Con el aura un poco derretida (sobre «Nieve Negra»)

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En esta época de valorizaciones y desvalorizaciones, de balances y prejuicios, estoy agotado como ciudadano y agobiado como trabajador; como consecuencia de esto, digamos, amburguesado (como diría Carlitos, “el jugador del pueblo”) como espectador. En este estado me he convertido, con claras limitaciones en mis alcances, pero con una concreta comodidad para tomar mis decisiones como espectador, dependiente de Netflix como un espacio ordenado de oferta, vía internet, para encontrar fácilmente las series y películas que actualmente estoy consumiendo durante mis escasos ratos libres. La verdad es que en el último tiempo, las series vienen imponiéndose a las películas, tal vez por una influyente presión de mi entorno cinéfilo (muy seriéfilo en la ocasión) o, de seguro, por la calidad del material seriado ofertado en esta plataforma virtual.

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En estas circunstancias, pasó que hace un par de días, me senté en mi sillón preferido a buscar una serie para ver. De las que encontré que todavía no había visto, no pude decidirme por ninguna. Entonces, abrí la opción a una película que me resultara interesante por algo y que no fuera muy larga, para que poder verla completa en la hora y media con la que contaba.

Repasando las listas, hallé Nieve negra, un filme de Martín Hodara, con Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín a la cabeza del elenco.

Al director no lo reconocí de entrada (aunque después supe que fue codirector con Darín, en 2007, de La señal –proyecto que no alcanzó a completar Eduardo Mignogna– y antes, asistente de Fabián Bielinsky en dos obras maestras como Nueve reinas y El aura, todos filmes que había visto con agrado) pero sí la calidad del elenco, que suma entre otros a Federico Luppi y Dolores Fonzi y algunxs españolxs de los cuales no tenía muchas noticias (que participaron, seguramente, por tratarse de película en coproducción con ese país europeo). En el caso Laia Costa, a cargo del papel de la esposa de uno de los protagonistas, me despertaba curiosidad debido a su sugerente rostro.

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Se trata de una especie de thriller psicológico construido, según se reconoce en lo esencial, con un notorio profesionalismo, pero que en su factura final deja al espectador con una sensación de frustración con relación a las expectativas que, de entrada, le sugieren los nombres involucrados y semejante despliegue de recursos económicos y artísticos.

Como anticipé, la película fue coproducida con España y dispuso de un holgado presupuesto de cuatro millones de dólares, contó con un elenco de lujo y con un equipo técnico de primera línea; con todo esto y por todo esto, a mi modesto juicio, promete más de lo que en definitiva ha sido capaz de cumplir.

Aunque se interpreta, sin inconvenientes, que el relato está ambientado en territorio patagónico (situación de base que me remitió naturalmente a los escenarios de El aura), el filme realmente fue rodado en parajes de Andorra que se le asemejan.

En este sentido, Nieve negra cuenta elementos escenográficos inmejorables para inspirar una suerte de facinación sobre el espectador, que potencia el relato del trágico reencuentro de dos hermanos vivencialmente desencontrados en un ámbito natural de sosiego con un trasfondo perturbador.

Con este marco temático, cabe comentar que el relato comienza con el regreso, desde España, de Marcos (Sbaraglia) a su tierra natal. Después de muchos años de ausencia, vuelve debido a la muerte de su padre. Lo acompaña su esposa embarazada, Laura (Laia Costa), una joven mujer española que visita por primera vez el país de nacimiento de su pareja. Un personaje que comenzará con una actitud contemplativa pero pasiva en la acción, pero que terminará en la historia de los hermanos adquiriendo un protagonismo relevante en su resolución.

A poco de avanzar la historia, nos enteramos de que Marcos tiene que cumplir un compromiso que desearía, pero no puede, eludir: enterrar las cenizas de su difunto padre junto a la tumba de su hermanito Juan, trágicamente fallecido y, además, reencontrarse con su hermano Salvador (Ricardo Darín), de quien ha estado dramáticamente separado por treinta años, para convencerlo de que acepte vender la propiedad familiar que habita. Motiva la separación fraternal un episodio del pasado común en el que murió el joven Juan (Iván Luengo), como consecuenda de unos tiros de escopeta que, al parecer, efectuó accidentalmente Salvador, en la época en la que los hermanos, incluyendo a Sabrina (Dolores Fonzi) que está viva pero internada en un psiquiátrico, salían a cazar con su padre en la zona boscosa de las tierras en las que vivían y que ahora está a la venta (con una oferta de nueve millones de dólares por parte de una minera).

