Thanksgiving: días especiales para matar

Eli Roth es de aquellos directores que le pone humor al terror, en diferentes proporciones, para combos revueltos de violencia y sangre. Esto puede dar resultados potentes como Hostel (2006), del lado del thriller, u otros más erráticos, mezclando referencias, como Cabin Fever (2002), películas que tuvieron su reversión o continuación. En este caso, con Thanksgiving o Black Friday (2023) –dos nombres que esconden juntos el conflicto– consigue un slasher que entretiene y mantiene tensión, bien hecho con las reglas del género y una impronta de su estilo más irónico. La marca de un uso recurrente del gore, aquímedido para una estética pop, comercial, no tan feo como en esa parodia canibalista de The Green Inferno (2015), un capricho en la selva peruana de Roth. Es también productor y actor, facetas en las que estuvo a cargo de una interesante maldición de payaso asesino en Clown (2014). Con estos logros y algunos otros más como la dirección de Terror en primera persona (2021), una docuficción con total seriedad de capítulos que recrean historias reales, ya tiene ganado un status de autor de culto, que no le hace asco a nada que sea terror.

Volviendo a su último estreno, el humor aporta fluidez a la película: va de lo más satírico y absurdo a lo costumbrista. Por un lado, la gracia les imprime naturalidad a personajes que no se lucen mucho como el plantel joven del elenco. En cambio, se destacan los experimentados Patrick Dempsey como sheriff o Rick Hoffman en el rol de magnate hipermercadista inescrupuloso y padre de familia: ambas caracterizaciones son grandes pivotes de la historia. Por otro lado, el registro más liviano y tonto sirve para ir retratando la vida de pueblo yanqui (Plymouth, Massachusetts), con foco en una típica trama adolescente, mientras se va enturbiando el entorno y los chicos corren peligro pero, con buena ironía, este mundo no pierde su encanto.

Como disparador, la celebración del Día de Acción de Gracias que en vez de congregar a la comunidad saca o muestra lo peor de esta. Una referencia clara a My Bloody Valentine (1981), de las favoritas de Tarantino, quien es una especie de padrino de Roth: productor y alentador de sus películas, también responsable quizás de otorgarle la mayor fama con el personaje de “oso judío” en Bastardos sin gloria (2009). Cabe mencionar que existe otro vínculo más directo entre ambos, ya que Thanksgiving supone la versión en largo del tráiler apócrifo con ese mismo nombre para lo que fue Grindhouse (2007), la colaboración de Quentin con Robert Rodriguez. Aunque esta referencia sea más un detalle para Wikipedia, sin importancia a la hora de ver y entender Black Friday.

En esa misma línea de películas de los 80 que parecen no tomarse muy en serio a sí mismas, Thanksgiving hace equilibrio para impresionar y divertir con una violencia e intriga que refrescan los clichés del slasher tipo Scream, agregando una cuota de juego del miedo con la tecnología y sus obsesiones, algo que le gusta mostrar a Roth. Lo más artificioso y exagerado está en las muertes de todo tipo con efectos más caseros, eso está claro; pero detrás de tanta sangre hay un factor social que suele ser otro tema recurrente y de burla en el autor. ¿Puede este tipo de películas con sobrada autoconciencia elevarse a un grado de conciencia social? Para eso hay que analizar la máscara de John Carver que completa el traje de este personaje histórico de Massachusetts (donde nació Roth): un colono fundador, una suerte de Jeremías Springfield al que están por conmemorar con un desfile.

La película es una historia de venganza, pero el asesino en serie es más que nunca un producto de la sociedad. Un black friday trágico donde los consumidores que se acumulan en las puertas del Right Mark luego se sacan los ojos como una turba descontrolada por descuentos el mismo día de Acción de Gracias. El saldo: la corporación que ha generado el consumismo más salvaje va a quedar manchada de sangre.

Así nace el criminal, como una reacción de la tradición frente al capitalismo que la destruye, con el eco de los conflictos más recientes de la sociedad norteamericana. A la costumbre de matanzas, llevada al imaginario slasher, se suma la de esa base de descontento de la “América profunda” que alimenta los movimientos de derecha sobre los que se sostienen figuras como las de Trump. Un buen exponente es el personaje de McCarty (Joe Delfin), hijo de un veterano, fanático de Black Sabbath y de las armas que les provee a los jóvenes amenazados.

En el fondo, si hay una parte crítica no es tanto por el consumismo sino por el individualismo desaforado que genera y rompe el “contrato social”. Los clientes compiten y se vuelve un enfrentamiento de todos contra todos. Eso deja un resentimiento “antisistema” sin una base política o social pero con violencia para descargar, que acá apunta a las familias dueñas del “mercado”: se cambian empresarios por políticos.

Mirar esta película, que ya está en MAX, desde nuestro país, me lleva a pensar cómo podemos vivir la otra cara del terror consumista. ¿Serán complementarias ambas realidades para este sistema cuanto más alineados nos hace sentir con Occidente? Si en este parodiado Massachusetts de Roth el imaginario de la violencia se desata como una hipertrofia, por el adictos al consumo, en Argentina estamos más cerca de imaginar una película con un escenario similar a la inversa: salarios de pobreza y gente desesperada por ofertas, saqueos, enfrentamientos, electrodomésticos que vuelan y gruesas respuestas del Estado que parece ausente pero suele aparecer en defensa del orden de la economía. Ya está anunciada la secuela y lo que más puede intrigar es si este vengador seguirá un mismo sentido, tomará motivos y blancos parecidos. Hay sobrevivientes, bronca, un pueblo que quiere mantener la falsa calma y climas sociales que pueden colarse para la nueva película. También hay equipo, con el director a la cabeza, para saber jugar y celebrar este terror pochoclero con un poco de gusto de justicia social para el público, una acción de gracia para tantas muertes