Homeland: crónica de la caída de Occidente

Homeland tiene 8 temporadas, se estrenó en 2010 y terminó en 2020, y es, tal vez, el mejor relato de espías que la TV nos ha brindado.

Los hechos ocurridos el 6 de enero en el Capitolio norteamericano posicionan a Homeland como una serie de aguda observación sobre el presente mundial, la situación geopolítica y las implicancias en la democracia occidental. Y, sin embargo, no empezó así, sino como un thriller explosivo, con momentos de tensión máxima.

La primera temporada de Homeland está basada en la serie israelí Hatufim. En la adaptación cambiaron tantas cosas que casi no hace falta esta aclaración, pero por las dudas, se hace. Lo que construyeron a partir de una simple premisa es harina de otro costal: una crónica sobre la caída de Estados Unidos como potencia y cómo se llegó a ello.

Primer arco argumental: el sargento Brody – Temporadas 1, 2 y 3

Para muchos, la primera temporada de Homeland es la mejor. Nos encontramos ante un thriller clásico. Carrie Mathison (Claire Danes), agente de la CIA, lleva adelante una operación sin autorización en Irak, en la que recaba una pieza de información: Abu Nazir (Navid Negahban), jerarca de Al-Qaeda, está planeando un atentado en suelo norteamericano y lo llevará a cabo con un prisionero de guerra al que ha convertido en doble agente. Años después, el sargento Nicholas Brody (Damian Lewis), infante de marina y perdido en acción hace siete años, es rescatado de una locación vinculada a Abu Nazir. Carrie sospecha que Brody es el doble agente del que le advirtieron tiempo atrás. El problema es que su propia credibilidad está comprometida; Carrie es brillante, pero bipolar. Para mantenerse a flote depende de la medicación que le provee su hermana Maggie (Amy Hargreaves). Su comportamiento es errático, su aversión a seguir órdenes y sus pecados del pasado la mantienen en Langley, sin poder explotar su capacidad operativa. Está a solo un análisis de sangre de quedar exonerada.

El jefe de Carrie es David Estes (David Harewood), director de Antiterrorismo de la CIA, que por supuesto, no le cree demasiado. En cambio, su mentor Saul Berenson (Mandy Patinkin), jefe de la División Medio Oriente de la CIA, está más inclinado a prestarle atención.

El arco del sargento Nicholas Brody se extiende por tres temporadas, y es justo decir que se podría haber resuelto en dos. Pero, se sabe, nadie abandona un éxito, y la química entre Damian Lewis y Claire Danes en pantalla, sumada Morena Baccarin, que interpreta a Jessica Brody, la esposa de Nicholas, atrajo a millones de personas.

En el arranque estamos ante un relato de espionaje canónico. ¿Se puede confiar en quien retorna de territorio enemigo? ¿Cómo es la psiquis de un doble agente? ¿Se puede quebrar la voluntad y reconfigurar la identidad? Y, aún más inquietante, sabiendo esto, ¿puede existir el amor con el enemigo?

Si digo que algo es “clásico” en el género espionaje, nos remitimos a dos autores principalmente: Graham Greene y John Le Carré. Voy a basarme en este último en particular. La cuestión de “crear un doble agente” se aborda en múltiples novelas. En Homeland se toman elementos de las novelas La chica del tambor, El espía que vino del frío y La gente de Smiley. En el caso de estas dos últimas, y la tercera temporada, digamos que la serie está un paso más allá de la influencia: es directamente un homenaje.

Saul Berenson es George Smiley. El personaje central de las novelas de John Le Carré. Agente veterano, mucho más inclinado a quebrar lealtades que huesos; confiable, pero en un eterno segundo plano. Sufre la infidelidad de su esposa, pero es incapaz de accionar ante ello. Las similitudes son múltiples, desde el modo en que accede al poder, hasta sus antagonistas. Es el espía cerebral, el ajedrecista: a ambos los llaman “el maestro”.

La trama del primer arco pasa por varias fases. Carrie investiga a Brody por su cuenta. Se obsesiona con él, lo stalkea, y finalmente se enamora. La jefatura de la CIA descree de su sospecha y termina apartándola. Brody, por su parte, vive una crisis. Un hombre quebrado no es un hombre convencido de nada. A Brody le han hecho un trabajo psicológico. Durante sus años de cautiverio, el ataque criminal a una madrasa (escuela) por parte de drones de la CIA lo termina de convertir en un agente al servicio de Abu Nazir. En Estados Unidos, recibido como un héroe, lo impulsan a candidatearse al Congreso. La vida familiar, sus hijos Dana (Morgan Saylor) y Chris (Jackson Pace) le hacen pensar por un instante que se ha librado de la influencia de Al-Qaeda. Es allí donde repara en que un hombre quebrado no estará tranquilo jamás y que, incluso en su patria, en la potencia de Occidente, no está libre del manejo de sus captores.

