El vendedor de ilusiones: el caso Generación Zoe

Siguiendo la doctrina Vallarelli, esbozada desde estas páginas, en la cual se determinan las causas de producción de un documental “true crime”, El vendedor de ilusiones: el caso Generación Zoe (Matías Gueiburt – 2024) no tiene razón de ser, ya que la película no representa un anhelo de justicia insatisfecho por el sistema, ni aporta información que antes no se supiera, ni denuncia un abuso de poder por parte las fuerzas del orden. Es un trabajo equivalente –aunque más prolijo– a los informes de la semana que emitía hace décadas el ineludible Chiche Gelblung. Las víctimas son cordobesas en su gran mayoría y eso siempre es una perla blanca. El cordobés es dañino por naturaleza.

Vamos a aclarar las cosas, porque presiento en la punta de los dedos que esta reseña va a estar rara: el documental es prolijo. La puesta de las reconstrucciones está muy bien lograda. Las entrevistas tienen una búsqueda estética, y el uso de las maquetas de “Cositortolandia” es simpático. Este trabajo no es un desfalco. El nivel de dignidad es altísimo. El problema es que más que oportuno parece oportunista, y que como se da cuenta en las placas finales, los imputados no están condenados, sino a la espera de juicio. El documental, en una práctica con la que no estoy de acuerdo, y esto por supuesto es subjetivo (el “no estoy” debería ser un indicio, pero lo aclaro), opera como si la verdad jurídica estuviera esclarecida, y no es el caso. Nos resulta divertido, porque es Cositorto. No me resultaría divertido con otros temas y otros protagonistas.

Así está la cosa, y ahora vamos a explicarla. El vendedor de ilusiones se centra en la notoria estafa del tipo piramidal, conocida como “Esquema de Ponzi”, ejecutada por un grupo de vivillos. Viéndolo, uno tiene ganas de pensar “esto sólo puede pasar en Argentina”. Pues no. De hecho, la estafa de Bernie Madoff en EE.UU. fue muchísimo más grande y se desarrolló durante décadas. Y el fulano Carlo Ponzi era italiano, pero a los que estafó eran todos gringos, allá por 1920. El tema es viejo, es conocido (apareció hasta en novelas del siglo XIX) y universal, ya que sucedió en todos lados.

Como les dije, esta reseña va a estar rara. Al inicio del documental se esboza algo interesante. Cómo llegué tarde a Cositorto y todo el tema, no estaba al tanto de la cuestión zonal. Esa idea de que todo un pueblo cordobés cae en los influjos del vendedor del monorriel es poderosa. Es como La invitación (Karyn Kusama – 2015), pero con ferné y chistes de Doña Jovita. Esta idea pierde fuerza, así como el indicio de que esto ya había pasado hacía solo 5 años (la estafa de Soluciones Financieras). Y, sobre todo, lo que es más raro, es que no se haya indagado en los porqués. Se nos dice que Villa María es una comunidad próspera y con dinero. Y, sin embargo, la gente cae en una estafa muy sencilla. Donde hay estafas, hay desesperación. Tal vez, y solo lo sugiero, lo que se esconde es una profunda desigualdad, en la que conviven millonarios dueños de campos con kiosqueros y maestras. En una comunidad chica, esto puede ser un motor poderoso para tratar de ponerse a la altura.

Es un pecado reseñar sobre los caminos no recorridos, pero pasan cosas peores todos los días y a nadie le importan. Generación Zoe tenía una prédica evangelista cruzada con técnicas de venta y coaching ontológico. Si existe el demonio, se encuentra en la intersección de esos mundos. Cositorto descubrió que podía combinarlos, y ser una especie de telepredicador a la americana, alejado del pobrismo católico y de los pastores conurbanos, esos de las iglesias en las esquinas con parlante potenciado y sillas de plástico blancas. La religión no fue el único catalizador; por esos años también pululaban los telares y los mandalas de la abundancia, que nuevamente eran un esquema piramidal, pero que utilizaban el feminismo como speech de venta.

Cositorto, nuestro Jordan Belfort marca Manaos, enseguida se dio cuenta de que no alcanzaba la pirámide, y vio a los criptobros como próximo público target. Sobre todo, a los que no eran criptobros, pero ansiaban serlo. Nuevamente, la cuestión aspiracional como eje del tema. Les ofrecía una criptomoneda –la Zoe Cash– y hasta terrenos virtuales en un country virtual. No me pregunten, no entiendo. En una jugada de ficción que desafía la teoría económica, publicitaron la compra de supuestas minas de oro (spoiler, no se pueden comprar minas de oro en Argentina), para generar el soporte en metálico de la criptomoneda.

Zoe les ofrecía entrar en un mundo de influencers que cuentan la posta en videos de Instagram: cómo ganar quichicientos por ciento en 24 horas con inversiones en dólares, mientras manejan lujosos autos alemanes y usan términos como shortear, se autoproclaman traders, closers y mierders. Finalmente, en cuanto el término Bot se popularizó, ofreció uno a sus víctimas, en las que vendía como siempre, retornos de intereses maravillosos, de ciencia ficción.

Estas cosas terminan siempre igual. Un día la gente quiere sacar la plata, y la plata no está. El mandamás se da a la fuga. Los intermediarios quedan todos pegados. En el documental tenemos el testimonio de los más bajos eslabones de la cadena, la gente de atención al público, y del propio Cositorto, que se considera una suerte de perseguido político. Es un actor del método. No se sale nunca del personaje. Los más interesantes son los que continúan prófugos, sobre todo el ex juez y ex fiscal Héctor Luis Yrimia, representante legal de Generación Zoe, un villano de película que sabía lo que hacía, y reside en Dubái, como ciudadano de los Emiratos Árabes Unidos. En otro punto de su vida y su carrera, Yrimia fue fiscal federal en la causa AMIA. El ex fiscal Nisman lo acusó de ser parte de la maniobra de encubrimiento. Antes en el tiempo, fue juez criminal en la ciudad de Buenos Aires; y aún antes, hizo cursos en las academias del FBI, la DEA y la Aduana de EE.UU. Si me preguntan, ahí tienen un documental de la San Puta.

Reinventando el soliloquio de Federico Luppi en Martín (Hache) (Adolfo Aristarain – 1997), en el cual decía “(Argentina) … no es un país, es una trampa” podría decirse que “no es un país, es una estafa”. ¿Quién puede acusar a Cositorto de cagar incautos, cuando todo el sistema bancario legal y aprobado nos cagó a todos? ¿Quién lo acusaría? ¿Los colegas del fiscal Yrimia? El vendedor de ilusiones por apuro pierde la distancia histórica y no puede vincular el furor estafador con la ola libertaria. No puede ni quiere esbozar el paralelo entre Cositorto y el presidente Milei, que promocionó desde sus cuentas de redes sociales otra estafa, que fue la de CoinX.

El país fue arrasado por hordas de desesperados. En otros tiempos, los desesperados eligieron organizarse en diferentes formas políticas para lograr el bien común, repartir lo que hubiese, conseguir lo que faltara y sobrevivir todos. Hoy, la idea de salvación es darle plata a un showman sin arte ni talento, que ofrece una vida de jet set carente de lógica matemática, mientras nos habla de fuerzas divinas y nos muestra viajes de catálogo. Ustedes decidan de quién escribo.

Los humildes no heredarán la tierra, pero a la Argentina la heredaron los boludos.