Civil War: el poder fuera de campo

Of these years I sing…
How America is the continent of glories
And the triumph of freedom
And of the Democracies
Walt Whitman. Leaves of Grass.

(Aviso: el artículo contiene spoilers)

Ex USA

En 1776, luego de la rebelión en contra de la monarquía británica, los representantes de las Trece Colonias de América del Norte aprobaron por unanimidad la declaración de la independencia embanderados en las ideas de liberalismo, república e igualdad de todos los hombres.

En 2024, Alex Garland cuenta en Civil War otra rebelión: la de los estados americanos en contra de la unión pactada en 1776. En un futuro presente, los Estados Unidos de América, paridos por aquella declaración de libertad y derechos civiles, se desintegran en estados separatistas, comunidades aisladas y puñados de individuos que deciden sus propias normas a fuerza de tortura y ejecución sumaria. La libertad deriva en un individualismo que, de estimular la libre competencia, pasa a incitar la antropofagia; la igualdad de todos los hombres depende ya del ojo del que porta el arma más letal.

En medio de esta nueva guerra de secesión, en la que el Norte esta vez es el enemigo, los ciudadanos que no portan armas de fuego viven como refugiados en su propio territorio. Aunque esto no es nuevo. Desde los últimos años de la vieja democracia, buena parte de los ciudadanos estadounidenses sobreviven de este modo. Basta citar como ejemplo la película Nomadland (Chloé Zhao, 2020), que a su vez se inspira en el libro Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century [Tierra de nómades: sobrevivir a América en el siglo XXI], escrito por la periodista Jessica Bruder. La cinta protagonizada por la sublime Frances McDormand cuenta las penurias de los jubilados yankis a los que no les da el cuero para mantener una casa y que, por ese motivo, se ven obligados a improvisar vehículos como viviendas para viajar a donde surja trabajo. Así, uno de esos hermosos laburitos es el de despachar paquetes de Amazon durante los picos de ventas de Navidad. Santa Claus ha sabido evolucionar con los tiempos: a los ejércitos de duendes esclavos les ha sumado plantillas de viejitos con hambre.

Por supuesto que esta situación no es casual. Los timberos de las finanzas y los patrones de los emprendimientos tecnológicos que chupan la yugular del Estado —como por ejemplo el cretino de Elon Musk— viven la vida loca y hasta dan clases de ética, política y economía en los medios y las redes sociales gracias a la evasión de impuestos y la apropiación de lo que los ciudadanos pagan a fin de que el Estado les brinde educación, salud y seguridad.

Lo llamativo es que los representantes del poder económico no aparecen en Civil War. No por ello se puede acusar a Garland de mirar para otro lado. La rapacidad de los CEO de las empresas tecnológicas ha sido tema en al menos dos de sus obras: Ex Machina (2014) y Devs (2020). En este sentido, Civil War es una historia que intenta mostrar la desintegración social y política de USA desde el asfalto y, al mismo tiempo, con distancia. De ahí que los protagonistas de la película sean corresponsales de guerra. El cine y el documental estadounidense tiene una honda tradición en este género. La maestría de Garland es, en este aspecto, transportar ese lenguaje descarnado con el que el periodismo y el documentalismo yanki se ha jactado de narrar los horrores en otros países —menos democráticos, menos civilizados según su perspectiva— para contar en primera persona la violencia y la miseria física y espiritual que se propaga entre los últimos habitantes —civilizados y democráticos— de los vastos territorios de la ex unión de estados norteamericanos.

(De)construyendo América

Los protagonistas de la historia son corresponsales de guerra. Lee (Kirsten Dunst) es una fotógrafa de guerra muy reconocida que, en secreto, atraviesa una crisis existencial en relación con su profesión y sus experiencias. Joel (Wagner Moura) es su compañero de aventuras, un periodista de la agencia Reuters que adora sentir la adrenalina de los campos de batalla. Ambos se hallan cubriendo los disturbios de los separatistas en New York. Planean viajar a Washington DC para entrevistar al presidente antes de su caída a manos de las Western Forces (WF), una alianza militar entre los estados de Texas y California. A ese viaje se suman Jessie (Cailee Spaeny), una fotógrafa novata que admira a Lee y quiere adentrarse en el fotoperiodismo de guerra, y Sammy (Stephen McKinley Henderson), un periodista veterano que, a pesar de su edad y sus dificultades físicas, ansía atestiguar el evento histórico.

Estos cuatro personajes dispares comparten la travesía. La película, de este modo, adquiere los tonos de una road movie. Sin embargo, el largo rodeo por tierra de nadie asume para cada uno de estos perfiles un sentido muy diferente. Para Joel representa una aventura. Para Lee, el camino a lo largo de una crisis. Para Jessie, un viaje de iniciación. Para Sammy, quizá su última excursión a tierra incógnita.

El entrecruzamiento de estas miradas disímiles genera ricas disonancias ante las diferentes situaciones que les toca experimentar juntos. Lee, por ejemplo, parece haber perdido toda sensibilidad. Mira sufrir y morir a las personas como si se trataran de hechos remotos. A lo largo del viaje, Lee deja de sacar fotos. En cambio, se sitúa detrás de Jessie y mira el mundo a través de los ojos de la fotógrafa novata, quien parece ver toda la maldad y la violencia del mundo por primera vez. Al principio, como en la escena con los hillbillies de la estación de servicio, Jessie queda paralizada ante la ferocidad. Sin embargo, Lee le enseña a distanciarse de esa violencia y tratar esas situaciones como el objeto de una perfecta fotografía de guerra. Nosotros no nos preguntamos por las razones de la violencia, dice Lee. Nuestro trabajo es mostrarla para que los demás se hagan esa pregunta.