Luego del final de una primera temporada para el infarto, que incluye a Brody con un chaleco suicida encerrado en un bunker con el vicepresidente de Estados Unidos, nos adentramos en una segunda temporada, que, como es usual en las series que saben lo que hacen, expande su mundo. Con Brody ya señalado como un terrorista por la CIA, con Carrie reivindicada en la operación, se suman dos personajes que serán instrumentales por años, Peter Quinn (Rupert Friend) y su mentor, el veterano Dar Adal (F. Murray Abraham). Ambos son la pata de “operaciones” de la Agencia. Hasta que aparecieron, se nos mostraba una CIA prolijita, con personajes con el compás moral corrido, pero con límites. Acá aparece la CIA que le gusta a la gente: operaciones encubiertas, golpes de Estado, asesinatos, tortura, guerra psicológica, campañas de desinformación.

Estos personajes serán aliados de Carrie o de Saul, o antagonistas de ellos, o de alguno de ellos. Recordemos: en Homeland el eje actancial es siempre circunstancial, la forma que sigue al contenido. Es un reflejo de la política de Estados Unidos. Dar Adal es un norteamericano de raíces árabes y homosexual, con vínculos con lo más oscuro del mundo; Saul Berenson es un norteamericano judío que reniega de la política de Israel, pero es amigo del Mossad. Ambos son parte del mismo juego, dos facetas del mismo sistema. Son las dos formas en las que Estados Unidos se relaciona con organizaciones y Estados. Carrie es brillante, bipolar e insoportablemente indisciplinada, aún así es querida por sus contactos y agentes, como Max Piotrowski (Maury Sterling). Todos hacen lo que sea por ella. Peter es un asesino letal, profundamente deprimido por sus acciones, que solo lo empujan más lejos en la espiral de violencia.

El atentando que no se da en la primera temporada se lleva a cabo en la segunda. En los capítulos finales de esta, Brody, con un artificio cuasi increíble, es presionado por Abu Nazir para pasarle los datos que permitirán “hackear” el marcapasos del vicepresidente de Estados Unidos, William Walden (Jamie Sheridan). Pero el verdadero final de la segunda temporada es el atentado al edificio de la CIA en Langley. Un bombazo en medio del homenaje al vicepresidente que, emulando a George Bush padre, había sido director de la CIA y responsable por el ataque a la madrasa con el que convencieron a Brody de “pasarse de bando”.

Párrafo aparte aquí para la pata política de Homeland. No sabemos qué partido gobierna Estados Unidos en la duración de la serie. No sabemos quién es el presidente en las primeras temporadas. No se lo nombra. Las grandes ligas políticas permanecen en las sombras. Apenas tenemos un atisbo del jefe de Gabinete en la tercera temporada. En el imaginario de la serie, es indistinto el color político. Algo impensado para un escritor como Aaron Sorkin, pero bastante atinado en una serie que plantea que no hay un plan. Que vivimos en un caos con 700 actores e intereses cruzados. Tendremos un cambio más adelante. Pero habrá que esperar a la sexta temporada. Lo que vemos en las primeras temporadas es una institución presidencial más grande. Un establishment político representado como un Olimpo. Algo que se desdibujará después en la serie y marcará un cambio de eje.

Este atentado vuelve a armar el eje actancial. Carrie está convencida de que Brody no tuvo nada que ver. El antagonista principal, Abu Nazir, ha muerto. Saul quedará a cargo de la CIA, con la ayuda de Dar Adal. Tendrá un contrincante: el senador Lockhart (Tracy Letts), quien quiere hacerse con el cargo de director. Berenstein iniciará, en la tercera temporada, la segunda apertura del mundo: ¿quién está detrás de Abu Nazir? ¿Quién financia los atentados? En la lógica de Homeland, las organizaciones terroristas (Al-Qaeda, ISIS, Hezbolá) son una suerte de “soldados de la fortuna” al servicio de Estados con intereses diversos. En el primer arco argumental, Al-Qaeda, sospecha Berenstein, está al servicio de Irán.

En la tercera temporada, entonces, tenemos la resolución del arco. Tomando elementos directamente de El espía que vino del frío (primera mitad de la tercera temporada) y luego de La gente de Smiley (segunda mitad), Saul se convierte en el Maestro. Los mencionados elementos centrales son dos: desacreditar a un agente propio para propiciar un acercamiento de fuerzas enemigas (Carrie en Homeland, Alec Leamas en El espía que vino del frío), seguido del chantaje a cuadros superiores de estas fuerzas (Javadi en Homeland, Karla en La gente de Smiley), con información comprometida que estaría reñida con su cultura y modo de vida.

Eso, y por supuesto, convertir a Brody en un doble / doble agente, y enviarlo a Irán para asesinar al jefe del Servicio de Inteligencia, para posibilitar el ascenso de Javadi en la fuerza. Un final a todo o nada, y la sensación que era posible contar esto en 24 capítulos y no en 36.

