Los ilusos #7: Mekas, la película de Yao Cabrera, Beirut en Buenos Aires y una visión muy particular sobre San Martín
Hola, ¿cómo están?, espero que muy bien. Sí, hoy vamos a hablar de todas estas cosas. No, no estoy bajo el efecto del alcohol, aunque les tengo que reconocer que durante las últimas semanas le estuve entrando al vino como Viviana le entra al dióxido de cloro.
A diferencia de otros días, estoy escribiendo esto el lunes a la mañana. Espero que ninguno de ustedes haya ido a la zombie walk organizada por Brandoni y sus amigos.
Esta semana sí se pusieron de nuevo insoportables con Lucrecia Martel, que ganó en Locarno los 70 mil francos suizos del primer premio en la sección The Films After Tomorrow. A estas alturas ni vale la pena ponerse a pensar todo lo confuso que es su discurso, tampoco me parece relevante pedirle a una cineasta que hable con precisión quirúrgica en una charla informal. Sí me parece importante, quizá, que dejemos de compartir y aplaudir cualquier cosa que haga o diga solo porque nos gustan sus películas. No maradonicemos a Lucrecia, por favor.
Tengo pendientes escribirles algo sobre Kieslowski y The Hater, ya lo sé. Lo estoy preparando. La semana que viene sin falta.
Arranquemos, pero antes, una de las mejores reflexiones que leí en el año:
Novedades: Mekas y la argentina, la película de Yao Cabrera y un documental sobre el golpe en Brasil
Satori Sur es un documental de Federico Rotstein que llega a CineAr luego de su paso por el Festival Internacional de Mar del Plata. A su modo, dialoga un poco con otra película que les comenté la semana pasada, Los Knacks: Déjame en el pasado, ya que se ubica en un momento histórico nacional muy similar y ofrece una suerte de reivindicación histórica de la creación artística argentina durante los 60 y 70. El eje narrativo de la película es la figura de Miguel Grinberg, un poeta y divulgador cultural octogenario argentino que fue central en impulsar la contracultura beatnik en nuestro país. Lo más interesante del documental es el retrato de la época y una maravillosa llamada por Skype que Miguel tiene con su amigo Jonas Mekas. Sí, ese Jonas Mekas.
Yao Cabrera: la película podría haber sido el título de lanzamiento en Argentina o Uruguay de Spree, lo nuevo de Eugene Kotlyarenko que protagoniza ese pibe divino que es Joe Keery (Steve de Stranger Things). La película cuenta la historia de un influencer wannabe que, frustrado por su bajo nivel de aceptación y seguidores en las redes sociales, decide armar una suerte de evento streaming transmedia llamado “la lección”, con el objetivo de volverse viral. El film es una sátira a la cultura de las redes sociales y una suerte de cruza muy extraña entre Taxi Therán de Panahi y American Psycho de Mary Harron. Es divertida, funciona, tiene brocha gorda en la bajada de línea, pero está bastante bien. Joe Keery se banca perfecto el protagónico y demuestra que es cosa seria para el futuro. Y bueno, al igual que con este salame de Yao Cabrera, es todo risas hasta que sin saber bien por qué terminamos llorando.
Finalmente, en esa plataforma del bien que es Mubi, se estrenó dentro de su selección habitual y en el marco de un foco de nuevo cine brasileño O Processo, un documental dirigido por Maria Augusta Ramos de 2018 que recrea, como su nombre lo indica, el proceso de impeachment que sufrió Dilma Rousseff en su país. La película funciona como un complemento perfecto para la “ensayística” Al filo de la democracia de Petra Costa y aporta un panorama muy claro sobre los posicionamientos y entramados que tuvo la gesta y ejecución del golpe en Brasil. Párrafo aparte para la villana que compone la jurista Janaina Paschoal, una psicópata importante.
Misceláneas atemporales: El general y la fiebre
Como les decía, escribo esto un lunes 17 de agosto mientras se conmemora un nuevo aniversario de la muerte del general don José de San Martín. Hay varios abordajes, bastante disímiles, del padre de la patria en nuestro cine. Desde los primeros films de Mario Gallo, pasando por Nuestra tierra de paz (1939) y El Santo de la espada (1970), que brindan la figura de un militar incólume, casi sin vida personal; hasta Revolución: El cruce de los Andes (2010) y El encuentro de Guayaquil (2016) que abordan la vida del prócer desde una visión anclada en la épica del héroe colectivo y la patria grande, que allá, hace un tiempo, parecía tan presente y que hoy es un capítulo más en los libros de historia.
