True Detective: Night Country

Traté de escribirlo sin spoilers, pero se escaparon algunos.

True Detective: Night Country (TDNC) es un hito a la altura de la historia de esta antología policial. El showrunner de las primeras tres temporadas, Nic Pizzolatto, fue reemplazado por la directora mexicana Issa López para esta cuarta entrega. La audiencia acompañó y la serie resultó renovada para una quinta temporada hace apenas unos días. El final dividió aguas. Era esperable, el relato dio un paso bastante largo en el terreno de lo sobrenatural, se sumergió en las aguas del “gran misterio”, y eso nunca termina con todos conformes. Pero a mí siempre me importó más el viaje que el destino.

Tocando los éxitos

Para el análisis de la primera y la segunda temporada, pueden buscar los artículos escritos por Marcelo Acevedo titulado “¿Conoces Carcosa?” y quien firma en esta misma página, que lleva por título “Emociones encontradas”. La tercera temporada, que sin ser excelente como la primera puede considerarse superlativa, se estrenó en enero de 2019. No sé por qué no la reseñamos, pero somos un medio gratuito y por ende no aceptamos reclamos.

La fórmula de la tercera temporada se asemeja mucho a la de la primera. Dos detectives y compañeros investigan en distintos tiempos el mismo crimen, que tiene elementos horrorosos. Un niño fue asesinado y su hermana ha desaparecido. Hay vinculaciones con el poder económico y político, y sospechas sobre la familia directa de las víctimas. Década tras década, los detectives vuelven a investigar el hecho. Envejecen. El tiempo para resolverlo se acaba.

En la antología True Detective, el sabor proviene del subgénero, y de cuán efectivamente convive con lo que en castellano llamamos “policial” a secas, pero que en inglés se llama police procedural, para diferenciarlo de las clásicas crime mysteries, que son las novelas de misterio de la edad de oro, o el noir, que sobrevino en los 40 y 50.

En la primera temporada, el subgénero es el gótico del sur de Estados Unidos (o southern gothic), modalidad de relato que abreva en las aguas de las supersticiones y creencias del sur de EE. UU. con un fuerte acento en su cultura multiétnica, sus diferencias sociales profundas que perduran desde la época de la esclavitud y su decadencia estructural, producto del clima cálido, húmedo y tormentoso.

En la segunda temporada, lo que nos encontramos es un noir de Los Ángeles (L.A. noir). Un relato seco, atravesado por la corrupción y un negociado por tierras, en las que criminales y policías se confunden y tienen objetivos comunes. La zona aporta otro condimento: sectas new age, cirujanos plásticos, prostitución, sordidez y violencia de gánsteres de diversos orígenes estallan en un suburbio de una de las zonas urbanas más pobladas del mundo.

En la tercera temporada, tenemos ecos del noir nórdico, con una trama que toma elementos de La chica del dragón tatuado, novela de Stieg Larsson, con aportes de la enorme saga de Wallander, del autor sueco Henning Mankell, sobre todo de la crepuscular Antes de que hiele, novela en la que el detective se desliza lentamente hacia el mal de Alzheimer. Pero mucho más importante que esto, es que, en 2019, cuando se estrenó la temporada, se vivió el pico de popularidad de los documentales true crime, es decir, de investigación sobre crímenes reales. El relato da cuenta de esto. El detective Wayne Hays (Mahershala Ali) es entrevistado en el presente por unos documentalistas que investigan un crimen sin resolver ocurrido hace 40 años y, al parecer, han encontrado nuevas evidencias. El reportaje le hace ejercitar su memoria, debilitada por el mal de Alzheimer; pero trae además un doble regusto amargo, ya que uno de los elementos que vuelven es su relación con su esposa Amelia (Carmen Ejogo) que se volvió una famosa escritora a raíz de un libro sobre el crimen que no pudo resolver su marido, y que ella investigó en forma paralela. Hay un ejercicio metalingüístico en el caso, con una crítica al uso de casos criminales como artículos de consumo. Además, dentro de la trama, Wayne sugiere que fue castigado y relegado por ser negro, mientras que su compañero Roland (Stephen Dorff) pudo continuar su carrera. Otro tema en boga en ese momento en EE. UU.

En todas las temporadas de True Detective el espacio donde sucede el crimen es un protagonista central. Ya sea Luisiana (temporada 1), California (temporada 2) o Arkansas (temporada 3). Cada uno de los lugares es contado tridimensionalmente. Importa su geografía, su historia y su situación social. Todo tiene que ver con el caso que se investiga.

