ATERRADOS: Cazafantasmas vernáculos, o la mejor película del terror local

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Tres profesionales de lo paranormal, lo extraño o weird –en la más amplia acepción de la palabra– interrogan a un paciente psiquiátrico. A la derecha, como no podía ser de otra manera, la ley, representada por Jano (Norberto Gonzalo), ex forense de la policía y amigo personal del comisario Funes (Maximiliano Ghione), entusiasta y aficionado de los fenómenos extraordinarios y esotéricos de este mundo. En el centro, la doctora Allbreck (Elvira Onetto), seria, ortodoxa, meticulosa, una intelectual dentro de su área de investigación: los espíritus, las casas embrujadas, los muertos que vuelven para atormentar a los vivos. Y a la izquierda, Rosentock (George Lewis), un profesional apasionado y optimista, un rebelde estudioso de los fenómenos paranormales que no duda en utilizar la ciencia y la tecnología moderna con el objetivo de indagar, paradójicamente, en lo arcaico y lo espiritual. Tres personalidades dispares que se dedican a la misma tarea: investigar y comprender lo intangible, aquello que las mayorías suponemos inconcebible e irreal, pero que sin embargo nos aterra por las noches y nos hace perder el sueño entre delirios y pesadillas febriles: fantasmas, demonios, seres espectrales, casas embrujadas, poltergeist. Son sus recursos los que los diferencian del clásico brujo o médium. Ellos no utilizan conjuros ni grimorios, tampoco invocaciones o estados de conciencia alterados. Sus herramientas son una mezcla de elementos arcanos y tecnología moderna, porque Rosentock, Allbreck y Jano son Los Verdaderos Cazafantasmas Vernáculos.

Sentado frente a ellos, Juan (Agustín Rittano), único testigo y sospechoso del violento asesinato de su esposa (Natalia Señorales), dopado, con evidente temor, pero sobre todo desorientado, y para colmo, hostigado a preguntas sin saber bien cómo responder al qué, al cómo y al por qué de sus vicisitudes nocturnas. ¿Cómo terminó su esposa flotando a 50 centímetros del suelo y reventada –literalmente– contra las paredes del baño de su casa por una fuerza sobrenatural intangible? Esta es una de las intrigas que deberán develar –junto al espectador– el trío de profesionales de lo sobrenatural. “Esto pasa cuando uno se roza con cosas que no son de este mundo. Yo creo que hay que dejarlas pasar, no darles tanta importancia”, le dice Jano a la doctora Allbreck mientras charlan a metros del inexplicable cadáver putrefacto de un niño. Y es de esto justamente de lo que trata la película: el cruce de mundos, lo desconocido e inexplicable que necesita ser entendido, los terrores nocturnos que acechan y la importancia que algunos les damos a todos estos factores que, sea realidad o ficción, están ahí para nutrir nuestras historias.

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UN BARRIO CON ACTIVIDAD PARANORMAL

Aterrados, cuarta película dirigida por Demián Rugna –una de ellas, Malditos sean! (2011), codirigida junto a Fabián Forte– es una (no tan) clásica historia de fantasmas, casas embrujadas y horror weird, ambientada en un suburbio local y con la particularidad de estar centrada no solo en una casa o una familia en especial, sino en ambas manos de una calle del típico barrio de clase media, con casas bajas y en aparente tranquilidad, aunque en realidad esté afectado por sucesos paranormales. El “vortex” –como lo llama uno de los especialistas– se ubica en una de las tres casas ubicadas en esa cuadra: el hogar de un joven oficinista (Demián Salomón) donde el terror irrumpe por las noches para subvertir esa cotidianeidad que nos es tan familiar a los espectadores argentinos. Y es justamente esa familiaridad tan barrial la que ayuda a que el terror se nos meta bajo la piel, esa idea de que si esos eventos suceden en una casa y un barrio similares al nuestro, nada puede evitar que alguna vez nos suceda a nosotros. Se trata de un suburbio que tranquilamente podría ser el escenario de los asesinatos en la Halloween (1978), de John Carpenter, la morada de los espíritus de Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) o, para no irnos tan atrás en el tiempo, el barrio de los adolescentes protagonistas de It follows (David Robert Mitchell, 2014).