Cuando todo termina, Saul está fuera de la CIA y Carrie, embarazada de Brody, está ascendiendo en su carrera.

Segundo arco: el adentro, el afuera y la complejidad del mundo – Temporadas 4 y 5

Terminado el arco de Brody, Homeland se reinventa. La serie había tenido un propósito original y este había culminado. Si no hubiera seguido más allá de la tercera temporada, hubiera estado bien. Si le hubieran cambiado el nombre o todos los actores, también. Pero alguien decidió seguir con Carrie y con Saul, ponerlos en un nuevo contexto y empezar a pensar lo que estaba pasando en el mundo.

Estamos en 2014, en Islamabad, Pakistán, el jefe de la Estación de la CIA, Sandy Bachman (Corey Stoll), viene teniendo una racha de aciertos basados en información que le pasa una misteriosa fuente. Sandy recibe un último dato. Haissam Haqqani, líder talibán en la lista de “autorizados para matar” de la CIA, estará en una locación al alcance de los drones comandados por la Estación Kabul de la agencia, al mando de Carrie Mathison, la jefa más joven de la historia, que es llamada por sus subordinados “la reina de los drones”, puesto que ha comandado ataques que mataron decenas de enemigos. Carrie acepta la información de Bachman y ordena el ataque al lugar, para descubrir luego que se trataba de una fiesta de casamiento y que fallecieron 40 inocentes.

Horas después del ataque, un video de la acometida a la boda llega a YouTube. Se filtró a través de un sobreviviente, Aayan Ibrahim (Suraj Sharma), estudiante de Medicina en Islamabad.

Lockhart, director de la CIA, ordena a Carrie y Bachman que se hagan cargo del tema. Todo este prólogo termina con una turba enfurecida que asesina a Bachman, cuyo rostro se filtró en la TV. Peter Quinn, que trabajaba con Bachman en Pakistán, falla en protegerlo, más preocupado por el bienestar de Carrie que por su entrenamiento profesional. Este fallo es algo que lo motivará más adelante a volver a las andadas.

Carrie, por su parte, fue madre. Su hija queda al cuidado de su hermana, a salvo y en Washington. En las pocas veces que la ve, Carrie dista bastante de desarrollar amor maternal.

Por su parte, Saul está trabajando como asesor en el sector privado. Estados Unidos está en una fase del capitalismo mágico en el que privatizan cárceles y también el ejército. Berenstein le vendió su alma a un conglomerado similar a Blackrock, empresa que provee seguridad a las cuadrillas que construyen Burger Kings en Irak. Le están pagando mucha plata. Y el trabajo le sienta mal. No está hecho para eso. Está del lado de afuera del mostrador, justo cuando había conseguido el triunfo monumental de poner el aparato de inteligencia de Irán a sus órdenes. Dar Adal lo sabe, y se intuye que empieza a conjugar fuerzas oscuras para que su viejo amigo vuelva a la agencia.

La trama irá juntando a Carrie y a Saul para desatar el nudo principal, que es la doble cara de los supuestos aliados de Estados Unidos, en este caso Pakistán y los vínculos culturales y sociales que mantienen con el talibán, encarnado en la figura de Haissam Haqqani (Numan Acar). Lo que se plantea aquí es que, pese al apoyo económico y la supuesta amistad y colaboración de Pakistán (o para el caso, cualquier aliado), se mantiene una hostilidad manifiesta contra los intereses de Estados Unidos en la región, producto del accionar prepotente y violento posterior al atentado del 11 de septiembre de 2001. Existen dos miradas y están en pugna: la que rechaza al talibán y está más cerca de Estados Unidos, encarnada en Homeland por el joven coronel Khan (Raza Jaffrey) y la que tiene una agenda oculta, que no se opone directamente a Estados Unidos, pero apoya en secreto al talibán, que es la de Tasneem Qureishi (Nimrat Kaur).

Saul será capturado por el talibán Haqqani, que lo usará como escudo humano, con grabación de video incluido; un triunfo mayúsculo para un grupo sin entrenamiento ni armamento sofisticado. Pero todo será una excusa para propiciar un ataque a la embajada de Estados Unidos en Pakistán. Una suerte de relectura del atentado al Consulado de Bengasi, Libia, que terminó en una masacre, tal como ocurrió en la serie, con el mismo aditamento en ambas circunstancias (la real y la ficticia), el Estado soberano (Libia y Pakistán) retrasa la llegada de las fuerzas de seguridad, permitiendo los ataques. Luego, en público, condena el acto terrorista y promete colaboración.

La temporada 4 termina a todo trapo. Peter Quinn planea un atentado contra Haqqani, que está siendo tratado como un héroe en Pakistán, gracias al atentado a la Embajada. Carrie, enterada de que Quinn sigue en Pakistán con apoyo de Astrid (Nina Hoss), su amante del Servicio de Inteligencia alemán, se queda atrás para detenerlo. Y es allí donde descubre que Dar Adal hizo un trato con Haqqani: sacarlo de la lista de “personas a matar” a cambio del video de Berenson prisionero del talibán. Saul aceptó que se haga este trato: si el video hubiera surgido, no podría volver a la CIA. Y a estas alturas lo único que tiene y quiere es su carrera como agente de inteligencia. Carrie, asqueada, abandona todo.

