Adolecer: sobre Falcon Lake (2022) de Charlotte Le Bon

Filmar un estado sensorial es un desafío constante en el arte de la puesta en escena cinematográfica. ¿Cómo puede un/a director/a mostrar en imágenes algo que un personaje siente? Falcon Lake (2022) pareciera plantearse esto como punto de partida para contar la historia de Bas, un chico francés de casi 14 años que llega con su familia a pasar unas vacaciones con unos amigos de sus padres. Dos características fundamentales a la hora de hablar de esta película: su formato de encuadre y su material de origen.

Falcon Lake está contada en 1.37:1, un formato casi cuadrado, que comúnmente se lo asocia en el cine contemporáneo a la intención de acorralar una historia o un personaje desde el mismo encuadre. Es lógico pensarlo de esta forma si tenemos en cuenta que la película cuenta la historia de un chico atrapado en la niñez, pasando a un estado de adolescencia. Y la palabra adolescencia no es azarosa en este contexto; el adolecer es lo que Bas recorre a lo largo de los cien minutos de metraje. La inocencia que debe dejarse de lado para crecer es capturada de forma rigurosa y especialmente bella por la cámara de Le Bon.

Y acá es donde incide plenamente el segundo factor antes nombrado: Falcon Lake está filmada en dieciséis milímetros, un material fílmico que “resiste” a la luz de una forma diferente al digital. Esto, sumado a un trabajo sobre las texturas que la luz provee a cada uno de los materiales delante de cámara, hace de esta una película bellísima de ver. Cada paisaje es retratado como si fuera un cuadro para apreciar por horas, y no es por mero capricho, sino que ese estilo que resalta lo –por momentos pareciera– mágico de la naturaleza es la forma que encuentra Le Bon para exteriorizar la ebullición interior del protagonista.

Especialmente el agua y el fuego son dos elementos filmados con cierto carácter protagónico, central. No es casual; Falcon Lake es una película de pasaje, de un umbral que está siendo atravesado por el protagonista mientras el espectador ve la película. De ahí los contrastes como elemento estructural del film: entre el agua y el fuego, Bas nada iluminado por las llamas; entre la vida y la muerte, se disfraza múltiples veces de fantasma; entre la superficie y el fondo del lago, el chico flota y la cámara divide el cuadro en dos mundos.

Sorprende una ópera prima con tanta rigurosidad estética. No porque sea imposible de realizar (la existencia del film prueba lo contrario), sino porque reside en Falcon Lake una lógica hermética absoluta, un qué que se corresponde plenamente con su cómo. Esa claridad a la hora de concebir la puesta en escena solo revela un grupo de trabajo con muchísimo talento comandado por una directora a quien seguir en los próximos años.