Además, todas estas ficciones tienen ecos con casos reales; en la primera temporada se trata de los casos de abuso de la Iglesia de Hosanna, que tuvo 24 víctimas entre 1 y 16 años y detalles escabrosos que hacen pensar que tal vez Estados Unidos es una versión del infierno.

En la temporada 2, el caso que parece sacado de cualquier manual de policial negro de la historia de la literatura. Está extraoficialmente basado en el escándalo de corrupción de la ciudad de Vernon, un municipio vecino a Los Ángeles, que terminó con una auditoría que destapó un desfalco millonario y un funcionario del municipio llamado Eric T. Fresh, muerto en circunstancias sospechosas.

La temporada 3 está ligada con el famoso caso de los West Memphis Three, que tomó relevancia mundial gracias a los largometrajes documentales Paradise Lost (Joe Berlinger, Bruce Sinofsky, 1996), y la implicación de figuras del cine y de la música de Estados Unidos, en favor de la liberación de los tres jóvenes injustamente condenados por un crimen que no cometieron.

Por supuesto, los “detectives” como personajes son centrales en cada caso. Desde los ya inmortales Rusty Cohle (Matthew McConaughey) y Marty Hart (Woody Harrelson) de la primera temporada, siempre tendremos parejas desparejas que se complementan. Uno oscuro y torturado, con capacidades especiales; el otro más “común” y mundano. Ambos comprometidos. Tal vez uno de los aciertos de la serie es no convertir al compañero más normal en un idiota. Todos los detectives están dispuestos, además, a quebrar la ley. En su compromiso y desapego por las normas radica el “true”.

Un sabor familiar

La cuarta temporada cumple, una a una, todas las características distintivas de la serie. En el remoto pueblo de Ennis, Alaska, la capitana de policía Liz Danvers (Jodie Foster) investiga la misteriosa desaparición de un grupo de científicos que se encontraban trabajando en una instalación en las afueras. Ennis es sucio, tiene severos problemas de contaminación debido a la minera que opera en zona, que es propiedad del conglomerado Tuttle (guiño a la primera temporada). Está poblado por mineros y trabajadores industriales. Viven en conflicto social permanente, en especial con los miembros del pueblo originario iñupiat. Los forasteros y los iñupiat se encuentran integrados individualmente y separados socialmente al mismo tiempo.

El caso de los científicos desaparecidos parece conectarse con un crimen cometido años atrás: el asesinato de Annie Kowtok, una militante ecologista iñupiat. El caso fue investigado años atrás por Liz Danvers junto a la agente Evangeline Navarro (Kali Reis). El cadáver de Annie estaba mutilado. Faltaba su lengua. Años después, mientras la capitana Danvers investiga la desaparición de los científicos, una lengua cercenada es encontrada en el piso de la cocina del laboratorio.

El caso de la desaparición de los científicos, tiempo presente de la serie, está inspirada en el incidente del paso Dyatlov, en la cual un grupo de excursionistas desaparecieron en los Montes Urales (Ex URSS) y luego fueron encontrados muertos por hipotermia y traumatismos, vestidos solo con ropa interior, en posiciones corporales no compatibles con la muerte por congelamiento. No hay explicación aún para lo ocurrido.

La capitana Danvers es difícil de convencer. Busca explicaciones racionales. Es viuda. Está a cargo de su hijastra adolescente Leah (Isabella LaBlanc). En la estación de policía es asistida por Hank Prior (John Hawkes) y su hijo, el agente Peter Prior (Finn Bennett). El rumor de la vinculación de los crímenes provoca el retorno de la agente Navarro, que se encuentra castigada, patrullando para la policía estatal. Años atrás, algo ocurrió que rompió su relación laboral y personal con Danvers. La hermana de Navarro, Julia (Aka Niviana), vive en el pueblo. Sufre alucinaciones esquizofrénicas. Lo mismo que ocurrió con su madre. La agente Evangeline teme que pueda pasarle lo mismo. Pertenece por sangre al pueblo iñupiat, pero nunca estableció contacto con sus tradiciones.

Estamos en diciembre, está por caer la noche que durará 3 meses, hay 8 científicos desaparecidos y para colmo de males, una vieja creencia que dice que Ennis está poblada de fantasmas, con dudosas intenciones. Una habitante de la zona, Rose Aguineau (Fiona Shaw), manifiesta haber sido visitada por uno de estos fantasmas, llamado Travis Cohle (presuntamente el padre de Rusty Cohle, de la temporada 1), quien le señaló el derrotero de los científicos desaparecidos. Así empieza. Los ingredientes están presentes. Tenemos dos misterios, elementos sobrenaturales, una pareja de detectives disímiles colaborando, un espacio condicionante de la trama, una empresa poderosa capaz de tapar todo.

