Loving Vincent: Inmersión en la soledad optimista

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Largometraje de pinturas animadas al estilo de Van Gogh. Alrededor de 56.000 fueron hechas para tener como resultado final Loving Vincent. Un arduo trabajo muy bien planeado y ejecutado.

Aspecto pictórico: Desde ya aclaro que es una experiencia que de alguna manera lleva al extremo a las películas biográficas, por así decirle a esta en particular. Van Gogh fue un pintor, característico por su forma y estilo, y no sé si habría mejor manera de conocer la forma en la que concebía el mundo que con esta técnica implementada en la película.

Cada paisaje y cada habitación están perfectamente ambientados. Como si viviésemos en un universo hecho por mano de Vincent van Gogh. Ya al principio es llamativo, tiene una animación a 12 óleos por segundo, cosa que seguramente fue una decisión productiva, pero le da una estética aún más propia a la película. Considerando que las películas que vemos normalmente son a 24 cuadros por segundo, o sea, el doble.

La mayoría de los personajes, incluso los extras y escenarios, son pinturas que alguna vez fueron pintadas por Van Gogh. Se reconoce el código, es intertextual y hace que un fondo no sea un simple fondo. Como se mueven las cosas en general es como nos podríamos imaginar, al menos puedo hablar por mí, que una pintura suya se movería. Insisto en que el hecho de que sea una animación a 12 óleos por segundo ayuda muchísimo.

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Aspecto realizativo y de historia: Transcurre un año después de la muerte del pintor. Armand Roulin, el hijo del cartero Joseph Roulin, quien entregó las cartas de Van Gogh en su momento, emprende la tarea de hacerle llegar una carta pendiente a Theo van Gogh. Al llegar al pueblo donde Van Gogh pasó sus últimos días, comienza a hacer preguntas que, de persona en persona, van completando de a pedazos la historia del suicidio del pintor, que no cuadraba del todo.

El viaje hacia el pasado del pintor que tiene Roulin hijo es casi de documentalista. Un viaje que en algún punto es intrapersonal. Duerme en su misma habitación, tiene algún que otro sueño donde conecta con Van Gogh, hace los mismos recorridos que hizo el pintor, se sumerge en su historia, como lo hacemos nosotros.

Algo que llama la atención es la concepción del tiempo. Hay varios flashbacks acompañados por una estética en blanco y negro, otra puesta musical, que están perfectamente implementados. Es casi imperceptible pero tiene un clima que en ningún momento se traba. Funciona.

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Aspecto sonoro: Clint Mansell, encargado de la banda sonora original, es absolutamente inmersivo. Cada vez que volvemos al pasado volvemos con música. Cuando por otro lado, en el presente, Roulin hijo va por allí está acompañado solamente por las voces y sonidos muy específicos. Los momentos con alto poder dramático son por sí mismos poderosos, sumado que lo tenés a Mansell tocando un par de notas y un equipo que hizo la película tal cual fue su vida. Si no llorás o no te quedás congelado mirando la pantalla o no se te para el corazón sería muy polémico.

“Me gustaría mostrarles a los demás, con mi obra, lo que un don nadie tenía en su corazón”.

Eso nos transmite. Es una ojeada al mundo de Vincent van Gogh, más que una ojeada, una zambullida. La enorme soledad que había dentro del pintor se traslucen en cada momento, todo tiene sentido. El tormento es tan real como el regocijo, él fue feliz y fue depresivo en iguales proporciones. Vio su muerte como la amarga y correcta decisión, y no como algo egoísta.

“Los grandes artistas no son almas tranquilas”.

Y entendiendo al cine como arte abarcativo de un conjunto de artes, me animaría a decir que Loving Vincent es de lo mejor que he visto, al menos este año.