A House of Dynamite: Los Paranoicos

Ya no estás solo, estamos todos en naufragar
Son seis minutos y nuestra mami va a contestar
Mami elimina el error, de que vos sos capaz…
“Canción para naufragios”, Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota

Las apariciones esporádicas de Katherine Bigelow vienen despertando sensaciones encontradas entre quienes defienden, y quienes desaprueban, sus cometidos como una divulgadora de manifiestos progresistas. Desde que su consagración en la industria con los galardones obtenidos por The Hurt Locker (2008) le brindasen una presencia respetable en el circuito comercial, la directora de Point Break (1991) parece solamente interesarse por alumbrar las incongruencias políticas perpetradas por los norteamericanos. Previamente tuvimos a la Bigelow aventurada de maravillas como Near Dark (1987), donde las influencias de Sam Peckinpah quedaban al descubierto en una relectura del western fusionada con vampiros forajidos; o del policial urbano Blue Steel (1990), con una Jamie Lee Curtis que soportaba el desprecio desmedido del discurso masculino, además de la excitación que le generaba violentar a hombres con total impunidad.

Después sobrevino la transición con el techno-thriller Strange Days (1995) y sus resonancias sobre las tensiones raciales surgidas tras la violencia policial que ejercieron contra el afroamericano Rodney King (una película sobrecargada de contenido pero sumamente placentera); y la difamada K-19: The Widowmaker (2002), sobre el conflicto bélico desatado en los interiores del famoso submarino soviético construido durante la contienda armamentista de la Guerra Fría. Semejante bisagra fue moldeando a una Bigelow contestataria que terminaría trabajando con el respetado corresponsal, y luego devenido en guionista estrella, Mark Boal. En Zero Dark Thirty (2012) la acusaron de producir propaganda vinculada al partido totalitario de los republicanos, y fue injustamente señalada como defensora de los métodos de torturas recreados en Guantánamo. Finalmente, la ignoraron por completo tras protestar contra los crímenes ejercidos, tanto en el pasado como en el presente, por las fuerzas policiales en la magnífica Detroit (2017).

Superado su más reciente alejamiento de la cartelera, Bigelow arremete con una producción financiada por la plataforma Netflix. A House of Dynamite (2025) desenvuelve el procedimiento protocolar instaurado en los Estados Unidos cuando se presentan situaciones de ataques externos, desarrollado con una narrativa fraccionada y repetitiva donde se intercalan las perspectivas de los involucrados (una rotación entre participantes principales y secundarios para revelarnos todas las posiciones de la administración gubernamental responsable de tomar decisiones). Este entramado tiene como disparador el lanzamiento de un proyectil nuclear desde el Pacífico, cuyo destino es la ciudad de Chicago, lo que pone en modo alarmante a distintos funcionarios y empleados militares. Un proceso meticuloso guionado por Noah Oppenheim, el antiguo presidente del noticiero de la cadena televisiva NBC, quien desvincula a Boal como asociado de Bigelow después de la irregular Triple Frontier (2019).

En A House of Dynamite el heroísmo pasa desapercibido, solo persiste una incertidumbre: la de que todos sus operarios están condenados (el dinosaurio de juguete que conserva el personaje de Rebecca Ferguson como símbolo de extinción). Sus acciones únicamente evidencian la negligencia de quienes jerarquizan la seguridad territorial (imaginen a Oliver Stone dirigiendo el capítulo más pesimista de The West Wing). Tal como Zero Dark Thirty demostraba la inutilidad del sadismo en los secuestros e interrogatorios contra los enemigos de Medio Oriente, o Detroit subrayaba con diálogos agobiantes la brutalidad y el fascismo que prevalece en la institución policíaca, en A House of Dynamite se desnuda la vulnerabilidad geopolítica de las principales potencias mundiales.

A medida que los diálogos se multiplican, Bigelow configura el despliegue del montaje (travellings dinámicos, encuadre nervioso) para enmarcar la constante paranoia que flota en el ambiente que con el transcurso de los minutos se van reduciendo cada vez más; con personajes que abandonan los exteriores para ubicarse en bunkers rodeados de monitores que condensan una claustrofobia desesperante donde todos pierden el control. Entre las diferentes figuras que van desfilando tenemos como autoridad superior al presidente desorientado e incompetente que personifica Idris Elba, y que clausura la propuesta con una secuencia medianamente sarcástica en la que sus asesores (el general fascista que personifica Tracy Letts es el militante trumpista por excelencia) le recomiendan interpretar un documento de represalias como las distintas opciones disponibles para organizar un banquete.

Un detalle realmente valorable de A House of Dynamite es su particular desenlace, que sobreviene abruptamente para descontento de la audiencia promedio. Bigelow prefiere que la sensación de un inminente escenario apocalíptico se mantenga resonando en el espectador, recurriendo a un fuera de campo donde nunca importa desentrañar al adversario responsable del lanzamiento o revelarnos las imágenes de una catástrofe pirotécnica. Bigelow y Oppenheim defenestran a la maquinaria encargada de estructurar los operativos militares en los Estados Unidos, y le recuerdan al presidente de turno que sus contrapartes están acechando a la vuelta de la esquina. Jaque mate para los del norte.