En la temporada 5, segunda parte de este arco, tenemos la contracara. Han pasado dos años. Carrie trabaja en Berlín para una ONG alemana, a cargo del filántropo millonario Otto During (Sebastian Koch) y Saul es jefe de la sección Europa de la CIA. Carrie está en pareja con Jonas, abogado de la ONG, mientras Saul está separado. La jefa de la sección alemana es Allison Carr (Miranda Otto), amante de Saul. Dar Adal está en un rango superior a Saul.

Carrie vive, por primera vez, una vida normal con Frannie, su hija. No parece extrañar la adrenalina del espionaje internacional. Unos hackers logran, de casualidad, robar miles de documentos secretos del servidor de la CIA en Alemania. A partir de este robo, Carrie se convierte en un blanco. Alguien emite una misteriosa orden para asesinarla. Los motivos se encuentran en alguno de los documentos filtrados, y su pasado en Irak, circa 2003, en el que reemplazó a Allison Carr en su rotación.

La temporada es derivativa, aunque el cambio de paisaje ayuda. Estamos en una historia de espías en Europa. Nuevamente, tenemos una cita a Le Carré: la búsqueda del traidor, como en Tinker Tailor Soldier Spy (El topo). Peter Quinn y Dar Adal tienen roles preponderantes en esta temporada. Peter, como asesino al servicio de Saul. Dar Adal, como mandamás de la CIA, en estado de paranoia.

Con un armado que deja mucho que desear, se incluye a un grupo terrorista que planea un atentado en Berlín, y del que Peter Quinn termina de rehén. Homeland no siempre construye sobre el verosímil, y muchas veces pone el discurso por sobre la trama. La entrada de Peter Quinn en este grupo es una de esas ocasiones.

Además, se insertan dos elementos más en el discurso: los hackers como agentes del caos, anarco-libertarios sin agenda que terminan beneficiando sin quererlo al terrorismo, asociados con el periodismo, protegidos por poderes económicos (en este caso, During), movilizados por el ego y las ansias de fama, y se amparan en la libertad de prensa sin importar las consecuencias que suelen, nuevamente, beneficiar la disrupción de la vida pacífica en sociedad (léase terrorismo). Esa es la mirada de Homeland, y no la mía, aunque, hay que reconocer, desde la ficción, presentan argumentos convincentes.

En esta temporada hacen su ingreso triunfal los rusos, el GRU (la vieja KGB), de la mano de Ivan Krupin (Mark Ivanir). Los rusos se representarán en dos vertientes: el espía clásico que juega con las viejas reglas, y los más jóvenes, la generación Putin, que no siguen la cadena de mando, mucho más peligrosos, abocados a las fake news, a la disrupción, y aprovechan el caldo de cultivo de hackers y periodistas, lo que se probará más adelante en la trama, es el nuevo campo de batalla de la inteligencia mundial.

El párrafo aparte aquí es para la “oligarquía”, representada por Otto During. Personas con rango de estado autónomo, capaces de ser un jugador más en un tablero imposible, con intereses y recursos, que no responden a un bien común, sino a su propio ego, culpa o capricho. Estas personas tienen capacidad de fuego, contratan periodistas, abogados y agentes de inteligencia, y son ayudantes o contrincantes según toque.

La temporada termina con todos trabajando para el mismo lado. Carrie detiene a los terroristas, aunque no vuelve a la CIA. Saul elimina al topo, pero el incidente no es reportado. Quinn está en coma, y su pronóstico es oscuro.

Tercer arco argumental: estado de conmoción interna – Temporadas 6 y 7

Al inicio de la temporada 6, han pasado unos meses desde los sucesos en Alemania. En Nueva York, la presidenta electa de Estados Unidos, Elizabeth Keane (Elizabeth Marvel), recibe a diario a los líderes militares y de inteligencia para ir empapándose sobre la situación general. Son reuniones donde los participantes se estudian mutuamente.

Keane, iremos entendiendo, hizo campaña y ganó las elecciones con la premisa del “cambio de paradigmas” militar y de inteligencia. En esta temporada tenemos el acercamiento final de Homeland a la actualidad, dejando de lado las peripecias y la construcción del thriller. Lo extraño, es que parecía que iba a pasar lo contrario. La presidenta electa Keane se asimila, por género y maneras, a Hillary Clinton. La temporada se estrenó el 17 de enero de 2017, tres días antes de la asunción de Donald Trump. Todo hacía parecer que los guionistas habían metido un pifie monumental. Los errados fuimos nosotros.

