Superman: Un paso pequeño

Empecemos por decir algo que parece una obviedad, pero no lo es tanto: el cine de superhéroes es, hoy por hoy, el entretenimiento cinematográfico masivo más exitoso. Si digo que quizás no sea una obviedad, se debe a que, si bien se trata del tipo de cine que mayor público lleva a las salas, hace rato que el estreno de una película de este tipo dejó de ser garantía de éxito. Basta citar, por ejemplo, el caso de Thunderbolts este año, que pasó por los cines sin hacer demasiado ruido.

Acaso se deba al desconocimiento del público sobre determinados personajes no tan populares, acaso responda al agotamiento que pueda producir la sobreabundancia de películas del subgénero. Pero incluso con los films que no funcionan, el cine de superhéroes (en especial el de Marvel) continúa siendo el modelo industrial predominante en el mainstream actual.

En tal caso, si algo se ha agotado especialmente en este cine es que su carácter lúdico suele ir acompañado muchas veces de un marcado maniqueísmo, de la sensación formulaica –y, por lo tanto, intrascendente– que deja, y, fundamentalmente, de la incapacidad de mostrar o de hablar de algo proveniente del mundo real.

A esto mismo se refería el crítico Hernán Schell en una nota publicada a propósito del estreno de Joker en 2019. En esa misma nota, Schell mencionaba al pasar cómo las películas de DC intentaron marcar una diferencia con las de Marvel a través de un tono más solemne, aunque con pésimos resultados.

Esta introducción viene a cuento del estreno de Superman, la película con la que DC intenta relanzar su universo cinematográfico. Y es curioso porque una de las primeras cosas que llaman la atención es lo ligero de su tono. Como si al relanzar el universo cinematográfico de la compañía lo que buscaran fuera deshacerse de la seriedad y los discursos rimbombantes de las producciones anteriores.

Es más, diría que es fácil ver Superman y pensar en la presencia de Gunn como director que trabajó con Marvel (con la trilogía de Guardianes de la galaxia) y que buscó en esta película un enfoque más liviano, similar al del universo de esa compañía, a sabiendas de que podría ser más accesible al público.

Superman es así una película luminosa, en la que Gunn parece haber entendido que la historia de Superman (al menos, la que se narra en la película) es la de un tipo bonachón con poderes, algo ingenuo, que pelea contra un villano que lo odia y capaz de inventar cualquier cosa con un único fin: destruirlo. A esta luminosidad contribuye, también, que Gunn imprima humor a casi todas las secuencias de la película, a tal punto que por momentos asoma el riesgo de que uno no pueda tomársela del todo en serio, y que se transforme en una parodia de sí misma.

De todas maneras, lo luminoso y un tanto ingenuo de la propuesta no es puramente evasivo. Distinto a lo que ocurre en parte del cine de Marvel, Superman no tiene lugar en un universo puramente ficticio, desligado del mundo, sino que intenta acercarse a la realidad actual. Se ve a las claras en el personaje de Lex Luthor. Luthor es un magnate amenazante, no por su fuerza física, ni siquiera por su inteligencia, sino porque es capaz de manipular cualquier medio (de comunicación, tecnológico, hasta planetario) para vencer a Superman. Cuando lo transporta a su universo de bolsillo, vemos que tiene un ejército de monos que escriben mensajes incendiarios contra él en las redes. Es difícil no ver un paralelismo ahí entre esto y la figura de Luthor con Donald Trump y la forma en que gestionó su campaña de gobierno (similar, de paso, a la forma en que lo hizo Milei).

También Gunn busca una analogía con el mundo actual en la forma en que muestra la invasión de una potencia ficticia a un país devastado, y en la cual, por supuesto, se ven envueltos tanto Superman como Luthor. Por cómo se representan estos territorios, con cambiar los nombres basta para entender que es una alegoría del conflicto en Gaza. Es una operación demasiado evidente y superficial, sí. Pero lo cierto es que en el contexto de una película de superhéroes liviana no resulta demasiado molesta tampoco.

Pero quizás lo más interesante de Superman sea que su protagonista, a diferencia de la mayoría de los superhéroes de las películas, no es alguien muy interesado en luchar contra el mal, sino en hacer el bien: de ahí que sean más bien escasas las escenas donde lo veamos peleando. Por eso, tal vez uno de los momentos más logrados del film sea el de la confrontación final entre él y Lex Luthor, a quien vence con apenas algunas palabras, mientras éste, sabiéndose derrotado, deja escapar alguna lágrima. Esta nobleza convive en una película con algunos momentos visualmente espantosos (ese mar de cubos donde va a parar Krypto, el perro de Superman), y con una subtrama de amor irrelevante y poco explorada entre el protagonista y Lois Lane.

Así y todo, acaso sea un logro que James Gunn haya podido hacer una película de superhéroes pasatista con algunos apuntes (más o menos simples, pero efectivos) sobre el mundo actual. Puede que no sea un gran mérito, pero es un pequeño paso para que un cine industrial de escala masiva vuelva a hablar, incluso de forma somera, sobre la realidad.