Es interesante cómo desde el cine es posible reimaginar el pasado y ofrecer diversas lecturas políticas e historiográficas de acuerdo con la mirada actual que se tenga sobre los hechos abordados. Sin embargo, no es sobre ninguna de estas esas películas que me gustaría explayarme un poco. Quisiera detenerme en El general y la fiebre, un film de 1993, dirigido por Jorge Coscia, que narra la recuperación de una enfermedad que el libertador transitó en la localidad de Saldán, provincia de Córdoba, en 1814.
Si bien no me parece que sea una película demasiado lograda –tengo que advertir que la única copia que encontré es muy mala–, me parece destacable el momento que se toma para abordar a la figura de San Martín, usualmente pasado de largo en las representaciones de su biografía, como una suerte de líder en ascenso y potencial héroe de la patria, pero que todavía no encarna la figura de “libertador” que todos conocemos por los manuales de historia.
La película, como decía, está ambientada en 1814 y transcurre luego de la batalla de San Lorenzo, pero antes de la independencia y el cruce de Los Andes. La salida del yugo español ya está en marcha, pero no se trata de un camino único, y otras alternativas también están siendo contempladas, incluso la defensa de cierto sector al apego, en otros términos, claro, a la corona española.
Desde el punto de vista político es un film realizado al calor de los 90, en el que se explora cierta búsqueda visual onírica muy común durante esos años. La fiebre que sufre el general le va dando destellos premonitorios del camino que debe tomar para cumplir sus objetivos, en secuencias que recuerdan a un realismo poético muy fácil de hallar en nuestro cine nacional hasta ese entonces, y que luego el Nuevo Cine Argentino fuquense desterrara para siempre. Sur, Últimas imágenes del naufragio o Gatica, el mono, son películas filmadas más o menos por aquellos años que guardan cierto vínculo estético con el film de Coscia.
Es un lindo ejercicio comparar la visión que se tiene de ese San Martín, en un contexto donde el país parecía desencantado luego de la primavera alfosinista y ya estando próximo a la crisis del menemato. El héroe es falible, errático y frágil, pero se sobrepone. Tiene, además, rasgos humanos. Se pregunta, se cuestiona, duda. La salida de la crisis sigue siendo individual, a través de un líder carismático, pero que está más cercano a la figura del ser contradictorio que todos conocemos y bastante más lejos de esa caracterización aguerrida e impenetrable que se observa en El Santo de la espada. Esto, a la vez, es muy distinto a lo que ocurre en Revolución: El cruce de los Andes, donde San Martín es humano, pero encarna una figura más decisiva y también colectiva, o en El encuentro de Guayaquil, donde ya se esboza la idea de varios líderes, trabajando de forma diplomática en pos de la liberación continental.
¿Tiene sentido algo de esto? Qué sé yo, espero que sí. Si quieren ver El general y la fiebre pueden encontrarla online aquí. La copia es muy mala, pero fue la única que conseguí. También les recomiendo este paper, de César Maranghello y Diana Paladino, que hacen un trabajo mucho más riguroso y detallado que el de este simple columnista.
Un pequeño agregado antes de terminar. Si quieren ver como la historia y todo lo que tiene que ver con las discusiones en el INCAA y el manejo de fondos se ha ido sucediendo a lo largo de los años, lean estas noticias (https://pst.cr/NqttP; https://pst.cr/1Xeg2) que recuerdan la polémica que se generó cuando el Instituto le compró los negativos de Martín Fierro y El Santo de la espada a los herederos de Torres Nilsson. Uno de los denunciantes era el propio Puenzo. Gracias a Mariano que me mencionó todo este entuerto que yo no conocía.
Un poco de polémica no hace daño: nitrato y confusión
En este país maravilloso en el que vivimos ocurrió algo extrañísimo. No logro entender muy bien cómo, imagino que producto de alguna disputa interna entre la conducción del museo y un sector de sus trabajadores, pero se publicó una nota en la que se denunciaba que en La Boca, más precisamente donde funciona el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, podríamos tener nuestro propio Beirut.
¿Qué tienen en común el museo y la explosión del puerto de la capital libanesa? En principio nada, pero bueno, seamos generosos y hablemos de la comparación que aparece por el nitrato de amonio, el químico que causó el desastre en Beirut, que en malas condiciones de preservación es un tanto inestable, altamente inflamable y capaz de causar explosiones. Y, de nuevo, ¿qué tiene que ver esto con el cine? Bien, hace mucho, mucho tiempo, más de 70 años, un químico similar, también altamente inflamable e inestable en malas condiciones de preservación, el nitrato de celulosa, se usaba para la generación de la película fílmica. Si vieron Bastardos sin gloria y no habían captado del todo el final, bueno, es por ahí.