Recordemos: antes de manifestarse abiertamente como un supremacista blanco y un protonazi, chauvinista, antiinmigración y prepotente, Trump se mostraba como un outsider, alguien por fuera del sistema político que venía a cambiar las cosas; uno de sus eslóganes favoritos es que iba a “drenar el pantano”, en alusión a Washington (el consabido pantano).

Ese flanco es, justamente, el que muestra Homeland en Keane. ¿Se pueden llevar adelante reformas profundas en el complejo industrial militar de Estados Unidos que ya denunciaba Eisenhower en la década del 50? La respuesta no los sorprenderá.

Dar Adal y Saul Berenson son los encargados de mantener informada a la presidenta electa sobre las operaciones de inteligencia en curso. Ambos perciben que la presidenta tiene muy en claro cómo funcionan las cosas. Tal vez demasiado claras. Y además se dan cuenta de que el cambio que pretende encarar no es una cuestión superficial: reformar el aparato de inteligencia entero. El libreto les suena. Alguien la está asesorando.

Carrie sigue trabajando para Otto During, pero ahora en las oficinas de Nueva York. Ofrecen defensa legal a gente de bajos recursos e inmigrantes, que el gobierno de Estados Unidos –con recursos de dudosa legalidad– persigue legalmente. Toman el caso de Sekou Bah (J. Mallory McCree), un joven youtuber, hijo de inmigrantes nigerianos, con un discurso reivindicador del terrorismo islámico, al que el FBI encarcela y acusa de tener vínculos con la organización terrorista nigeriana Boko Haram.

Carrie se ha hecho cargo de Peter Quinn, que sufre severas secuelas desde Alemania, y se recupera en un hospital de veteranos primero, y en la casa de Carrie luego. Además, trata de continuar con lo que empezó en Alemania: ser una madre responsable para Frannie. Veremos que, una vez más, esta situación no va a funcionar.

El caldo se espesa. Los militares, la inteligencia y algunos políticos se confabulan contra la presidenta. Dar Adal está en el escalón más alto de la confabulación. Sospechan que Keane recibe ayuda de cierta exagente de inteligencia, a la que conoció mediante Otto During. Intentarán engañarla primero, extorsionarla después y, finalmente, matarla.

Aquí aparece la pata periodística. Así como se nos fue describiendo a las organizaciones terroristas como mercenarios a sueldo de Estados y a los millonarios como personas-estado, el periodismo, que aparece encarnado en el personaje de Brett O´Keefe (Jake Weber), un periodista de ultraderecha, dueño de su propio canal de difusión. Un personaje que se enmarca en la llamada Alternative Media (el nombre completo del movimiento es Right Wing Alternative Media), basado en Ben Shapiro, Steve Bannon y Rush Limbaugh.

Homeland plantea que este periodismo es una pata de los servicios de inteligencia, que opera mediante los medios de difusión propios, a través de redes sociales, y fuerza a los medios tradicionales –a los que llama de izquierda– a seguir su agenda que se nutre de fake news y teorías conspirativas.

Estos medios operan desde los bordes, radios por internet, canales de YouTube y señales propias. Antes los medios conservadores estaban representados en la figura de William Buckley Jr., desde la revista National Review. Buckley era un intelectual de fuste, que defendía sus posturas –por más aberrantes que hoy nos parezcan– desde el debate y el disenso democrático. Les recomiendo ver Best of Enemies (Robert Gordon y Morgan Neville, 2015) para entender más sobre este personaje. Buckley le hablaba a los WASP, de clase media y educación de media a superior. Los medios que conforman la Alternative Media, en cambio, son un movimiento que trabaja con las clases bajas del Estados Unidos profundo y rural. Los olvidados de la economía de Estados Unidos, que perciben a todo lo que no tenga una gorrita de camionero y una Bud Light en la mano como un enemigo. Aquí se cocinó el trumpismo supremacista blanco y filonazi. Según Homeland, desde el aparato de inteligencia mismo.

Para ayudar a esta prensa, los servicios de inteligencia –tras fachadas corporativas, capitales mixtos e irrastreables– instalan los troll centers, en los que emplean a cientos de exagentes y entusiastas, para hacer el trabajo sucio y mover el amperímetro de la opinión pública. Estos troll centers se usan como arma contra objetivos específicos, en este caso, la presidenta electa, cuyo hijo murió en servicio en la guerra de Irak, hecho que será tergiversado y manipulado para dañar su figura.

La institución presidencial, en este contexto, parece pequeña. Los guionistas marcan un cambio: en la temporada 1 el presidente era invisible. No se podía llegar a él. Solo veíamos al vice, que había sido director de la CIA (a la medida de George Bush padre). El mundo político era grande. Era un Olimpo. Había audiencias en el Congreso, asesores, burocracia. En esta temporada tenemos otra visión: algo cambió en Estados Unidos. Esa democracia imperial –no solo por hambre de conquista, sino también por ceremonial, protocolo y envergadura– se ve empequeñecida. La presidenta electa no parece tener una estructura de soporte. Los partidos no existen; no hay apoyo popular. Hay una masa en la calle maleable por una prensa atravesada por los servicios.

