El Marginal 3: entretenimiento visual

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Es difícil cuando toca escribir sobre un producto nacional porque uno quiere tener puesta la camiseta, y más cuando vemos que hay poco espacio y apuesta para las ficciones, siempre desplazadas por las novelas o las producciones copy paste de Pol-Ka. Soy sincero e intento ver el realismo que supuestamente muestra, pero sólo encuentro un morbo pochoclero de la marginalidad y una ensalada mixta de personajes y líneas argumentativas de otras ficciones.

La temporada 3 de El Marginal nos sitúa dos años después del “motín de las palomas” (final de la temporada 2) y un año antes del secuestro de Luna Lunati (inicio de la temporada 1). Mario Borges (Claudio Rissi) es el capo total de San Onofre, junto a su hermano Diosito (Nicolás Furtado), cuando por un pedido del director del penal, Antín (Gerardo Romano) deben cuidar a Cristian Pardo (Lorenzo Ferro), recluso recién llegado e hijo de Eduardo Pardo (Gustavo Garzón), empresario millonario y poderoso.

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Claro que Los Borges no son almas caritativas y a cambio del favor negocian su libertad, puesta a disposición por Pardo comprando al juez Cayetano Lunati (Mariano Argento). Ahora, sí, tenemos el círculo cerrado para saber el porqué del secuestro en la primera temporada y con un final que nos llevará al presente y promete una cuarta temporada, en otro penal, y con la vuelta de Pastor (Juan Minujín).

El argumento de esta temporada es similar a las anteriores: llega recluso nuevo perteneciente a un estatus social civilizado (Minujin en la 1, Lamothe en la 2 y ahora Ferro) y poco a poco descubre y forma parte de la ley de la selva. Para sobrevivir deberán convertirse en un marginal, porque, a fin de cuentas, así es la imagen que se da un preso: animales rabiosos sin una vara moral y ética. A esto se le suma lo de siempre, pero subiendo un nivel para que venda: enfrentamientos de bandas, corrupción institucional, villeros cabeza, travestis, sexo, gore, peleas clandestinas, amenazas de violación y más puteadas épicas.

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Un tema aparte es la ensalada mixta de ficciones que ya vimos. Las peleas clandestinas con un circuito cerrado para el director me hacen acordar mucho a Undisputed (2002, Walter Hill), la adicción de Emma Molinari (Martina Gusman) tras un hecho traumático es similar a lo que le ocurre a Sara Tancredi en Prison Break. También tenemos a Tubito (David Masajnik), una fusión entre Barreda y el Walter White de Breaking Bad, y por último y no menos importante: El Pantera (Ignacio Sureda). Este “tartamudo” es una suerte de La Bestia, aquella personalidad de Kevin Wendell Crumb que vimos en Split (2016, M. Night Shyamalan) relegada a un estado animal y que puede recibir balazos y aceptar el dolor como ninguno ¡porque no lo siente! (al final saquen sus conclusiones).

Dentro de lo bueno podemos citar a Mario, Diosito y Antín. Sin duda, son tres personajes con carisma y gracia, con los cuales se puede construir toda esta historia. Sin embargo, siempre hay que agregar nuevos personajes y por eso se suman Bruni (Alejandro Awada), ex boxeador y actual entrenador, una especie de Micky de Rocky dispuesto a quitarle el poder a Los Borges; Ramos (Osqui Guzmán), carcelero contrario al statu quo; Estela Morales (Ana María Picchio), una exagerada y sobreactuada jefa de Antín; el Loco Daniel Ortiz (Marcelo Mazzarello), un ex jugador y gloria del fútbol caído en desgracia, y los cameos de Rodrigo Mora (ex River) y Rolando Schiavi (ex Boca). Son personajes al servicio de una trama con altibajos y que tapan, para mí, el trasfondo de un personaje interesante al que se lo duerme en la meseta: César (Abel Ayala), líder de la Sub 21, de los villeros del patio. Desde mi punto de vista, es el personaje ideal para contar algo más: ¿cómo llegó ahí?, ¿a quién tiene afuera?, ¿cómo creció?, ¿por qué delinquió?, ¿se arrepiente? Digo, esto es subjetivo, solo una apreciación y me puedo equivocar como siempre.

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Tema aparte: el sonido. Los efectos de los golpes son sacados de los videojuegos de los 80, de algún Street Fighter o Street of Rage, no quiero ser malo pero creo que a ese nivel de producción no se les puede escapar la tortuga con eso.

En definitiva, me quise poner la camiseta pero no me entró (y no es porque esté gordo). Seguramente va enfocado hacia un público especial, como pasa con La Casa de Papel, rejuntar situaciones vistas y conflictos de otras series o películas para una audiencia en particular, y con permiso de Scorsese, para “entretenimiento visual”. Es un debate abierto.