Ha habido muchos y muy graves antecedentes en el mundo vinculados a catástrofes provocadas por el incendio o explosiones de películas de nitrato. Para los más avispados en el asunto, quizás les suene el incendio de la cinemateca de México en 1982, o el incendio de los laboratorios Alex en Argentina, el 8 de enero de 1969, donde se perdió una gran parte del cine mudo y clásico nacional. Por lo general, estos hechos ocurren o por desidia, o por intencionalidad. Todos los expertos coinciden en que si el nitrato es tratado con ciertos protocolos que implican mantenerlo refrigerado, en compartimentos especiales y con una revisión periódica, no hay mucho que temer.
No entiendo muy bien por qué, imagino, como decía, por alguna disputa gremial interna, trabajadores de la entidad salieron a denunciar que en un depósito del Museo en La Boca, donde están almacenados muchas producciones fílmicas bajo soporte de nitrato de celulosa, podríamos tener un “Beirut de menor escala”. Rápidamente esto fue desmentido por las autoridades del organismo, por otros trabajadores y por Fernando Martín Peña, uno de los expertos más reconocidos en la materia.
Si bien todas las partes coinciden en que el Estado debería apuntalar una mejor política de preservación y generar mejores condiciones de almacenamiento, lejos estamos de una desidia absoluta capaz de provocar una tragedia como la libanesa. De hecho, una de las caras más notables que ha tenido la gestión de Paula Félix Didier en el museo ha sido la preservación de este material.
Más allá de este incidente casi epistolar que, vuelvo a decir, parece corresponderse más con rispideces internas que con un conflicto real, este debate vuelve a poner en el centro de la escena la necesidad de una cinemateca nacional y de una política seria de preservación de nuestro acervo cinematográfico o lo poco que queda de él.
Hacia el final de la gestión de Lucrecia Cardoso y durante el breve mandato de Alejandro Cacetta parecía que algo de todo esto podría ser serio y posible. La crisis económica, la vergonzosa gestión de Haiek y todo lo que vino después terminaron enterrando la Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional (CINAIN), que volvió a convertirse en una proclama, como lo fue desde 1957, y que se alejó una vez más de ser algo operativo y concreto. Por supuesto, la renuncia de su titular, Fernando Madedo, envuelta entre denuncias que este realizó por recortes a la entidad y entredichos sobre casos de acoso y abuso en su contra en diversos ámbitos académicos no ayudaron en nada a mejorar el asunto.
Ojalá, una vez concluida toda esta odisea provocada por el sánguche de murciélago, y vacuna mediante, en algún momento de la breve historia de esta columna volvamos a tocar este tema con un poco más de perspectiva y planificación política favorable. Es hora de que los cineastas comiencen a dedicarle al resguardo de sus películas el mismo tiempo que le dedican a pensar su producción.
Un último artículo muy elocuente para terminar de entender la discusión es este de María Clara Albisu, que salió publicado el domingo en El cohete a la luna. Además, si les interesa, les dejo esto que salió publicado en La Nación hace muchos años y que repasa algunos de los incidentes más importantes vinculados al incendio de nitrato de celulosa y la desidia en la preservación de nuestro cine.
¿Qué estoy leyendo?: Cuaderno de los sesenta. Escritos 1958-2010
Al hablar de Satori Sur mencioné un poco a Jonas Mekas. Hablamos algo de él hace unas columnas cuando les recomendé que vieran su documental sobre Scorsese y el rodaje de The Departed.
Es imposible pensar el New American Cinema sin poner al lituano en el centro del debate. Poeta, dramaturgo, director, escritor, performer y un sinfín de adjetivos más le caben al querido Jonas con mucha justicia.
Cuaderno de los sesenta. Escritos 1958-2010 es una recopilación de textos, entrevistas y reflexiones de Mekas, editada por Caja Negra, en la que se logra dimensionar con mucha lucidez cómo era el mundo en el que artistas como él se movían. La fascinación por las drogas sintéticas, la búsqueda de la experiencia sensorial y la idea de la cámara como una extensión del ojo humano son solo algunas de las fascinaciones de una contracultura de la época que imaginaba el mundo post guerra de Vietnam. Algunas cosas son muy tiernas e inocentes, tengo que decirlo. Insisto, vale muchísimo la pena para entender el contexto.
Cierro con este fragmento que me parece hermoso:
Una entrevista con Naomi Levine
Sheila Bick: ¿Te gustaría actuar en una película, Naomi?
Naomi Levine: No, yo soy una película.
Eso fue todo, nos vemos la semana que viene.