En la trama de la temporada, se plantea una institución presidencial rehén –literalmente– del aparato de seguridad. Hace su aparición el Mossad, que todavía se resiente del acercamiento que Saul Berenstein logró con los iraníes años atrás, a través de su propio topo. Esto replica la realidad y el acuerdo nuclear que suscribió Estados Unidos en la época de Obama con Irán.

Se le presenta a la presidenta un indicio de que Irán estaría violando el acuerdo. Y Estados Unidos debe actuar. El aparato militar quiere un conflicto armado con Irán. La negativa de Keane a seguir este juego, que conlleva una trama compleja; Saul y Carrie nuevamente terminan colaborando y estrechando la relación filial entre ellos, y con un atentado contra la vida de la presidenta electa, perpetrado desde el seno de su comunidad militar y de inteligencia. El atentando fallará por poco, pero despertará un revanchismo poco institucional en Keane, además de terminar con casi todos los protagonistas en peligro mortal e, incluso, uno de ellos asesinado.

Pasan dos meses, la presidenta asume y Carrie es nombrada enlace de la presidencia con la comunidad de inteligencia. Se encarcelaron a los 16 responsables del atentado contra la vida de la presidenta, entre ellos a Dar Adal y un general de las Fuerzas Especiales.

Dar Adal, preso, le dirá a Saul: “No te confíes mi amigo, hay algo malo en esa mujer”. Y remata: “She is distinctly un-american”.

Horas después de asegurarles a los popes de inteligencia de Estados Unidos que la caza de brujas ha terminado, Carrie es engañada por Keane y David Wellington (Linus Roache), su jefe de Gabinete, que mandan a encarcelar a toda la cúpula de inteligencia y de seguridad del país, incluido Saul. Unas 200 personas presas, esperando juicio por traición. Una movida parecida a las famosas purgas de países totalitarios, y no de las democracias occidentales. Veremos que esta percepción será central. Carrie, engañada, renuncia.

La temporada 7 trata, en gran parte, sobre la revancha de Keane y el viejo dicho del Chavo: “La venganza nunca es buena, mata el alma y envenena”.

Carrie milita activamente contra la presidenta. Ha vuelto a las andadas. Espía de forma ilegal, mediante Max Piotrowski, a David Wellington. Es informante del senador Paley (Dylan Baker), tiene a un informante en el FBI, Dante Allen (Morgan Spector), al que compromete para declarar ante el senador. Está jugada a todo o nada. No está tomando su medicación y se encuentra al límite en todo sentido, financiero, de salud y legal. Para colmo de males, las políticas de Keane, las detenciones y los medios han abierto una grieta en la familia. Su cuñado, empleado estatal, está a favor de la presidenta, su sobrina adolescente, en cambio, está con Carrie.

El periodista O´Keefe se encuentra en la clandestinidad. Transmite sus informes incendiarios desde pueblitos rurales, que lo apañan y defienden. Hay una orden de detención en su contra, como parte de la conspiración de “los 200”. Saul sigue detenido en una prisión federal.

Este cierre de arco será, principalmente, sobre las llamadas “medidas activas” de los servicios de inteligencia rusos en suelo norteamericano. Aprovechando la división interna, el GRU explotará las situaciones que se le presenten por delante. Para darse cuenta de que esto está ocurriendo, la trama deberá pegar unas cuantas volteretas en el aire. Así, Saul será liberado y promovido a asesor de Seguridad Nacional, que en Estados Unidos es un cargo altísimo desde el 11 de septiembre de 2001. Su primera misión será capturar a O´Keefe, que se encuentra refugiado con una familia de los Estados Unidos profundo y que da un poco de miedo. De hecho, la familia forma parte de una milicia, los famosos grupos terroristas, cuasi cultos, un tanto secesionistas y antigobierno, que el mismo Gobierno de Estados Unidos se niega a llamar terroristas.

La situación, volátil de por sí, se desmadra a raíz de una noticia falsa, viralizada misteriosamente. Es entonces cuando Saul comienza a sospechar de un ataque externo e intentará desentrañar la madeja, que tiene agentes externos como Simone Martin (Sandrine Holt), Yevgeny Gromov (Costa Ronin), e idiotas útiles, como el senador Paley y la propia Carrie, que una vez que se da cuenta de lo que se está cocinando –el impeachment a la presidenta– salta de bando para trabajar con Saul.

Hace su entrada “la nueva Rusia”, que contrasta con la vieja URSS: la lucha generacional se evidencia de manera directa y en un diálogo entre Gromov y el ahora doble agente Ivan Krupin (quien manejaba a Allison Carr en la temporada 5). Gromov es un convencido de que Rusia debe prevalecer no por nostalgia al socialismo, sino por el viejo orgullo herido (hace alusión a Boris Yeltsin) y la mejora en la calidad de vida que trajo Putin (al que no se nombra nunca). Krupin ve el accionar de la Rusia moderna como un peligro para la estabilidad mundial. Los viejos códigos están ahí para que las cosas no se vuelen por el aire.

