Weapons: terror weird

Terror no terror

No hace mucho tiempo, la 24 Cuadros lanzó al mundo En busca del cine weird, un libro pionero que no solo procura definir esta corriente estética tan elusiva —el weird—, sino que además compone un extenso repertorio de películas que lo abordan. Si Weapons -titulada en Argentina La hora de la desaparición– se hubiese estrenado el año pasado, de seguro habría ocupado alguno de los primeros lugares de aquel catálogo.

Numerosas reseñas en YouTube discuten si lo que narra Weapons puede o no incluirse dentro del terror. En este sentido, lo más acertado sería señalar que Weapons juega en el campo del terror weird. Zach Cregger elabora en este filme, posterior a Barbarian, una historia que combina toques de policial, cierto surrealismo lyncheano, notas de humor negro y, por supuesto, muy buenas dosis de terror. Pero no solo eso: Weapons propone además una poderosa alianza entre guion, trabajo actoral y recursos técnicos con la intención de montar un tejido narrativo que envuelve a la audiencia desde el inicio de la trama.

Terror polifónico

Weapons comienza con la descripción de un misterio. El suceso ocurre en un pequeño pueblo típico de las novelas de Stephen King: ciudad rodeada de bosques, caserones de madera con amplios patios, familias de clase media con numerosos problemas puertas adentro, hijos afectados en mayor o menor grado por tales problemas. Una madrugada, diecisiete niños salen de sus casas y desaparecen sin dejar rastro. Las investigaciones policiales no ofrecen resultados satisfactorios. Apenas subyacen dos coincidencias. La primera, los niños pertenecen a la clase de la maestra Justine (Julia Garner). La segunda, solo un alumno de la clase, Alex (Cary Christopher), no fue afectado por el fenómeno.

Una vez planteado el conflicto, la historia se desarrolla desde la perspectiva de varios personajes. Este recurso introduce una polifonía de voces y perspectivas parciales que poco a poco recomponen los hechos a la manera de un rompecabezas.

Al huir de sus casas, los niños corren en línea recta. Y en los días sucesivos, los sobrevivientes siguen vías laberínticas que acaban por entrecruzarlos. Por encima del hombro, la cámara marcha detrás de Justine, de Archer (Josh Brolin), padre de uno de los desaparecidos, del oficial Paul (Alden Ehrenreich), quien por accidente halla pistas del caso. Justine se pierde diariamente en los pasillos de la licorería. Archer recorre la ciudad para entrevistar a otros padres que también perdieron a sus hijos. Paul patrulla las calles en las que, fuera de la desaparición, casi nunca pasa nada.

En Weapons todo se trata de correr o andar, de buscar o ser acechado. Dos escenas son ejemplos magistrales de este tópico. La primera, el momento en que Paul da caza al drogadicto James (Austin Abrams). La segunda, una escena del desenlace de la que prefiero no dar detalles para evitar spoilers. Ambas son brillantes reescrituras de aquella carrera que emprende el agente del FBI Johnny Utah (Keanu Reeves) para atrapar al surfer asaltante de bancos Bodhi (Patrick Swayze), oculto tras una máscara de Ronald Reagan, en ese clásico de todos los tiempos llamado Point Break (Kathryn Bigelow, 1991).

Terror weird

En Weapons, el terror se manifiesta mediante la consumación de una falta. O, como mejor lo explica Mark Fisher en The Weird and the Eerie [Lo raro y lo espeluznante], como eso que no está ahí, pero que debería estar. Los niños deberían estar durmiendo en sus casas, asistiendo a las clases de la maestra Justine, pero eso no sucede y nadie en el pueblo sabe por qué. Por lo tanto, lo ominoso se manifiesta como algo sin origen, que irrumpe sin explicación y que deja huellas profundas en quienes sobreviven al fenómeno.

No obstante, Weapons introduce en el relato una causa de lo ominoso que opera como el negativo de la falta. Este agente -que no habré de revelar aquí para no incurrir en spoilers– se introduce como eso que está ahí, pero que debería no estar. Este agente combina lo siniestro y lo grotesco en su naturaleza de un modo que remite a esos monstruos de los cuentos infantiles que provocan horror y risa al mismo tiempo. Más aún: al igual que muchas de aquellas criaturas legendarias, el agente ominoso de Weapons suplanta a las figuras paternales para confundir a los niños y aprovecharse -o alimentarse- de su inocencia y juventud.

El terror de Weapons establece en consecuencia un movimiento pendular entre eso que no está ahí, pero que debería estar y eso que está ahí, pero que debería no estar. De allí que el terror que la película propone sea algo híbrido, algo raro, algo weird.

Weapons expone una causa posible del horror, pero no la explica. Queda en el medio un cúmulo de enigmas sobre los que quizá se pueda especular, pero que nunca hallarán una explicación satisfactoria. Al fin y al cabo, esta es la naturaleza de nuestro presente senil y demente: el mundo se está volviendo cada vez más weird. Si no me creen, luego de ver Weapons echen un vistazo a su alrededor. Notarán de inmediato que nos circundan agentes del caos que combinan lo siniestro y lo grotesco, farsantes que dan risa y dan miedo, bufones que dan pena y dan asco. En otras palabras: estamos rodeados de cosas que están ahí, pero que deberían no estar.