Banderas de nuestros padres: Last Flag Flying

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Renombrada El Reencuentro, esta película llega a los cines seis meses después de su estreno en Estados Unidos y de su presentación en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Esto es algo que jamás voy a entender de la distribución. ¿Tiene sentido que esta película sea estrenada en cines ahora? Supongamos que sí por lo atemporal del arte. No es una película que vaya a estallar las salas. En fin.

La bandera tendida

Es menester avisar, Last Flag Flying es una adaptación fiel de una novela de Darryl Ponicsan, autor también de The Last Detail, que tuvo su versión cinematográfica de la cual Last Flag Flying es una secuela espiritual. Espiritual porque los personajes son básicamente los mismos pero con los nombres cambiados, una decisión que no sé qué fin tiene.

Ambientada en el invierno del 2003, Larry “Doc” Shepherd, interpretado de manera solvente por Steve Carell, entra a un bar, donde un cantinero, llamado Sal Nealon (Bryan Cranston que interpreta al personaje que en los 70 hizo Jack Nicholson), habla con un parroquiano. Sal no reconoce a quien fuera su amigo en la guerra de Vietnam. Cuando finalmente Larry se presenta, las anécdotas no paran de caer. Tras una noche de curda, Larry le pregunta si quiere acompañarlo a un lugar, a lo cual Nealon accede porque es un personaje sin ataduras. Llegan así a una parroquia lejana donde encuentran a un pastor que es la tercera pata de la historia: Richard Mueller (un siempre efectivo Lawrence Fishburne). Los tres compañeros de Vietnam y protagonistas de la historia de The Last Detail, se reencuentran con una razón que Larry se prepara a revelar: no solo es viudo, sino que su hijo falleció en combate en Irak y Larry quiere que sus dos únicos amigos en la vida lo acompañen a enterrarlo.

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A media asta

La película funciona como un vehículo para todos los mejores recursos de Richard Linklater, su director. Diálogos largos y chispeantes con el paisaje del viaje de fondo. Rencillas entre sus personajes que no llegan a ser peleas y que no van a más. Que se manejan entre los límites del civismo y de la realidad a la que Hollywood no nos tiene muy acostumbrados. Por momentos pareciera que Linklater (que escribió el screenplay con Ponicsan) se limitara a dejar la cámara rodar y dejar que esos tres genios que son Fishburne, Carell y Cranston hagan la suya con el tema que les proponen. La mejor escena de la película, por escándalo, involucra a los tres y a Washington, un marine que era el mejor amigo del hijo de Larry, y que es enviado por el Ejército para asistirlos en lo que necesiten. Los cuatro, en un vagón de tren donde está el ataúd, relatando anécdotas, cagándose de la risa (de verdad). Se nota a Carell por completo fuera de personaje, riéndose sin parar, como uno de esos videos de gag reels de las series donde los actores no aguantan las risas y explotan. Son cinco minutos brillantes que valen por toda la película, que alterna esa clase de momentos con escenas que no suman absolutamente nada y que alargan el metraje de manera innecesaria.

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Conclusión

Last Flag Flying no tiene un conflicto. Es una road movie que se decide a explotar ideológicamente dos cuestiones. La primera, y llevada con poca altura intelectual, es la discusión religiosa que manejan simpáticamente Nealon y Mueller. El descreído y el pastor. No suma mucho al guion. Pareciera más bien que es un conflicto generado para alargar la cinta. La segunda cuestión es de acuerdo con lo que evoluciona y lo que se queda anclado en el tiempo. La tecnología evoluciona. Tenemos internet. Tenemos celulares. Estamos conectados. La guerra es siempre igual. “La guerra hace hombres, los hombres hacen la guerra”, dice Sal, en su mejor momento “cínico a lo Jack”. Algunos vuelven heridos mentalmente, como él mismo. Otros físicamente, como Mueller. Y muchos otros no vuelven más. Y ese es el motor del argumento que de seguro tiene más tracción en formato de novela, sobre todo considerando la literatura contemporánea americana post Hemingway. En película, las dos horas y pico se hacen un tanto extensas y nos hacen añorar más escenas como las del vagón.