Aterrados se compone de tres relatos que se amalgaman para contar una única gran historia de miedo. En la presentación y el primer acto se narran los eventos ocurridos en dos casas contiguas que sufren el acoso de seres sobrenaturales que parecen habitar las cañerías de agua y colarse a nuestro mundo a través de la grieta de una rajadura en la pared lindera. A partir del primer punto de giro, la acción se traslada a la casa de enfrente, que tiene como protagonista el cadáver en descomposición de un niño que de alguna forma logró escapar de la tumba y regresar a su hogar. Esta sumatoria de sucesos paranormales atrae tanto a la policía como a un grupo de cazafantasmas a investigar lo ocurrido.

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A partir de aquí la película comienza a escindirse, y hacia la mitad del metraje hace un enroque entre sus protagonistas. Los vecinos acosados por esas extrañas entidades no solo ceden sus respectivos hogares para ser usados de trinchera y laboratorio experimental por los investigadores que se enfrentan al mal que allí habita –Jano se ubica en la casa del niño muerto, la doctora en la casa de “la mujer flotante” y la dupla Rosentock-Funes en la del vecino desaparecido–, sino que también relegan su propio protagonismo en la ficción y son relevados por los representantes de la ley (Funes-Jano) y los profesionales de lo sobrenatural (Rosentock-Allbreck), quienes se pondrán al hombro lo que resta de la película, dando paso a lo que podríamos denominar el “enfrentamiento” o tercer relato, que es el que finalmente unificará todas las historias en una sola línea narrativa para darle cohesión a toda la trama.

Rugna parece tomar elementos de la historia reciente argentina para nutrir su narración: coloca un vórtice o portal en forma de grieta que atraviesa una pared que, además de separar las casas contiguas, divide dos realidades: la nuestra y la de los monstruos de su particular Upside Down1. Si bien se percibe una tendencia narrativa lovecraftiana en la decisión de no dedicarle demasiado tiempo a explicar lo inexplicable, algunos personajes –en particular, los cazafantasmas en parte porque se ven obligados a dar una explicación presionados por Funes y en parte porque de alguna manera para eso están: su trabajo es averiguar qué mierda pasa en esas casas– ensayan una suerte de análisis y esclarecimiento de los fenómenos, aunque una vez descubierto el vortex, no tengan mucha idea de cómo proceder. “Hay una teoría”, asegura la doctora Allbreck ante la insistencia del comisario Funes. “Nosotros estudiamos planos dimensionales que coexisten en un equilibrio y están ordenados como gajos de una naranja. En los dos planos hay vida. El agua es un canal que permite llevar y traer vida microscópica y esta vida puede mutarse, anidarse, reproducirse, puede usar nuestros cuerpos. Ahora, lo que no tengo idea es qué tipos de seres son. Ni por qué nos agreden”.

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Pues bien, las explicaciones están ahí; tal vez sean poco precisas e insuficientes, pero dentro del universo ficcional creado por Demián Rugna son verosímiles, y sobre todo funcionales al relato. Además, como decía el filósofo y teólogo inglés, Samuel Coleridge: para gozar de un buen cuento de miedo, se necesita suspender voluntariamente la incredulidad. Y si no, te equivocaste de género o entraste a la sala de cine equivocada.

El director dejó de lado el humor negro característico de sus tres primeras películas (The Last Gateway, Malditos sean!, No sabés con quién estás hablando) e ideó una trama oscura y desprovista de chistes y distensiones.2 De la misma forma que no hay tiempo para profundizar demasiado en los personajes porque lo que verdaderamente importa es contar sus terrores y cómo los enfrentan, tampoco hay espacio para relajar al espectador con humoradas negras. El ritmo lo es todo en Aterrados. Palo y a la bolsa.

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EL MUERTO, EL ALEPH Y EL HORROR PRIMIGENIO

Conscientemente o quizá de forma intuitiva, Rugna recorrió con Aterrados la historia del terror a través de la inclusión de personajes clásicos del género, como el muerto, los seres espectrales, la actividad paranormal, los fenómenos poltergeist y las criaturas de otros mundos, en una fusión dosificada y en completo equilibrio.