De nuevo tenemos un homenaje a John Le Carré. Para entender lo que está ocurriendo, Saul arma un grupo de expertos paralelo y recurre a Sandy Langmore (Catherine Curtin), una agente experta en Rusia y en sus agentes, que él mismo ha exonerado de la CIA años atrás, a pedido de Allison Carr, que finalmente resultó ser un topo de los rusos. Sandy Langmore es Connie Sachs. La utilidad de los personajes y hasta su physique du role son los mismos.

Carrie, absolutamente desequilibrada, abandona la tenencia de Frannie en favor de su hermana. Algo que se veía venir desde que nació casi.

La temporada tendrá idas y vueltas, que incluirán al tan mentado hoy artículo 25 de la Constitución de EE. UU. para desplazar a la presidenta Keane, asumiendo en su lugar el vicepresidente Warner (Beau Bridges), en medio de una misión cuasi suicida de Saul y Carrie en Moscú, para extraer a Simone Martin. Toda la peripecia, nuevamente, se realiza con liviandad. Es tan pesado lo que se cuenta que el manejo del verosímil debe quedar en un segundo plano.

El arco finaliza cuando Saul cumple la misión, Carrie es capturada por los rusos, el vicepresidente Warner resulta como el último político digno en este embrollo y la presidenta Keane renuncia (una suerte de renunciamiento histórico), para detener el ciclo de fake news, de desconfianza interna y grieta permanente en un país que, según la mirada de Homeland, abandonó la idea de tener una política de Estado sustentable a través de los años, en favor de una puja entre el personalismo presidencial y los intereses del aparato militar y de inteligencia, y que es blanco hoy de la misma guerra sucia con la que sometió a varios países del mundo, como Nicaragua o Chile.

Siete meses después de su captura por parte de los rusos y Gromov, Saul logra intercambiar a Carrie. Privada de sus medicamentos, sometida a interrogatorios y diversas tácticas de tortura, Carrie ha sido quebrada. Resta saber con cuánta profundidad.

Cuarto arco y final de Homeland: la suma de todos los miedos

Saul negocia, en nombre del presidente Warner, la paz en Afganistán. Del otro lado del mostrador están los talibanes, encabezados por el antagonista de la temporada 4: Haissam Haqqani. Por supuesto, los omnipresentes pakistaníes también forman parte de la mesa, representados por la jefa de Inteligencia de Pakistán, Tasneem Qureishi. En la mezcla, tenemos a los rusos: Gromov ronda como un lobo que huele sangre.

La suma de todos los antagonistas en un solo lugar. A esto debemos sumarle al vicepresidente de Afganistán, Abdul Qadir G´ulom (Mohammad Bakri), quien piensa que el único talibán bueno es el talibán muerto y, por ende, es un obstáculo para la paz. Recuperándose en Alemania, está Carrie que, recordemos, viene de siete meses de cautiverio.

A Saul no se le ocurre mejor idea que meter a Carrie en este cóctel explosivo. Pero, por supuesto, siendo la última temporada, las cosas deben terminar como empezaron: ¿podemos confiar en quién retorna? Carrie se encuentra en la situación de Brody, pero, lo sabemos, Carrie no es Brody. Nadie confía en ella, salvo Saul, y la misión es imposible.

La temporada vuelve a dar volantazos en cuanto a trama. El núcleo central de todo esto es mostrar que el atentado a las Torres Gemelas destruyó algo más que dos edificios y miles de vidas. Estados Unidos se embarcó en dos guerras, sin saber cuál era el final de esa aventura, ni las consecuencias en la región. No hay estrategia de salida por parte de los militares ni de inteligencia; los gobiernos locales no tienen capacidad de controlar la insurgencia en la zona una vez que se retiren las tropas de Estados Unidos. Cada presidente va improvisando, sin convicción real, ni visión, y totalmente expuesto a injerencias de asesores, gurúes y hasta mandatarios extranjeros.

Esta situación, en la que no hay una política de Estado, se sostiene en base a personalismos y, por ende, es vulnerable a fatalidades. El presidente Warner, en este caso, tiene la convicción de seguir el plan de Saul: llegar a la paz con los talibanes y posibilitar que las tropas de Estados Unidos abandonen el lugar.

Esta política es vista con malos ojos por muchos, no solo G´ulom, sino también los pakistaníes, vecinos de Afganistán, que quieren ser los que controlen el proceso, y no ser meros espectadores.

La fatalidad llega, y ahora tenemos al vicepresidente de Estados Unidos a cargo de la situación, el recientemente nombrado Benjamin Hayes, (Sam Trammell), que está basado en George Bush hijo. Hayes es cooptado por los halcones del Gabinete, encarnados por John Zabel (Hugh Dancy). La influencia de los moderados como Wellington y Saul se va apagando. Los tambores de guerra suenan, la negociación por la paz es historia, y tenemos largos capítulos de Carrie y Gromov que recorren Afganistán en busca de las pruebas de que todo esto es evitable, y la paz es posible.