Joel, por su parte, se siente más vivo que nunca en medio de la balacera. Al final de un intercambio entre las fuerzas presidenciales y los separatistas, Joel conversa y hace chistes con uno de los civiles armados. En segundo plano, los milicianos llevan a los soldados encapuchados hasta un campo y los ejecutan. A las carcajadas de Joel se interpone el ruido de la metralla.

Garland cuenta el fin de la democracia liberal con imágenes: mientras los personajes discuten sus dilemas existenciales, en el cielo de fondo destellan las balas. A un lado, en un muro derruido, sobrevive un cartel con una enorme leyenda: Building America. De este modo, con escenas de alto contenido irónico, Garland narra cómo América se (de)construye a cañonazos.

Anarchy in the USA

Estados Unidos se consolidó mediante un despliegue de ocupación que partió desde las Trece Colonias sobre la costa del Atlántico hacia los territorios del sur y del oeste, matando todo animal y humano que se les interpusiera en ese avance. La Civil War que narra Garland ocurre en sentido contrario: desde el sur y el oeste avanzan las fuerzas separatistas para ocupar Washington DC, el último bastión de la democracia, en la que un presidente fantoche (Nick Offerman) defiende con pura retórica su tercera (¿sucesiva?) presidencia.

Los discursos del presidente citan la lealtad a la bandera, a los padres fundadores, a la nación y a Dios, los puntales del sentido patriótico estadounidense. En los inicios de la democracia liberal, opuesta a la monarquía colonialista británica, estas palabras tenían un poderoso carácter cohesivo. Pero en el futuro presente de Civil War —el futuro presente de nuestro capitalismo senil y retardado— todas esas palabas suenan a cotorreo irritante, el discurso mentiroso de un político inútil, un monigote narcisista que no es capaz de ver más allá de la distorsión de la realidad que genera su ego hipertrofiado.

Al final, el presidente de los Estados Unidos es fusilado por los soldados de las WF. Muere en la humillación, de la misma manera, los líderes de otros países que los marines invadieron por capricho, por petróleo o por democracia. Hay en la foto final de los soldados que rodean el cadáver del presidente algo de la farsa grotesca de aquellas fotos que mostraban las torturas y abusos de Abu Ghraib como un chiste para las redes sociales. Posan como cada vez que les tocó emprender la tarea patriótica de imponer la democracia y la cultura Disney en países lejanos,[1] mientras exhibían al tirano derrocado como trofeo. La diferencia es que, en Civil War, el tirano derrocado es el propio presidente de USA. Los marines imponen la democracia matando al presidente democrático de su propia nación.

En Civil War, sin embargo, la autoridad del presidente es solamente una voz que insiste en la radio con discursos fantasiosos. Hace mucho tiempo que la autoridad del Estado ha desaparecido. Cuando los periodistas deben sobrepasar una ruta controlada por un francotirador, se cruzan con otros dos soldados que aguardan la oportunidad de eliminar al que tienen enfrente. Quién da las órdenes, pregunta Joel. Nadie da las órdenes, contesta uno de los soldados. Alguien trata de matarnos y nosotros tratamos de matarlo.

Más adelante, en la que es quizá la escena más espeluznante de la película, los periodistas tienen la mala suerte de encontrarse con unos tipos de fajina que juegan a hacer su propia guerra de limpieza étnica con fosas comunes y volquetes atestados de cadáveres. Allí, los periodistas enfrentan la pregunta que condensa el sentido de esta guerra civil sin órdenes. Esa pregunta suena como el enigma lanzado por una esfinge WASP[2]: Are you American? What kind of American are you? [¿Eres americano? ¿Qué clase de americano eres?]. En la ex gran nación del norte, cada habitante tiene la obligación de responder a este enigma si pretende seguir vivo.

Epílogo: el poder fuera de campo

Civil War de Alex Garland narra cómo los Estados Unidos, la tierra de la libertad, el progreso y la democracia alabada por el poeta Walt Whitman en el siglo XIX, se ha convertido, en el siglo XXI, en un territorio zombi infestado de terraplanistas, white trash con fusiles y snipers con trastorno de estrés postraumático. Muestra cómo, en medio de ese caos, la gran mayoría de los ciudadanos se convierten en refugiados dentro de su propio territorio. Describe, en suma, el fin de la democracia liberal en el país que la ha inventado, mientras sus fuerzas militares hacen patria exhibiendo el cadáver del presidente.

Sin embargo, lo más interesante es que la película no señala responsables. Los verdaderos ingenieros del caos no aparecen en esta enorme panorámica de la decadencia estadounidense. Creo que ese es uno de los grandes desafíos que propone Civil War: no perder de vista quiénes son los individuos que verdaderamente dan las órdenes, quiénes son los individuos que verdaderamente ostentan el poder detrás de la fachada política y estatal. En otras palabras: detrás de cualquier MAGA hay siempre un Elon Musk que se llena de guita. Si se descuida esto, cualquier guerra civil —o guerra cultural— no será más que un juego de soldaditos para reemplazar un monigote por otro.


[1] De inmediato me vienen a la memoria los marines de Full Metal Jacket (Stanley Kubrick, 1987) cantando a coro la canción de Mickey Mouse en medio de un campo en llamas.

[2] WASP es el acrónimo de White Anglo-Saxon Protestant, “blanco anglosajón protestante”, las categorías que, según los grupos supremacistas, identificarían a un estadounidense “auténtico”. Buena parte de los grupos racistas de franjas empobrecidas asumen este término como una definición. Sin embargo, la W refiere también a la palabra Wealthy, “rico”, condición que reduce de inmediato a estos sectores sociales a white trash, basura blanca.