La tradición del relato de terror sufrió grandes cambios en los primeros años del siglo XVIII cuando los escritores decidieron dejar de lado al principal protagonista de todos sus cuentos: el muerto. En gran parte gracias al racionalismo imperante, la creencia del retorno de los muertos al mundo de los vivos quedó descartada de lleno. A finales de siglo, el muerto regresaría de la mano del romanticismo pero no como creencia sino más bien como estética, porque si bien era cierto que la gente ya no creía en los muertos, estos aún provocaban temor. O como dijo madame du Deffand: “No creo en los fantasmas, pero me dan miedo”.

Rafael Llopis3 asegura el exquisito prólogo del libro Los mitos de Cthulhu. Lovecraft y otros (1969) que “algunos de estos muertos eran corporales y putrescente (como el niño-muerto de Aterrados), otros eran inmateriales como un soplo (los entes invisibles que revolean sillas o mueven los objetos en la película de Rugna), como un aroma (el olor a muerto que impregna la casa del niño-muerto), o como una vaga tristeza.”

La incredulidad se fue acrecentando entre los lectores del género, entonces los escritores se vieron obligados a recurrir a “toda clase de argucias pseudorracionales para coger desprevenido al lector. Y darle su pequeño escalofrío, que es de lo que se trataba”4.

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Con el paso del tiempo el muerto no solo dejó de ser creíble, sino que ya ni siquiera daba miedo. Fue en ese momento cuando los autores del género siguieron la senda marcada por el escritor galés Arthur Machen5 y exploraron nuevos horizontes repletos de paganismo, horror cósmico y miedos ancestrales. “Por debajo de los terrores más superficiales y banales, descubrieron nuevos mundos –viejísimos mundos– de caos y horror. Los terrores más antiguos de la humanidad resucitaron, como arte nuevo, al quedar liberados por el avance en profundidad de la razón”6.

Esos mundos antiquísimos de caos y horror cósmico prefigurados por Machen se hicieron cada vez más complejos y populares gracias a autores como H. P. Lovecraft y su reconocido ciclo de Los mitos de Cthulhu, ciclo expandido y continuado por su círculo de escritores amigos, formado por Robert Bloch, August Derleth, Robert E. Howard, Henry Kuttner, Clark Ashton Smith, Donald Wandrei y Frank Belknap Long.

No es ilógico, entonces, que las extrañas entidades del universo ficcional propuesto por Demián Rugna provengan de otros planos, dimensiones o universos paralelos, y solo puedan ser vistos por las personas que habitan en nuestro mundo dependiendo del ángulo desde donde se sitúe el observador. “Hay más de un punto de vista”, le asegura Rosentock a Funes con una sonrisa escalofriante, luego de descubrir que los monstruos pueden verse desde cierto ángulo en particular, volviéndose invisibles si se los intenta mirar desde otra posición. “Darkness and light. Dos seres distintos ocupando el mismo espacio y tiempo”.

Aterrados parece beber de al menos dos fuentes que la anteceden: la literatura de H. P Lovecraft y la de nuestro gorila favorito: Jorge Luis Borges. En The Hounds of Tindalos (Los perros de Tíndalos, 1929) Frank Belknap Long narra las vicisitudes de Chalmers, un psiconauta que viaja entre dimensiones gracias a una droga llamada Tao y una vez en viaje se topa con unos seres de otra dimensión que solo pueden ingresar a nuestro mundo a través de los espacios angulares. “Tao es como un enorme animal reclinado e inmóvil que contiene en sí todos los mundos, el pasado, presente y el porvenir. A través de una hendidura que llamamos tiempo percibimos sectores de ese monstruo terrible […] Hay grandes sectores de tiempo que los percibo a través de curvas. Existe un tiempo curvo y un tiempo angular. Los moradores del tiempo curvo no pueden penetrar en el tiempo angular. Todo es muy extraño”, asegura el protagonista del cuento.

Esos ángulos o curvas a los que hace referencia Belknap Long en Los perros de Tíndalos, en Aterrados se traducen en una grieta en la pared, rajadura por la que entran a nuestro mundo las entidades del otro plano.

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“Antes de penetrar en el mundo onírico del misticismo oriental dispondré de toda la ayuda matemática que pueda ofrecerme la ciencia”, dice Chalmers, y continua: “La droga abrirá las puertas de la percepción y las matemáticas me permitirán comprender intelectualmente lo que así perciba. Así mis conocimientos matemáticos y mi aproximación consciente a la cuarta dimensión complementarán la pura acción de la droga”. Cómo de forma acertada aseguraba Llopis, los escritores se vieron obligados a recurrir a toda clase argucias pseudorracionales para sorprender al lector y hacer su relato más verosímil. Chalmers depende de una droga y el poder de su mente para viajar a ese abismo entre dimensiones, sino también de la ciencia.

