpretación de Ahmed, pero en particular con el trabajo de sonido a cargo de Nicolas Becker y un equipo impresionante. Gracias a esto, podemos entrar y salir del oído de Ruben. Estamos dentro suyo escuchando lo mismo que él y también afuera observándolo perdido en este desafío que le toca afrontar. En esto, la película tiene un gran acierto. Lamentablemente, el desarrollo de los personajes no tiene tanto trabajo.

Sabemos que Ruben tiene mucho de soberbia y ánimo de superación, tal vez por una historia de vida dura y solitaria (algo de eso se va explicando hacia el final). Entendemos que Lou es una chica amorosa que quiere ayudarlo, pero no puede. Solo vemos su expresión compungida y no mucho más. Por su parte, Joe (Paul Raci), el coordinador y casi gurú espiritual de la comunidad donde está Ruben, tiene muchas propuestas y reglas, pero sus motivos no terminan de entenderse, ni para Ruben ni para quienes estamos del otro lado.
En este sentido, Sound of Metal se destaca por su uso del sonido para transmitir una sensación. No es fetichismo, sino arte puesto al servicio de un relato, lo cual siempre es valorable. Si bien este relato se destaca por romper con la historia trillada de autosuperación individual y nos hace experimentar la incomodidad de no poder volver a la tan ansiada “normalidad”, no termina de desplegarse por completo para que podamos vivirlo de lleno.
Quizás haya sido la intención de Darius Marder dejarnos con la sensación de incomodidad no solo por no poder escuchar tal como lo hacemos ahora, sino también la molestia por no poder conocer en profundidad las historias que nos muestran como un pantallazo.
Como sea, la película atrapa pero no sin ciertos huecos en el guion que no terminan de saldarse a pesar del excelente trabajo artístico.