Todos los antagonistas son aliados en algún momento de esta temporada. Todo es circunstancial. Es un mundo sin convicciones. Así, Haqqani y Berenstein trabajan juntos, y hasta logran el apoyo Qureishi y los pakistaníes; Gromov ayuda a Carrie. Hayes hace lo propio con G´ulom. Por supuesto, en este juego confuso de intereses, todos serán antagonistas también.

Esta ensalada se decantará sobre el final con la sorpresiva aparición de un mini arco final, que es nada más ni nada menos que la motivación de los rusos para meterse en esto.

Saul tiene a un agente infiltrado que opera en Moscú hace 30 años. Los rusos quieren saber su identidad. El intercambio se hace por las pruebas que permitirán evitar una guerra. Saul se niega, pero Carrie nunca en 10 años y 8 temporadas ha aceptado un no como respuesta. Esta resolución se podría haber planteado antes, en cualquier temporada, y hubiera sido magnífico recuperarla aquí. Pero evidentemente no se les ocurrió.

El final es agridulce, pero glorioso. Homeland termina su recorrido en un punto altísimo. Carrie hace el sacrificio máximo y, sin embargo, el personaje no se traiciona jamás. Los rusos terminan como el nuevo faro de la paz mundial. Moscú mostrada como una capital cosmopolita: una nueva Nueva York, con rascacielos, luces y un show de jazz.

En cuanto a espionaje se refiere, el mejor exponente de la edad de oro de las series, junto a The Americans, ha dado las hurras.

Epílogo

Homeland termina contando la declinación de la democracia norteamericana, posibilitada por el propio afán de sus militares y espías de condicionar a la política, es decir, a la voluntad del pueblo mediante las nuevas armas, como son las fake news y las redes sociales. Este afán no es motivado por negocios, que existen, sino por un profundo desconocimiento de cómo funciona el mundo y la falsa impresión de que el poderío tecnológico militar iba a permitirles salirse con la suya en cualquier lugar del mundo sin derramar sangre propia.

Explica, sin ser obvio, que la idea rusa es, justamente, adoptar el rol que tuvo Estados Unidos hasta finales de los noventa. Abandonado el comunismo, los rusos quieren mostrarse modernos y pacíficos, con presencia militar, comercial y cultural en las zonas que la otrora potencia debió dejar, agotada por la falta de planes y avergonzada por sus propios pecados, ya sean reales o inventados.

El gran ausente en este relato es China. Sospecho que de haber seguido adelante hubiera sido el próximo gran protagonista. Pero evidentemente no estaba en la mira de sus guionistas.

Como Le Carré, se mantuvo contando ficciones plausibles sobre la realidad y cómo funciona este mundo que, al mismo tiempo que nos es ajeno, nos tiene como víctimas y protagonistas. ¿O mientras estaban leyendo esto no se les pasaron por la cabeza los rostros de Fantino, Santoro, D´Alessio? ¿No pensaron en Stiuso y en Ciro James? ¿En Nisman, Macri y Cristina?

Aunque otra envergadura, es el mismo mundo.

Los responsables

Homeland fue escrita por plumas experimentadas. Alex Gansa escribió para 24, Numb3rs y X Files, entre otras. Howard Gordon hizo lo propio en 24, Awake y Tyrant. Chip Johannessen, también del equipo de 24, Millennium y showrunner de Dexter. Hay muchos más: Charlotte Stoudt, Meredith Stiehm, Alex Cary. Gente que escribió Lie to Me, ER Emergencias, NYPD Blue, Bridges, etc.

La directora más prolífica de la serie fue Lesli Linka Glatter, que viene siendo una de las mejores de directoras de TV desde hace 30 años, habiendo filmado capítulos de Cuentos asombrosos, Twin Peaks, ER, NYPD Blue, The West Wing, House MD, Mad Men, True Blood, The Walking Dead, Justified, The Leftovers, y la friolera de 25 capítulos de los 96 de Homeland.

La idea de Gansa y Gordon era alejarse decididamente del mal sabor que les dejó en la boca a muchos la serie 24 que, pese a su idea inicial, las famosas 24 horas contadas a una hora por capítulo en tiempo real, se convirtió en un vehículo de la cadena FOX (cadena de centro derecha) de múltiples temporadas, vacías de contenido, repletas de acción y más parecidas a un capítulo de American Dad que a una serie de espionaje.

Para lograrlo se valieron de exagentes de inteligencia, militares y personal de distintas ramas del gobierno de Estados Unidos, no para generar una sensación de verosímil, sino para preguntarles: dentro de lo que puede llegar a pasar: ¿cuál es tu mayor miedo?

Y la respuesta fue categórica.