Pues bien, en Aterrados los investigadores de los sobrenatural también se apoyan en la ciencia, no solo para ensayar una explicación física de los fenómenos, sino también de forma más directa a través de artefactos tecnológicos que ellos esperan que los ayuden a comprender los insólitos fenómenos que se manifiestan en esas casas. Todos utilizan modernos teléfonos celulares para comunicarse, y si bien es cierto que la doctora Allbreck manipula un instrumental que está más cerca de la alquimia que de la ciencia dura –líquidos extraños, péndulos, poleas, etc.–, y Jano, una mezcla de ambos mundos –lo que incluye una especie de brújula que flota dentro de un recipiente con agua–, es el rebelde Rosentock quien más se apoya en los aparatos tecnológicos modernos para su trabajo, entre ellos, lámparas de luz ultravioleta para encontrar mensajes en las paredes, escondidos a simple vista, y computadoras de distinto tipo.

La tecnología tiene una fuerte presencia durante toda la película, porque así lo requieren los cuentos de terror modernos. Incluso uno de los personajes en el primer acto utiliza una cámara filmadora hogareña para registrar al ser que lo acecha durante las noches.

Las coincidencias entre cuento y película continúan: Chalmers le pregunta a su amigo: “¿Y si existe una forma de vida paralela a la que conocemos, pero carente de los elementos que destruyen la nuestra (inmortales)? ¿Y si en otra dimensión existe una fuerza diferente de la que genera nuestra vida? ¿Y si esta fuerza emite una energía o algo similar, o algo similar a lo que denominamos energía, que procedente de su dimensión desconocida, consigue alcanzar nuestro espacio-tiempo y crear en él una nueva forma de vida celular?”. Recordemos que Allbreck le dice al comisario que el agua es un canal que permite transportar vida microscópica que puede sufrir mutaciones e incluso reproducirse en los cuerpos de los seres humanos. El agua, al igual que en algunas películas del subgénero conocido como J-Horror o terror japonés moderno –subgénero que sin duda fue influencia de Aterrados–, es un elemento fundamental para la trama. Los seres del otro mundo se comunican con sus futuras víctimas a través del desagüe de una bacha de cocina o de los caños de agua del baño. Luego del accidente del niño, un barrendero limpia la sangre del asfalto con una manguera que la escurre hacia las alcantarillas para que vuelva a fluir por las tuberías y las cloacas. “¿Usaron agua de red esta noche?”, pregunta Allbreck preocupada, muy cerca del clímax del relato.

Paradoja: el agua que da vida también puede transportar la muerte.

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Los perros de Tíndalos: “Cierto es que no se puede demostrar que tal forma nueva de vida exista en nuestro universo, pero yo he visto sus manifestaciones y he hablado con ellas. De noche, en mi habitación, he hablado con los Doels. […] Pero me han olido. Los hombres despiertan en ellos un hambre cósmica”. En Aterrados, un ser maligno se le presenta a uno de los personaje en su habitación en el primer acto y lo enfrenta, y aunque ninguno de los tres profesionales entiende por qué atacan a los seres humanos, de lo que sí están seguros es que la sangre de “los hombres” despierta su ansia. “Límpiese, no tiene que tener sangre en las manos. No en este lugar. A estos seres les gusta la sangre”, asegura la doctora.

“Sólo pueden llegar hasta nosotros a través de ángulos. ¡Eliminemos todos los ángulos de la habitación! Voy a poner escayola en todos los ángulos, en todos los rincones, en todas las hendiduras. ¡La habitación quedará como el interior de una esfera!”; es inevitable leer este fragmento del cuento de Belknap Long y no relacionarlo directamente con la escena de Aterrados, donde Juan, aún sin sospechar del verdadero peligro de la grieta, intenta tapar la rajadura en la pared con cemento o cuando un par de brazos diabólicos atraviesan la grieta para atacar con furia.