Las tres patas de la mesa

Si en la primera temporada el subgénero es el gótico sureño, en la segunda L.A. noir y la tercera toma elementos del noir nórdico, la cuarta abreva en la tradición del policial inglés clásico, el viejo y querido crime mystery. Solo hay que despejar el ruido y ahí están Sherlock Holmes y Hércules Poirot resonando en TDNC. Por supuesto, y aquí viene la complejidad, el policial americano clásico está mucho más inclinado al hard bolied o noir y el moderno está inclinado al procedural. Pero en esta temporada, las influencias compiten.

El crime mystery inglés, motorizado por un número de espectadores ávidos y muy numerosos, primero a nivel local y luego internacional, se viene cocinando desde finales del siglo XIX. No voy a meterme en algo que nos llevaría cientos de páginas, pero desde las obras literarias de Arthur Conan Doyle, pasando por Agatha Christie y P.D James, hasta las innumerables series televisivas, como Prime Suspect, Cracker, Morse o Midsomer Murders, hasta las más modernas Vera, Broadchurch, The Fall o Shetland, el género policial inglés, en su variante más clásica, goza de salud y popularidad. Y esto se basa en características reconocibles y reiteradas. Es lo que se llama “confortable”. Al amante del policial le causa placer instantáneo. Se encuentra en tierra conocida. El relato no será un sueño. El detective no será el asesino.

Las características que comúnmente se presentan en el policial inglés están tipificadas. Tenemos el english village mystery murder (o el crimen en el pueblo chico inglés), en el que se privilegia la idea de “ambiente cerrado” o closed setting. El pueblo está alejado de las urbes. Todos se conocen entre sí. El número de personas es limitado. La creación de este ambiente se trata con la máxima seriedad: lo que se está creando es un mundo.

La pareja de detectives es otra característica que está presente desde los albores del género. En contraste con el hard boiled, más propenso al antihéroe solitario, el policial inglés presenta a una pareja. Usualmente, se trata de un superior y un ayudante. El estatus de cada uno es por rango, edad, conocimiento o clase social.

La autoridad, en el policial inglés, no es corrupta. Se supone, y así lo hacen, que la policía y la justicia actuarán ante la disrupción criminal, aunque el perpetrador sea un miembro de las elites dominantes, ya sean económicas o de clase. Este precepto es contrario en el noir, ya que aquí se supone que el dinero y el poder están por sobre la ley, y quien lo tiene puede actuar a sus anchas. El antihéroe, aún con preceptos morales corridos, se rebela ante esto.

Otra diferencia es el uso de la violencia: el policial inglés no resuelve mediante acción, sino ante el análisis de la evidencia presentada. En el noir, en cambio, la acción es fundamental en el desarrollo de la trama. Por otra parte, la resolución en el policial inglés es total. El detective restablece el orden alterado por el crimen. Aquí se diferencia notablemente del noir, en el cual la sociedad en crisis no puede ser reparada, a lo sumo puede ser vengada.

La tercera pata, el género police procedural –a la que True Detective como antología pertenece de manera natural– presta especial atención a cómo se desarrolla la investigación policial, con un grado de verosimilitud superior al crime mystery, que basa su fuerza en las características especiales del detective. El procedural pone énfasis en la cadena de mando, en el trabajo policíaco. Aparecen los patólogos forenses, las autopsias, los CSI (del inglés Crime Scene Investigation, y su término vernáculo “policía científica”). Los detectives son personas comunes. Tienen problemas con sus jefes; todos odian la burocracia y el papeleo. El papel de la evidencia para la condena es primordial, así como los fiscales. El procedural basa su creación de mundo en la descripción pormenorizada de un sistema, que toma mucha más altura cuando además de verosímil, se asemeja a la realidad.

