Terrifier 3: Tres redactores de la 24C diseccionan la película

Por Bruno Glas, Guido Stagnaro y Adriano Duarte

—A: Partamos del hecho de qué representa Art: la pura violencia. Art es como un demonio de la tortura desatado, una especie de cenobita de Hellraiser aunque nada elegante. Como tal, Terrifier 3 sigue siendo fiel a su propuesta. Ver Terrifier 3 es ir a ver splatter punk puro y duro. Ahora, en esta entrega hay un intento de profundizar en una suerte de mito de origen, darle un principio demoníaco a ese mal. En este sentido, Terrifier 3 resuelve algunas cosas que propone en la anterior, pero deja abiertas otras varias puntas. No estoy muy seguro de que eso funcione bien. Por ejemplo, al personaje de Sienna (Lauren LaVera), que vuelve de la muerte e invulnerable en la anterior, acá se debilita de nuevo, la nerfean (como se suele decir en el ámbito de los videojuegos) buena parte de la película y solo hacia el final le devuelven su invulnerabilidad. ¿Por qué? Por el poder del guion. Solo por eso. A esto, se suma el aparente descenso al infierno de Juliet (Luciana VanDette). ¿Cómo resolverá esto el director? Ojalá que encuentre mejores soluciones que las que propuso en esta última entrega para sus personajes antagonistas. Lo que me parece digno de destacar es la estética y la narrativa típica de VHS de los 90 que recicla (y refrita) los estereotipos desarrollados en los 80 y los sobrecarga con gore, personajes acartonados, mucha utilería y efecto cutre. A esto, suma esa ansia evidente de generar una continuidad a toda costa con secuelas que no apuestan a innovar, sino a repetir y machacar sobre lo ya visto.

—B: Un par de cosas. La primera es algo distintivo de esta tercera parte (de lo poco que tiene de distinto respecto de la anterior): el carácter autoconsciente. Es posible que Leone se haya dado cuenta en el último tiempo, en particular desde el estreno de la segunda parte para acá, de que Art se volvió un ícono del género. Basta ver cómo el personaje tiene merchandising dando vueltas, y el disfraz del personaje se volvió muy popular en la celebración de Halloween (incluso hasta hay una foto del corso de Cochabamba con gente vestida como él). Esta autoconciencia se nota cuando vemos cómo Art y Victoria se suben a un tren, y ven a un tipo disfrazado como mimo. Lejos de asustarse, este los felicita por lo realista de sus «atuendos» y les saca una foto. El otro momento en que está presente es promediando el final de la película, cuando se nos muestra un colectivo en el que sólo viajan una mujer que lee y el chofer. Charlan y ella le dice que el libro que está leyendo es mucho más perturbador de lo que esperaba. El título de este libro es «El noveno círculo». Es decir, el título del primer cortometraje de Leone, que incluye la primera aparición de Art, quien de inmediato se sube al vehículo.

El problema mayor de esas dos escenas, creo, es que, lejos de resultar divertidas (como sí ocurre en otros momentos de la película) no dejan de tener un tufillo a autocomplacencia muy evidente. Como si Leone confiara demasiado en su personaje, y eso lo hubiera llevado a hacer una secuela para volver a demostrar el gusto por los efectos especiales y su virtuosismo para filmar muertes, y su enorme torpeza para narrar y para desarrollar un universo y unos personajes coherentes o interesantes.

Lo segundo: es notorio cómo Terrifier (esta tercera parte, pero también las primeras dos) van a contrapelo de otro cine, aquel que (para ser académicos) la gilada llamó elevated horror o, peor todavía, arterror. Ese cine de género más ambicioso y menos juguetón podrá tener sus películas buenas y malas. Pero en tal caso, prefiero la gravedad y los aires de importancia de esa vertiente, antes que la liviandad pasatista (y en el fondo, también, un poco ingenua) de este.