Una coincidencia más: Allbreck le explica a Funes que su trabajo se basa en el estudio de planos dimensionales que coexisten en equilibrio. Chalmers, por su parte, esgrime un argumento similar al de la doctora para explicar el tiempo y las distintas dimensiones espaciales: “Todo lo que ha existido desde el origen del universo existe ahora también. Lo que sucedió hace milenios sigue sucediendo en otra dimensión del espacio. Lo que sucederá dentro de milenios sucede ya. Si no lo podemos percibir es porque tampoco podemos penetrar en la dimensión espacial donde sucede. Los seres humanos, tal como los conocemos, no son sino partes infinitesimales de un todo inmenso. Cada uno de nosotros está unido a toda la vida que le ha precedido en nuestro planeta. Todos nuestros antepasados forman parte de nosotros. De ellos sólo nos separa el tiempo, y el tiempo es una ilusión”.

Todo ese ideario sobre tiempos y planos espaciales que se superponen y transcurren al mismo tiempo –si se me permite la redundancia–, desplegados en el cuento de Frank Belknap Long, concuerda de manera sorprendente –o no tanto– con lo relatado por el protagonista de El Alpeh (1945), quien en el mismo cuento de Borges suma otra noción sobre cuestiones extraordinarias que solo pueden verse desde un punto específico –en un sótano, bajo un rincón de la escalera–, visiones que de cualquier otra perspectiva serían imposibles de visualizar. Una idea que su vez engancha con lo propuesto por Rugna en Aterrados. “Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos. […] Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph. –¡El Aleph! –repetí. Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. […] Traté de razonar. –Pero, ¿no es muy oscuro el sótano? […] Si todos los lugares de la Tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz. […] ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo!”, que en latín significa “mucho en poco espacio”. Y mucho en poco espacio es lo que observan con horror Funes y Rosentock cuando se colocan en un ángulo específico y miran bajo la cama. Darkness and light.

Por supuesto que al tratarse del mismo lenguaje, hay más influencias cinematográficas que literarias en Aterrados: los expertos en fenómenos paranormales en Poltergeist se espejan en el trío Allbreck/Jano/Rosentock; el niño muerto, arrollado por un vehículo de gran tamaño y vuelto a la vida de Pet Sematary (1989, Mary Lambert) recuerda al pequeño muerto de Aterrados; los espíritus o entidades invisibles que lastiman físicamente a los humanos y revolean cosas por el aire en la película de Rugna se asemejan al ente maligno del clásico de terror ochentoso The Entity (1982, Sidney Furie), y el agua como trasportadora de miedos se hace presente tanto en Aterrados como en varias películas del J-Horror, en especial, Dark Water (2002) y Ringu (1998), ambas dirigidas por Hideo Nakata.

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RITMO Y SUSTANCIA

Es necesario destacar el ritmo y la utilización del suspenso y el espacio off en Aterrados. Cierto es que no hay personajes demasiado profundos más allá del comisario Funes, pero también hay que reconocer que sus motivaciones son verosímiles. La mayoría de los personajes están desarrollados lo suficiente como para sentir la empatía necesaria para llegar a sufrir sus miedos y desesperación. Así como la personalidad fría, esquemática y profesional de la doctora Allbreck nos aleja un poco de su personaje, con Jano, un tipo cálido, abierto y resuelto, nos sucede todo lo contrario. Pero sobre todo es con el comisario Funes con quien el espectador logra empatizar. Él, con sus dolencias físicas y sus profundos temores que lo vuelven más vulnerable que el resto de los personajes que atraviesan la noche, a pesar de ser el representante de la ley –¿qué pueden hacer las balas y la cárcel contra los espectros?–, juega a ser el punto de vista del espectador, un observador de fuera escapando al temor.

Lo cierto es que la película mantiene un gran ritmo –algo seguramente muy difícil de lograr si también se busca complejidad y un alto grado de desarrollo en sus protagonistas– que logra, en definitiva, que no importe demasiado cuán profundos o complejos sean sus personajes. Una trama simple pero efectiva, la creación de climas y el correcto manejo del espacio fuera de campo –tanto para generar suspenso como para asustar–, y algún que otro jump scare colocado en el momento oportuno hacen de Aterrados una de las mejores películas de terror de toda la historia del cine argentino.

