Anatomía de una caída: matrimonios y algo más

Hace lejos y hace un tiempo, allá por nuestro número 38, le dedicamos un especial completo al thriller en general y una columna al thriller legal en particular.

Dentro de ese artículo, repasábamos algunas cuestiones centrales sobre las que se estructuran las películas de juicios. Entre estos elementos es común encontrar la idea de un misterio y la averiguación de la verdad. A su vez, existen varios tipos de relatos posibles estructurados a partir de un proceso judicial. Uno de los más comunes, que se desprende del policial negro y el famoso whodunit, es aquel donde ocurre un crimen, todo indica que algo extraño pasó y debemos encontrar a los culpables.

Anatomía de una caída (Anatomy of a Fall), de Justine Triet, es un rara avis dentro del género. Por un lado, es un policial hecho y derecho, todo está estructurado a partir de un hecho fatídico que hay que dilucidar y el proceso judicial se erige como un pilar estructural en la dramaturgia de la película. Mientras que, por otro lado, posee ciertos elementos y decisiones que se toman desde cómo se asume el punto de vista del relato, que de alguna forma alejan al film de determinadas convenciones que suelen asumirse sobre este tipo de historias. Veamos.

La trama nos presenta a Sandra (Sandra Huller), una escritora más o menos popular, que vive con su marido Samuel (Samuel Theis) y su hijo Daniel (Milo Machado Graner) en una casita en la montaña, cerca de Grenoble, una ciudad en el suroeste de Francia.

Sandra está brindado una entrevista a una estudiante que está preparando su tesis. Samuel está trabajando en el piso de arriba, acondicionando la casa para poder alquilar algunas habitaciones a turistas y hacer unos euros extra. De repente, el hombre pone una canción en loop muy fuerte. Las mujeres interpretan esto como una señal de que la entrevista debe terminar y la joven estudiante se marcha. Daniel, el hijo de la pareja, sale a dar un paseo por la montaña con su perro. Lo sabremos más adelante, pero Daniel tuvo un accidente cuando niño que le generó una pérdida severa de la visión, aunque no lo dejó ciego. Hay una elipsis y el paso siguiente es el pequeño que encuentra a su padre tirado en la nieve, ensangrentado. Daniel llama a su madre, que baja y encuentra la escena. Inmediatamente se comunican con las autoridades y la ambulancia, pero es muy tarde: Samuel falleció.

Lo que sigue a esto es el misterio. Cómo es que se produjo la muerte del hombre. El hecho en sí no tiene mucho sentido y las pruebas forenses no son concluyentes. El resultado es obvio: la justicia comienza a sospechar que Sandra pudo haber estado involucrada y allí se inicia toda una pesquisa en su contra. Para defenderse, la mujer recurre a Vincent (Swann Arlaud), un viejo amigo abogado que intentará ayudarla a lo largo del proceso.

Lo que sigue a esto es una película de juicio clásica. Se reproduce toda la instrucción (la recolección de pruebas), hasta el debate oral y público. No estoy muy familiarizado con el sistema francés, pero sí puedo decir que por lo menos la etapa de la investigación luce muy verosímil y se asemeja bastante a lo que podría ocurrir en un caso así: hay forenses, reconstrucciones de los hechos, toma de declaraciones testimoniales, etc. Lo que sucede en el juicio ya para mí es un poco más confuso, por no conocer el código de procedimiento, pero, más allá de ciertas licencias que intuyo como posibles, también parece bastante razonable. En esta segunda parte, el trabajo y la interpretación del fiscal (Antoine Reinartz) es maravillosa.

Hasta aquí la película funciona a la perfección. Los personajes dudan. No sabemos si Sandra fue o no la responsable y todo puede parecer posible, en especial, cuando comienzan a aflorar los trapitos al sol que nos demuestran que la vida a veces no es tan lineal ni clara como pensamos.

La resolución también es buena y convincente. Sin embargo, detrás de la carnadura, yo creo que la película tiene dos problemas más o menos relevantes. En primer lugar, hay una decisión sobre el punto de vista que es complicada. Vincent, el abogado, brinda una performance ambigua. No parece creerle del todo a Sandra y es consciente de los problemas que tiene su teoría del caso. Sin embargo, su protagonismo y dramatismo se diluye una vez comenzado el juicio. El debate oral, en términos dramáticos, pierde peso y termina siendo una instancia más para verbalizar y explorar en la relación de la familia que componen Sandra, Daniel y Samuel. El punto cúlmine de esto son los alegatos y la deliberación del jurado. En cualquier thriller legal aquí tendríamos el momento oscuro, el clímax y la resolución del conflicto, pero la directora toma la decisión de elipsar y diluir la tensión de ese pasaje.

Esto último en sí no está mal, pero debería tener una razón de ser, que yo entiendo que es la de potenciar el subtexto, es decir, el verdadero tema de la película y la opinión que tiene sobre él. El famoso qué es lo que la película nos quiere decir o, como se suele decir, “su mensaje”. Y acá es donde entonces aparece el segundo problema, quizá el más grave: Anatomía de una caída tiene algunos subtextos un tanto flojos de papeles, que aparecen de una forma muy impostada, casi como si fueran una excusa para justificar la existencia del relato. Esto es muy conflictivo porque en realidad debería ser al revés. En la narratología, la trama es la excusa para vehiculizar la opinión sobre una cuestión universal.

Podríamos decir que la película tiene dos temas de relevancia sobre los que opina y que se vinculan entre sí: el primero sería la verdad de una relación sentimental, entendido esto como algo que solo pueden conocer quienes forman parte de ese vínculo; y el segundo sería el matrimonio como institución. Sobre el primer tema la película es clara; solo quienes están dentro de una pareja pueden entender esa dinámica y hay momentos muy íntimos y privados que descontextualizados o hechos públicos no se pueden comprender. Sobre el segundo punto, la opinión es más compleja, para mí es un film a favor del matrimonio y no una oda en su contra (no en vano la película está coescrita con su esposo, el también director Arthur Harari).

Más allá de esto, la cuestión un tanto extraña, que hace que la película no termine de concluir del todo bien, no tiene que ver con la existencia de estos subtextos, sino con su introducción en la trama y su impacto dramático en ella. Durante la mayor parte de la narración estos temas aparecen de una forma muy superficial, solo para hacer avanzar el relato, pero, hacia el final, de una forma un poco brusca, pasan a ocupar un lugar central en el desenlace y eso ensucia un poco y desorienta la percepción del espectador, porque se nota la mano de la directora orientando nuestra atención en un sentido muy concreto. Es una verdadera lástima porque, más allá de esos detalles, Justine Triet construye un thriller muy sólido, de esos que ya no se hacen más y que sin dudas vale la pena ver en un cine.

Recientemente Anatomía de una caída fue nominada a múltiples premios Óscar (mejor película, mejor guion original, mejor actriz protagónica, mejor dirección y mejor montaje). Un caso extraño, ya que Francia no la eligió como su representante ante la Academia, lo que le impide, por ejemplo, buscar el galardón como mejor película de habla no inglesa. Una situación extraña, para una película extrañamente clásica para los tiempos que corren. Aprovechen a verla mientras dure en cartelera y saquen ustedes sus propias conclusiones.