—G: Coincido con esto de la autoconciencia, autocomplacencia, le sumaría la autorreferencia, una película que solo quiere hablar de sí misma contando la misma historia con algunos agregados, lo que decíamos de la historia de la familia: ¡el enfrentamiento final es como T2! No me acuerdo si con Jason Michael o M. Myers renovaban más sus víctimas, acá hay una cuestión personal con la familia que parece tirada de los pelos con la historia del padre. Esas escenas de flashback son de lo más flojo.

—B: Un poco me pasó eso. En la segunda parte trataba de darle una pata sobrenatural a Art, en la que no se ahondaba demasiado. Y con el personaje de Sienna pasaba algo parecido: se suponía que ganaba mayor fuerza por la espada que aparentemente tenía alguna capacidad sobrenatural, pero no se nos mostraba de dónde venía esto, y terminaba como un capricho más del guion.

Mientras la veía, no dejaba de pensar que Leone fue, primero, artista de fx, y después director. Lo digo porque viendo T3 (nota aparte: amo las abreviaturas de nombres de películas) se nota especialmente el cuidado hacia los efectos en cualquiera de las escenas de muerte.

Esto mismo aplica para cualquiera de las tres T: se percibe el amor del director hacia los efectos prácticos para el gore que, dicho sea de paso, remite más a un espectáculo sangriento exagerado y artificial (del estilo del director Herschell Gordon Lewis, o tipo Piraña 3D, para poner un ejemplo más reciente) que a la violencia hiperrealista de, digamos, Hostel y El juego del miedo.

Decía lo de la habilidad que tiene Leone como profesional de los fx porque como director es bastante desastroso, y más de una vez repite hechos o muestra cosas de forma obvia. Acá se nota a las claras, con la necesidad que tiene de repetir las alucinaciones de Sienna con su amiga muerta, para machacar con la culpa que siente. O con las escenas de ensoñación de ella en que vemos cómo el padre le muestra el dibujo de la heroína alada, que terminan con él dándole el dibujo a su hija sin soltarlo, como para decirnos que Sienna no puede «soltar» a su padre.

—G: Hay algo en ese devenir mimo psicópata que sale más al mundo exterior, que convive con la gente y se camufla en Navidad, que me parece lo más rescatable. Ahí funciona el juego de la pantomima con la expectativa: cuál va a ser el truco de muerte que saque Art, dentro de todo lo previsible que nombramos. Pienso en las escenas que está de Papá Noel en el bar y en el shopping, que usa un arma y explosivos. Mientras las veía sentí lo más cercano al terror de una amenaza real: las matanzas de gente en un lugar público en EE. UU. o, en otro extremo, un atentado, el terrorismo.

Igual mucho de lo que pasa en la película se vuelve olvidable si no fuera por el payaso. Él es el único que le puede dar un poco de aire a la película y sobrevivir con nuevas cosas. Como lo que se va develando de su origen demoníaco o servidor del mal, que conecta con la primera película que recopila cortos de Leone en All Hallows’ Eve (2013). Entre la autoconciencia y autorreferencia, en T3 hay personajes que lo conocen a Art por su fama y esa leyenda urbana que alimenta la historia como pasa en muchos slashers. Aunque hay un grado más de eso, porque hay muchos cuadros con el payaso que son chistes directos al público, gestos para la cámara, para el fandom; es tribunero, podríamos decirle. Veo una progresión entre las 3 películas donde esta es la que más se mete en esto del “humor gore”. Matar por diversión con una saturación de violencia que es bestial y se insensibiliza como un artilugio. Pero como decíamos, es lo que sabe hacer y vende el director que ya tiene fundada su franquicia, con un espectáculo de violencia de estética retro que puede seguir reproduciéndose de la mano de Art hasta la náusea de tanta sangre y cuerpos mutilados.

—A: Lo de Art con el hacha y el traje de Santa Claus al principio me pareció un guiño a Silent Night, Deadly Night. Y hablando de guiños: para mí, lo mejor de la película fue el cameo del maestro Tom Savini.