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No parece haber nada librado al azar en Aterrados: desde el acabado diseño de iluminación del DF Mariano Suárez, con tratamientos lumínicos precisos según la situación lo requiera, los diferentes tipos de puesta de cámara y de los usos que se hace de ella –en las escenas del presente diegético (hospital psiquiátrico) la cámara se mantiene siempre fija, con movimientos leves pero fluidos y minuciosos antes del tercer acto (pasado), y cámara en mano caótica pero siempre prolija y al servicio de la narración cuando se desata el terror y comienza a acercarse el clímax–, hasta los juegos con la temporalidad del relato, los flashforwards/flashbacks inesperados y el montaje preciso logran, en conjunto, una película técnicamente atractiva, con una estructura narrativa extraña, fuera de lo común, pero interesante y siempre original.

Los fotogramas de la mujer que flota en el baño en la primera secuencia de Aterrados, conforman lo que tal vez sea la mejor escena de todas las películas de terror que se hayan hecho hasta el día de hoy en nuestro país. Lo interesante, además de su factura técnica impecable, lo que la vuelve 100% verosímil es que esa escena está estratégicamente colocada en el primer acto, antes del primer punto de giro.

A propósito de este tema, Mariano Castaño escribió en el número 31 de la 24 Cuadros (Especial Steven Spielberg) sobre Jaws: “La tensión entre los dos filmes en pugna, la película de monstruos y el thriller, se da especialmente en la escena en la que Hopper y Brody exploran la marisma por la noche. Allí encuentran un bote, y de un agujero surge, mediante sorpresa calculada, una cabeza separada del cuerpo. Hopper, y todos nosotros, pegamos un salto. Spielberg diría que esa escena es un error, que se gastó la sorpresa grande y a partir de allí los espectadores verían la película con la guardia alta. El plan era que ese momento, el de alerta máxima, se diera en la escena en la que Brody está tirando cebo al agua y las enormes mandíbulas del escualo salen a la superficie a centímetros de su mano. Ese momento es crucial. Ya en el bote nos sentiríamos tan desprotegidos como los protagonistas, sabiendo que en ese último acto estábamos a la merced del asesino serial. El susto anticipado nos puso en ese estado mucho antes”. Pues bien, lejos de ser un error –y al contrario de lo que sucede en Jaws– eso es lo que parece buscar el director de Aterrados con su “mujer que flota”. Se trata de una escena tan categórica, sorprendente y de una fuerza tan arrolladora, que pone al espectador en un estado de terror desde el comienzo de la película y lo deja esperando en cada nuevo plano, tras cada puerta que se abre o luego de cada silencio tenso, ese golpe de efecto terrorífico. Ergo, lo tiene a su merced desde los primeros minutos. De eso se trata el cine.

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Al momento de finalizar esta nota, la película escrita, dirigida y musicalizada por Demián Rugna, ya promedia su quinta semana consecutiva en carteleras, y para colmo ganó el premio a la mejor película Iberoamericana en el prestigioso festival internacional de cine fantástico Fantaspoa. Algo impensado algunos años atrás para una película de terror local.

Sin desmerecer al resto del cine argentino que lo antecede –incluidas las anteriores películas del propio Rugna–, me siento en la obligación de reconocer, con alivio y alegría, que al fin apareció la película de miedo que muchos –o por qué no, todos– esperábamos.

Lo verdaderamente interesante sería que no se corte acá, y al menos de vez en cuando podamos exhibir en las carteleras un cine de terror de este nivel, e incluso, superior.

Mientras tanto la punta de lanza se llama Aterrados, y todavía puede verse en cines. Es ahora o nunca.

 

1-Me refiero al mundo paralelo lleno de monstruos weird de la serie Stranger Things (Duffer Bros.)

2-Para ser justo, sí hay un chiste en la película. Aunque sea el único y salga de la boca del personaje más solemne, no podemos obviar su existencia y negarlo.

3-Rafael Llopis es un psicólogo y ensayista español, considerado uno de los mayores divulgadores de los géneros terror y fantástico en castellano.

4-Rafael Llopis, ibíd.

5-Arthur Machen es autor de El gran dios Pan (1894), El sello negro (1895) y El pueblo blanco (1899), piedras fundacionales de la literatura de terror que más tarde cultivarían otros escritores como H. P. Lovecraft, Frank Belknap Long, Robert Bloch o su contemporáneo Robert W. Chambers.

6-Rafael Llopis, ibíd.