El intento de resolución de estas dos cuestiones lleva a Marcos, acompañado por su mujer, hasta la casa de Salvador (la antigua vivienda familiar que mantiene en pie en el corazón de la propiedad en venta), y la forzada reunión precipitará la tragedia.

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En el cuadro dramático que sustenta el desenlace fatal, las tormentas de nieve y las panorámicas aéreas aportan a la película un destacable encanto desde lo estético, pero lamentablemente la narración en sí no hace su debida contribución al relato en materia de tensión respecto de los conflictos centrales.

La trama de secretos y mentiras familiares encubre codicias, locuras y perversiones humanas, cuyo impacto se va diluyendo y pierde consistencia con el paulatino y recurrente uso de flashbacks dedicados, más que nada, a exponer literalmente los episodios que explican el pasado traumático de los protagonistas.

El subgénero con el que se identifica el filme no descarta el empleo de flashbacks, no obstante su uso se potencia cuando, además de exponer datos del pasado del personaje que explican sus traumas y su modo de actuar, sirven para descifrarlos y comprenderlos en su estado presente.

La idea de propiciar una respuesta emocional por parte del público y generarle ansiedad a través de la utilización de ciertos dispositivos de suspenso, no solo como un mecanismo estructural, sino como un conector psicológico que busque conmocionarlo, está presente en Nieve negra, aunque poniendo el énfasis en las problemáticas personales de uno de los dos hermanos en conflicto y con resultados modestos.

Sin embargo, hay que reconocer como uno de los logros más virtuosos del relato que los conceptos de bondad y maldad y los límites entre el bien y el mal han podido ser manipulados con acierto y efectividad a los fines de generar angustias en los personajes y confusiones en el espectador, como un resultado funcional a los objetivos instrumentales del subgénero del que se vale el relato.

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Por otro lado, la temática planteada en sus aspectos asociados a la relación del individuo y su entorno, tanto a nivel humano como geográfico, se desarrolla a través de aspectos vinculados a la percepción de la realidad, a los espacios incontinentes, a la desorientación espacial, a la identidad, a la angustia de la existencia, al rencor, a la hipocresía y a la desesperación por hallar algún propósito de vida.

Como en la mayoría de los thrillers psicológicos, en Nieve negra tienen un peso relativo de significación e impacto las escenas filmadas en low key (clave baja), persiguiendo, en la mayoría de las ocasiones, el objetivo de generar atmósferas opacas y lóbregas, y haciéndolo a través del manejo artístico de sombras y de tonos oscuros en zonas donde, lumínicamente, la luz se focaliza en punto único punto o dirección.

A pesar de los logros antes detallados, la resolución de la mayoría de los enigmas planteados en el relato de Nieve negra termina siendo de manera bastante obvia y poco sutil, sobreexplicando las principales incógnitas y tratando de no dejar dudas al respecto. Además, se percibe cierta despreocupación respecto de cuestiones o personajes adyacentes (que sin lugar a dudas tienen sus propias historias) y que siendo parte importante de la trama que sustenta el relato son, después, abandonados sin pudor. Ejemplo de estos desaprovechamientos son: Sabrina (Dolores Fonzi), la hermana de Marcos y Salvador, llamada Sabrina, y el influyente Sepia (Federico Luppi), amigo, y tal vez algo más, de la familia.

Como conclusión, puedo decir que la sensación que me queda es que se trata de un filme que no ha sido del todo logrado, no porque les haya quedado una mala película (de hecho se lo reconoce ampliamente como un producto realizado con absoluto profesionalismo y con una indudable potencialidad visual que, en un principio, la asemeja a la sí lograda El aura), sino porque, como apuesta prometedora, terminó decantando en un planteo demasiado frío y esquemático, con una resolución algo reduccionista y un desarrollo sin matices que amplíen sus márgenes, lo que deja, de esta manera, la impresión básica de funcionar sobre la base de una especie de fórmula narrativa que hace que la historia pretenda dar al final un giro sorpresivo, que asombre y a la vez explique todo, pero que, en definitiva, da la impresión de quedar reducida al uso de un recurso que, por efectista, finaliza restándole profundidad dramática y conspirando contra el proceso de seducción y fascinación al espectador, que un filme de esta raigambre debería ejercer sobre un público potencialmente predispuesto.