Challengers: deseando amar

El deporte implica disciplina, competitividad, dominio, tensión, obsesión. Es un sacrificio no solo físico, sino también emocional para alcanzar una catarsis en forma de un éxito o una victoria. Y creo que el estar enamorado tiene mucho en común con esas ideas tan intrínsecas, ya que al final del día, para amar, uno debe de sacrificarse a favor de esa persona.
Luca Guadagnino, como he dicho en el pasado, se ha interesado por personajes que emprenden una búsqueda obsesiva por la validación del otro. El encontrar un lugar donde ser querido por quienes somos es el corazón de cada una de sus obras; varían en sus formas y en sus géneros, pero en todas te habla de esa necesidad tan trágica y dolorosa de satisfacer. Ya sea por medio de los aquelarres de brujas, del canibalismo o de las relaciones fugaces, el director italiano nunca pierde ese factor humano (incluso contemplativo) en sus historias.

Ahora, la cosa con Challengers es un poco diferente. Estamos frente a un Guadagnino mucho más pop que artsy, aquí entregándose de lleno a un despilfarro de recursos loquísimos con respecto a su estilo: un montón de planos imposibles, POV’s, slow-motion cada dos por tres, paneos veloces y un montaje lo más parecido a un partido de tenis. Esto es un videoclip súper horny de dos horas que en la teoría no debería funcionar, pero en la práctica nos da un artefacto de puro erotismo bastante bien configurado y medido, donde el estilo se convierte no solo en la sustancia, sino en la demostración del poderío de un cineasta en una lucidez creativa desmedida.
Art, Tashi y Patrick son los protagonistas de esta historia escrita por Justin Kuritzkes (esposo de la guionista y directora de Past Lives), los cuales se encuentran involucrados en un triángulo amoroso que lentamente se irá transformando en una espiral de obsesión, celos y deseo por ver quién se sobrepone por encima del otro no solo a nivel deportivo, también en el terreno personal. La identidad y la sexualidad de los tres tienen mucho peso porque la película demuestra cómo ellos las usan como una herramienta para manipularse entre sí y poder cumplir sus objetivos individuales sin importarles por cómo se puede sentir el otro. Es una relación de dominio y sumisión con un punto bastante fetichista porque ese es el combustible que les hace funcionar a un máximo potencial profesional. Sin martirio no hay éxito.

Los cuerpos, el sudor, la adrenalina, la sensualidad, el sexo, el tenis… Todo forma parte de una historia kinestésica al son de un euro techno sensacional (Trent Reznor y Atticus Ross componiendo ácido puro del bueno) que muy en el fondo no deja de tener un aire bastante melodramático, pero la gracia de Guadagnino está en presentarla como una batalla de animé en el que la música suena más alto que los diálogos, la epicidad se extiende hasta la saciedad y la tensión resulta orgásmica por el hecho de apretar las situaciones a un punto en el que tomarse un respiro es imposible. De verdad que lo logrado por Luca y compañía con Challengers es de una fineza exquisita, sus elementos parecen de relojería por lo fácil que engranan y hacen avanzar esta maquinaria narrativa que va entre líneas temporales en un vaivén como quien lanza la pelota de un bando a otro en la cancha que se evidencia en unos últimos diez minutos totalmente desquiciados con miles de trucos trabajando al unísono y que son de ver para creer.

Si amarse entre dos personas es difícil, entre tres lo es mucho más. Challengers es un retrato perfecto de lo complicado que son las relaciones cuando hay poder de por medio, pero también es un dilatado e intoxicante partido de tenis en el que pende todo un historial de odio, rechazo, lujuria y rencor de unos individuos que empezaron a desconocerse sin darse cuenta. Ansiando reencontrarse otra vez para volver a sentir el contacto de sus pieles, de su apoyo y del amor incondicional, el único lugar donde pueden intentar hacer las paces es en el campo de juego que, independientemente de quién gane, es la excusa perfecta de verse las caras de nuevo para intentar reavivar la llama que los unió en un primer lugar.
Luca Guadagnino creó un nuevo estilo de romcom.



