La huella de Tara: intercambio y transformación
La comunidad del pueblo de Khechuperi se organiza para el gran festival del año. Cada quien prepara una presentación para el escenario, para la cual deberá ensayar, coser trajes y juntar coraje para pararse ante el público vecino y un jurado exigente.
Todo sucede frente a la cámara de Georgina Barreiro, la directora argentina a cargo de este documental que se ocupa de enseñarnos con un equilibrio justo entre estar implicada y observar como testigo la vida de este pueblo ubicado en territorio de la India pero acostado en la ladera del Himalaya, lindando con Nepal y Bután.
La ubicación no parece un detalle, ya que en dos o tres familias vemos una interculturalidad que atraviesa sus vidas como si nada…
En una misma familia, las mujeres asisten a una escuela privada y laica, mientras los varones reciben su educación en un monasterio budista. ¡Eso sí! Se preparan para ir a clases mientras escuchan rock…
Al volver a casa, toda la familia mira películas de Bollywood y las niñas tratan de imitar sus coreografías como entretenimiento y, por qué no, como espectáculo para el festival del año.
Todo sucede sin esfuerzos ni posturas. Cada miembro de este pueblo vive esta interacción cultural, haciéndolo carne en sus propias vidas. A su vez, la directora lo capta con una organicidad hermosa, permitiendo que la cámara sea un integrante más en la comunidad y no un ojo externo que observa una rareza; un punto difícil de acertar la mayoría de las veces.
El lama Surya Das en El despertar del Buda interior explica que “Con la invasión china del Tíbet, ocurrió algo semejante al estallido de una represa: repentinamente la sabiduría tibetana comenzó a fluir libremente hacia abajo desde el techo del mundo, sobre Occidente (…) Los maestros tibetanos dicen que si es posible que se haya derivado algún bien de la invasión china, ese bien se puede encontrar en la diseminación de las enseñanzas a tantos nuevos estudiantes”. Esta idea cobra vida en La huella de Tara, poniendo en imágenes aquello que dijo Arnold Toynbee y que Surya Das cita: “El budismo ha transformado cada cultura en la que ha penetrado y el budismo ha sido transformado por su penetración en cada cultura”. Nunca tan explícito como en esta película, en la que padres, hijxs, miembros de la comunidad se expresan sin tapujos ni incomodidades a través de simbologías que podrían pertenecer al universo tibetano, budista, chino, indio, hindú e incluso occidental.
Las personas más jóvenes debaten la importancia de convocar a una presentadora mujer para este festival, haciéndose eco del movimiento feminista, cuya ola ha llegado también a aquellas latitudes. Más adelante toman alcohol en grupo y bromean con temas que quizás no nos parezcan graciosos, como seguramente tampoco le parezcan a algunx de ellxs cuando vean a un grupo de argentinxs semiebrixs paveando. Esto no impide que más adelante, el mayor lleve a otrxs más pequeñxs a una excursión para conocer un lugar sagrado, donde realizarán las prácticas acordes a la religión que siguen; nuevamente, como un evento más de su vida. Todo se conjuga de forma armónica; sin que haya elementos escindidos ni sobreactuados.
El enfoque sobre las nuevas generaciones que se abren camino incorporando las nuevas tecnologías y miradas, atravesadxs por culturas milenarias, resulta la parte más interesante del documental, además de la maravillosa manera de encuadrar un escenario de por sí impactante.
No deja de sorprender la cercanía que ha logrado Barrientos a lo largo de la realización del documental en una tierra tan ajena. Se podría intuir que la interculturalidad a la que la comunidad está acostumbrada ha permitido que una argentina se acerque a compartir, y que ese acercamiento, lejos de ser invasivo o condescendiente, haya facilitado el encuentro.
La huella de Tara no solo se disfruta sino que se atraviesa con facilidad para quedarnos con ganas de conocer algo más allá de lo que podemos ver en pantalla, que ya es mucho.