En TDNC tenemos un setting de policial clásico inglés. El pueblito en donde sucede un hecho (o varios) aberrante. Los personajes están prácticamente aislados. Como en tantas novelas clásicas, los sucesos tienen lugar durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo. La capitana Danvers es un personaje con capacidades investigativas destacadas. Repite una frase leitmotiv: “Nos hacemos las preguntas equivocadas”, tradición que remite al “elemental”, de Holmes, o las “pequeñas células grises”, de Poirot. Además, tiene características personales que condicionan su operatividad. Holmes era adicto a la cocaína. Poirot, un sibarita glotón que prefiere el confort y el lujo y además es profundamente vanidoso y coqueto. Danvers, para decirlo con claridad, se ha acostado con todo lo que respira en el pueblo. No ha hecho distinciones. Casados, solteros, jóvenes y no tanto. Su apetito sexual no ha conocido fronteras y todo el mundo conoce esta característica.

Navarro, por su parte, es el costado hard boiled. Recurre a y es víctima de violencia explícitamente detallada. No puede y no quiere olvidar el viejo caso, que se vincula con la corrupción económica y moral. Tiene a los informantes correctos en los bordes (literalmente) de la sociedad. Sabe que es buena en su trabajo, pero está marginada de la fuerza. No tiene paciencia para la parsimonia inglesa de Danvers.

En medio de esto tenemos la relación de Hank y Peter Prior, padre e hijo que asisten a la jefa Danvers. Hay una vieja tradición en el policial en la que el padre policía enseña al hijo las mañas y trucos del oficio. Michael Connelly lo escribe para su célebre detective Harry Bosch, con su hija Maddie. Henning Mankell hace lo mismo con la hija de Kurt Wallander, Linda. TDNC le da una vuelta de tuerca al tema. La familia puede ser elegida. Los lazos de sangre no nos definen. Uno puede elegir a su tribu.

El entorno investigativo, la flora y nata del procedural, está obturado en TDNC. El pueblo está aislado. Los forenses son reemplazados por un veterinario. Los cuerpos son colocados en la pista de hockey. El realismo está reemplazado por una imagen macabra, la de los cuerpos congelados con mirada aterrada, como si enfrentasen el horror cósmico puro. Pero existen archivos, fotos, informes. Y un jefe que molesta, Ted Connelly (Christopher Eccleston), parte de la tradición del procedural. La forma de contarlo es la de ese género. La sociedad dañada, y la agente Navarro, está relacionada con el noir. La protagonista principal, Danvers, está sacada del policial inglés.

A su forma, TDNC trata de abarcar las tres tradiciones del policial al unísono, sin ser una parodia. La misteriosa desaparición de los científicos tiene características sobrenaturales, como ocurre en El sabueso de los Baskerville, en la que un animal fantasmagórico parece estar acechando a una familia. La resolución, por partida doble, está directamente sacada de Asesinato en el Orient Express, novela de Agatha Christie en la que Hércules Poirot debe resolver un crimen perfecto en el entorno cerrado de un tren en viaje. Todos los científicos (menos uno) mataron a Annie. Todas las mujeres mataron a los científicos. Como Poirot, Danvers decide mirar para el otro costado. No se habrá cumplido con la ley, pero se hizo justicia. No solo eso, sino que logra las pruebas para comprobar la corrupción de la compañía minera. En la tradición del policial clásico, el orden es totalmente restablecido. Todos los corruptos son castigados. Todos los justos viven para enfrentar el nuevo día.

True Detective Night Country trata de hacer varias cosas al mismo tiempo y en esa indecisión está su principal debilidad. A las ya mencionadas tres patas policiales, se le suma el componente sobrenatural que contrasta con el ambiente social sórdido y duro. A los fantasmas personales les suma los del folclore local. A los dos misterios, les suma un tercero sin resolver: la lengua cercenada. Realiza largos recorridos en auto por caminos oscuros, pero falla en exhibirnos la cercanía geográfica –literalmente unos pocos metros– entre la estación científica y los famosos túneles. En medio de todo ello, pierde a un personaje –el trabajador que se fue a vivir con los nómades– y no da cuenta de qué pasó con él. Los cabos sueltos son “realismo” en la óptica del procedural, pero no funcionan en esta mixtura total. Y, sin embargo, durante cinco de los seis capítulos, aún con los ecos de La cosa (The Thing, John Carpenter, 1982) ineludibles cuando hay sucesos extraños en la nieve, o las historias de fantasmas que en un momento toman por asalto el relato, la serie funciona. Es disfrutable. Juega al límite.

De este tipo de series, antologías que solo se unen por género, no se puede esperar que sean siempre mejores, al fin y al cabo, eso es cuestión de gustos, pero es muy apreciable que traten de ser diferentes. Es por eso ese salto, y por no alargar el relato hasta su caída, que el público espera una quinta temporada. Un nuevo cuento. Una forma distinta.