La película infinita: una experiencia sensorial

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Esta es la historia de aquellas historias que no llegaron a ver la luz. Estamos ante una película creada en base a fragmentos de films que por una u otra razón no llegaron a terminarse y quedaron así en la oscuridad. Y es acá donde entra su director, Leandro Listorti, armándose con las herramientas, acceso y conocimientos adquiridos en su trabajo en el archivo del Museo del Cine, para concretar una idea que llevaba rondando su cabeza durante muchos años. Cabe destacar que su relación con el material de archivo viene de largo: no sólo es uno de los fundadores de ARCA (Archivo Regional del Cine Amateur) sino que también fue programador del BAFICI durante una década y participó en Cuatreros (2016) de Albertina Carri, como investigador y recolector de fragmentos de viejas películas que luego fueron seleccionados e incluidos en dicho documental.

El arduo trabajo dio sus frutos. La búsqueda intensiva dio como resultado el hallazgo de algunas obras inconclusas muy prometedoras de directores reconocidos como Alejandro Agresti, Martín Rejtman, la dupla Llinás – Mendilaharzu, Santiago Calori, etc.

Uno de los proyectos imposibles de pasar por alto es la versión de Zama, de Nicolas Sarquís, que allá por mediados de los 80 buscó adaptar la novela de Antonio Di Benedetto, empresa que llevó a cabo Lucrecia Martel casi treinta años después. El otro, la versión animada de El Eternauta, el clásico de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, retratado en este caso por los dibujos de Hugo Gil.

Sin embargo, no es por el peso específico de los fragmentos sino por su interrelación por lo que el film cobra valor. Claramente es el montaje el portador de la fuerza audiovisual porque le saca jugo al contenido y genera un diálogo constante entre lo visual y lo sonoro. Pero ayudándonos del título, es la recepción del espectador y la multiplicidad de significados lo que completa el círculo y lo que le brinda sentido. Ese es el carácter infinito de la película.

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La experiencia de inmersión (ideal para disfrutar en una sala de cine) y la intriga que genera por la decisión de escapar a una narrativa clásica o una historia o temática que vincule cada segmento implican una actitud activa del espectador, que va llenando todo el tiempo con su subjetividad lo que la imagen y el sonido (no) le brindan. Esto no se da por azar, sino que, reitero, hay una elección de dosificar los elementos y trabajar lo incompleto, lo parcial, lo escaso. Fiel reflejo de lo mencionado es el diseño de sonido, reflejado en una banda que por momentos utiliza sonidos ambiente y Foley, pero no diálogos, y por momentos todo lo contrario. Difícilmente nos topemos con escenas armadas o estructuradas de manera usual.

Es claro que la apuesta está en apelar a lo climático, buscando que el sentir fluya en base a eso más que en relación a una lógica causal de acontecimientos que se van sucediendo en pos de un relato. Y creo que es un acierto, sobre todo porque dispone de una duración intermedia (53 minutos) que permite que el espectador se entregue a esa vivencia con el tiempo necesario para sumergirse paulatinamente y sin llegar a tornarse tedioso. En definitiva, es una experiencia que deja algo que trabaja en el inconsciente, en lo invisible, las penumbras, lo acallado; ese mismo terreno donde quedarán tantas otras películas que, al igual que las que conforman este film, nunca veremos. ¿O sí?