Vuelta por el universo (de los Coen)

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Hace unos días, mientras grabábamos un nuevo podcast de la R24C, salió al pasar, así como quien no quiere la cosa, una expresión: “Quizá debamos comenzar a hablar de autores en el mundo de las series”, dijo el director.

Como es costumbre, probablemente el querido Mariano tenga razón y esté adelantándose unos casilleros en las discusiones venideras. Casi con seguridad, hablaremos eventualmente del trabajo de Cary Fukunaga, Bryan Fuller, David Simon, Vince Gilligan o Ryan Murphy en los mismos términos en los que se discutían a los autores del siglo pasado. Es que eso son, le pese a quien le pese. Discutirlo a esta altura es casi contrafáctico y una mera expresión de deseo fundada en la negación de la realidad.

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Es entonces en este contexto que aparece otro revolucionario del formato, un señor que está dispuesto desde hace un tiempo a arriesgar y saltar la banca de cualquier casino que se le presente: Noah Hawley.

Ya hablamos de él al momento de reseñar las primeras dos temporadas de Fargo. No vale la pena profundizar mucho más. La única mención que me parece importante realizar tiene que ver con remarcar que en aquella oportunidad, Legión, su último hijo televisivo, no había visto la luz, ni siquiera estaba cerca de hacerlo. El dato no es menor, es posible que pocas series y películas exploren el lenguaje audiovisual con el frenesí, la locura y la verborragia de Hawley. Como decíamos entonces, Télévision de qualité.

Citando nuevamente la nota previa sobre Fargo, recuerdo la incógnita que rondaba allí respecto de la tercera temporada de la serie, próxima a estrenarse por aquella época. Después de dos temporadas maravillosas, restaba saber si Hawley podía mantener ese nivel.

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Y sí, lo hizo de nuevo.

La última temporada de Fargo, probablemente, sea de lo mejor que van a ver en el año. Seguramente competirá con los productos que entregue el resto del panteón de los autores televisivos de nuestra época (American Gods, Better Call Saul, etc.). De no imponerse, no caben dudas de que tendrá su lugarcito muy cerca de cualquiera de ellos.

En esta oportunidad Hawley trae el relato al año 2010, lo saca de Dakota del Norte y traslada la acción a tres pueblos ubicados en Minnesota. Si bien el cambio no es menor, prácticamente se mantienen todos los estereotipos de las locaciones y personajes ya vistos (la composición del pueblo, la caracterización de la policía, etc.).

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Dos hermanos gemelos, Ray y Emmit Stussy (Ewan McGregor por duplicado), reflotan una vieja disputa familiar. Emmit se dedica a los bienes raíces (o algo así, no termina de quedar muy claro) y ha ganado una cantidad de dinero aceptable. Digamos que no es rico, pero tiene un buen pasar para él y su familia. El otro hermano, Ray, es un agente de libertad condicional o bajo fianza –el famoso parole officer como le llaman ellos–, no es que la pase demasiado mal, pero sí le cuesta un poco poder mejorar su calidad de vida.

Ray siente que Emmit hizo toda su fortuna gracias al esfuerzo de la familia y que le debe un porcentaje de su riqueza, porcentaje que espera usar para complacer a su novia ex convicta Nikki (Mary Elizabeth Winstead, uno de los mejores personajes del mundo Fargo).

En el medio, por supuesto, las cosas saldrán muy mal. Un intento de robo que se complica y los lazos de Emmit con unos antiguos prestamistas de la mafia rusa terminarán desarrollando la carnicería y el derrotero de crueldad al que la serie nos tiene acostumbrados.

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La receta se repite. Gente que no es tan mala toma un montón de malas decisiones y terminan en el radar de un antagonista despreciable. En este caso, ese villano es magistralmente interpretado por David Thewlis, quien da vida a Varga, un mafioso ruso bastante truculento que está a la altura del recordado trabajo de Billy Bob Thornton en la primera temporada. Respecto a esto, hay una escena clave que no puede dejar de ser mencionada, en la que el villano doblega al socio de Emmit, Sy (otro gran personaje interpretado por un recurrente del universo cinematográfico de los Coen, Michael Stuhlbarg), con una puesta en escena maravillosa. Los que vieron la serie la recordarán, la palabra clave es pis.

Los problemas, si es que se puede usar ese término, están en el ritmo de la temporada. Tarda en arrancar. El comienzo no es tan impactante como en las temporadas anteriores y la diversidad de personajes, por más que estén todos muy bien construidos, imposibilita la empatía inicial con cada uno de ellos. Se debe destacar fundamentalmente lo secundario que resulta en ese inicio el rol de Carrie Coon, que interpreta a Gloria Burgle, la policía honrada y protagonista de este mundo de Fargo. El problema con el personaje de Coon no es su construcción, que es interesante, inteligente y noble, tal como pasaba con Patrick Wilson o con Allison Tolman en las entregas anteriores. La cuestión está entonces en que esta vez su personaje está más alejado del conflicto inicial que plantea la trama y recién se incorpora a ella con claridad sobre el último tramo de la temporada. Insisto, esto no está mal per se, pero es un cambio con relación a la lógica de manejo de personajes que la serie venía teniendo.

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Estas pequeñas disrupciones se encaminan rápidamente, y ya para el cuarto o quinto episodio todo marcha sobre ruedas. Los últimos tres episodios son sencillamente magníficos. Hawley introduce dos personajes sobre el final (el mudo y, casi en una suerte de crossover con Twin Peaks, Paul Marrane, interpretado por Ray Wise) que tienen una participación muy pequeña pero tan significativa que quedarán clavados en la retina de todos los espectadores.

El desenlace de la historia está a la altura. Un pequeño punto de giro final inesperado terminará de cerrar esta trama que se develará como la más compleja y enroscada de la trilogía.

El trabajo visual es, como en las anteriores entregas, impecable. El uso del objetivo gran angular magnifica todos los paisajes áridos y hostiles. La dirección de arte y la ambientación acompañan y ayudan a retratar con mucha claridad el espacio. Ni mencionar el trabajo sobre la música, que sigue siendo tan destacado como en el resto de las temporadas.

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En resumen, la tercera temporada de Fargo hace lo que tenía que hacer: arriesgar y buscar el cambio con continuidad. Era muy difícil reiterar el clima generado en las dos primeras partes, sobre todo, por el nexo directo que había entre ellas. La opción para subir la vara era entonces mantener ciertas estructuras y tocar otras. En esa búsqueda la serie se pierde solo un poco al comienzo, pero termina ganando más hacia el final. Se saca de encima la espada de Damocles y ya sabe que no está obligada a repetirse para tener éxito. Mientras haya un paisaje frío y nevado para retratar con una sórdida belleza, una historia para contar digna del universo de los Coen y personajes magistralmente construidos, tendremos Fargo para disfrutar y eso siempre es bueno.