His House: El horror, el horror

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His House, primer largometraje de Remi Weekes, se estrenó en el festival de Sundance en enero de 2020. Poco después Netflix adquirió los derechos y la lanzó en su plataforma a fines de octubre de 2020. Cuenta la historia de Bol Majur (Sope Dirisu) y Rial Majur (Wunmi Mosaku), una pareja que huye de la guerra civil en Sudán del Sur. Luego de un viaje accidentado, llegan a Inglaterra en condición de refugiados. Su situación les permite acceder a una casa precaria y a una ayuda del gobierno. Bol considera este hecho como una bendición. Rial es menos optimista. Con esa discrepancia se perfilan las dos perspectivas que asumirá la historia. Bol representará el personaje que intenta separarse del pasado tratando de encajar en el presente. Rial, por su parte, constituirá la voz del quien no puede abandonar el pasado y desconfía del presente. De un modo u otro, el pasado se presenta ante los dos como un conflicto que no ha sido resuelto. Dicho con otras palabras: se manifiesta como un fantasma, un apeth con el que ambos deberán tramitar. Para enfrentarlo, Bol apelará a la burocracia, a los modales ingleses, al uso de ropa occidental y de cubiertos a la hora de la cena. Rial, por el contrario, cuestionará el desarraigo de Bol y se aferrará con obstinación a sus tradiciones. En ambos casos el remedio no resultará efectivo, puesto que ni Bol ni Rial quieren admitir que se encuentran no en su casa, sino en la casa de otro, en casa ajena: el horror real vuelve poca cosa la burocracia, la tecnología de punta y los buenos modales de occidente.

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Además del meritorio trabajo de Sope Dirisu y Wunmi Mosaku, y del excelente pulso narrativo que exhibe Remi Weekes, la gran virtud de His House es, precisamente, exponer el elemento real del que el horror se compone. Felicity Evans y Toby Venables, los guionistas del filme, adoptan el tópico de la casa embrujada y lo elaboran según el procedimiento que, por ejemplo, sigue Chinua Achebe en Things Fall Apart (1958), o Joseph Conrad en Heart of Darkness (1902), o Francis Ford Coppola en Apocalypse Now (1979). Es decir, la intención de la historia quizá consista menos en espantar que en diseccionar el horror y mostrar sus entrañas, dejar a la vista la instancia en la que este se vuelve real. His House trata de fantasmas, es cierto. Pero también es cierto que esas almas vagan en pena por lo que personas de carne y hueso les han hecho.
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Mucho más que sustos (que no son pocos ni desdeñables), His House nos regala una moraleja: el horror real vuelve poca cosa a las palabras. Trasciende el testimonio de quienes lo sufren, los números de quienes lo registran, la minuciosidad de quienes ensayan su historia. Este resto indecible del horror real sirve de subterfugio a ciertas instituciones para reducirlo a un mero papeleo. En consecuencia, las víctimas no solo tienen que aprender a convivir con el trauma, sino que además tienen la obligación de burocratizarlo. Así, en otro tiempo, si alguien aspiraba a ser moderno, debía declarar que los fantasmas no existían. Hoy, si alguien aspira a ser occidental, debe minimizar el horror, relegarlo a un trámite que se diluye entre formularios y formalidades. Sin embargo, así como los fantasmas no dejaron de aparecer mientras veíamos televisión a color, tampoco el horror dejará de acecharnos nunca, por más que nos obstinemos en llenar en tiempo y forma las declaraciones juradas de la AFIP.